19 de septiembre de 2011

GAMBIA: Viaje a Sutukoba

Cuando Montse llama a la puerta de mi habitación, ya estoy despierto por el dolor de barriga. Son las cinco de la mañana. Ayer empezaron las diarreas. Parece que era algo inevitable porque hemos tomado todas las precauciones y la única que por el momento se salva es Ainhoa. Debe ser inmune al tercer mundo. Yo quería aguantar al menos hasta pasar el viaje a Sutukoba, pero el banquete de boda ha sido fulminante.
¿Qué tal has cagado? me preguntan entre Cornflakes y rebanadas de Bimbo con Nocilla.
Es ya una rutina. Pasamos largos ratos hablando de nuestra mierda ante la cara de espanto de Bakary. Compartir nuestros desarreglos intestinales nos hace sentir más unidos. Lo malo es no poder ni levantarte de la mesa sin que te deseen suerte.
No tardes que en seguida llegará el minibús.
Y así es.

TENLLADO
El día que más duro se me hace alejarme de la taza del váter, llegan puntuales a buscarnos. Afortunadamente, todavía tardamos un rato en irnos porque hay que cargar todos los sacos de ropa para los niños de Sutukoba. Al arrancar, el motor ruge y mis tripas se estremecen como si se preguntaran por qué a Bakary le dio por nacer en la otra punta del país.
Conforme avanzan las horas, el calor aprieta y la carretera empeora. Una vez pasamos la mansión en la que vive el dictador, ya ni siquiera hay nada asfaltado y está todo lleno de baches y agujeros. Entre tanto bote mi pobre culo no sé ni cómo aguanta con su válvula conteniendo la cagalera. Somos capaces de más cosas de las que podemos imaginar.
Los sudores fríos y los retortijones me obsesionan y me llevan a pensar si soy el único o estamos todos igual. Miro sus caras.
¿Será por el puré-batido de la boda? ¿Será por haber tragado agua en la ducha? ¿O de una de esas salsas picantes? Quizás quedaba algo de agua en uno de esos vasos de refresco que cogí. O a lo mejor cogí algún virus en aquella playa de pescadores en la que estuve hablando con aquel niño enfermo. Tenía los ojos amarillos y me pidió dinero para comprarse una mochila para el colegio y yo le dije que no y me aguanté las ganas de llorar. Pero, ahora que lo pienso... ¿se puede coger diarrea por tocar un cocodrilo?
Cuanto más nos alejamos de la capital, en peores condiciones está todo. Y en cada socavón me cago cuarenta veces en el puto dictador de los cojones que tiene abandonado todo el país más allá de donde él vive.
Mierda, cagar, diarrea... Mis vísceras controlan mi mente. Y eso que el paisaje es bello: campos con vacas pastoreando, monos corriendo, granjas con pozos y gigantescos nidos de termitas.
Son los cuatrocientos kilómetros más largos de mi vida. Gambia tiene el tamaño de Asturias y parece que estemos recorriendo la ruta del transiberiano. Y encima cada dos por tres tenemos que parar en los controles del ejército que con cualquier excusa tratan de sacarnos dinero. El problema es que no pueden aceptar sobornos de blancos y eso lo complica todo. Nos preguntan por los sacos, nos los hacen bajar de la baca, los abren, tratan de multarnos, Sutu regatea... Se baja y habla con el militar, le aparta la metralleta y le coge por el hombro en plan amigos. Mientras, Bakary se sulfura porque después de cinco años ya no está acostumbrado a tales injusticias y mucho menos a tolerarlas. Finalmente, se le paga lo que sea y nos vamos.
Y así un control tras otro, tras otro, tras otro y los baches y anochece y mi mente cree haber alcanzado una nueva dimensión, un estado definitivo de no-retorno, una especie de Nirvana del no-cagar sin perder las ganas ni un instante.Y entonces alguien grita:
¡Sutukoba! ¡Ya se ve Sutukoba!
Y todos exclaman y vitorean, mientras yo me alegro como nunca, pero no me atrevo a aplaudir, ni a moverme y simplemente sonrío.

1 comentario:

PATIÑO dijo...

Este Post me ha parecido una KK jejejeje