30 de diciembre de 2012

VIVISECCIÓN

Me pregunto a qué viene
ese entusiasmo inusitado
de decirme que me quieres
si es mentira.
Para no ser tonto
ni estar loco del todo
me sorprende hasta qué punto
eres capaz de digerir
tus propias falacias.

Hazte un favor, despréciame un rato.
Toma conciencia de ti mismo.
Regálate un paseo expeditivo
por la ambigüedad de tus entrañas.
Analiza tus muestras de cariño,
tus gestos, tus anhelos,
tu demanda, tu ambición,
tus intereses.
Abre en canal la mariposa
de esta historia de amor inventada
que nunca me has prestado.
Disecciona sus vísceras, su purpurina.
Exclúyete un momento
de ciertas regiones de tu propio ser
y piénsalo con calma.

No es cierto que me quieras.
Tú te amas, amándome, a ti mismo
y ni siquiera eres capaz
de apreciar la diferencia.

24 de diciembre de 2012

ENGLAND: Capítulo final

"El que está acostumbrado a viajar, sabe que siempre es necesario partir algún día" (Paulo Coelho)

MULA
1. Tenía, como siempre, asiento de ventanilla. Me gusta ver cómo queda atrás el suelo del que huyo.  Era el final de un viaje demasiado largo. Yo era consciente de eso y también mi espalda y la desconocida mujer sentada a mi lado que decidió no darme conversación. Los inusitados días de sol en Inglaterra seguían llevando la contraria a mi pose melancólica. Definitivamente, aquel cielo azul había estropeado emocionalmente mi aventura. Quizás por eso, al cerrar los ojos en aquel duro asiento, soñé que saltaba por encima de las nubes con mis Converse negras, como botando entre camas elásticas de cirros y estratos. Saltaba y me reía como un loco sin un lugar concreto hacia dónde dirigirme. De repente, un beefeater con su uniforme de guardia ceremonial inglés me detenía. 
—¿Dónde cree que va? —me dijo en el idioma indefinido de los sueños.
—Pues a casa —respondí juguetón.
Al guardia, aquella respuesta, no le pareció convincente. Sacó un bloc de su bolsillo y escribió en la primera hoja una número de seis cifras. Me multó.
—Oiga, pero, ¿por qué me multa? —quise saber.
—Porque no ha aprendido usted nada en este viaje.

2. Me desperté muy despacio, con el corazón latiendo a su ritmo habitual, sin sentir frío ni calor. El avión todavía no había despegado. No sé a vosotros pero a mí siempre se me hace más largo el despegue que el resto del viaje. Por suerte, todavía me quedaba paciencia. Era la primera vez que conseguía volar con Ryanair sin tener que pagar por algún imprevisto. Facturé por internet una única maleta de 20 kg. Teniendo en cuenta todo lo que me había comprado, era un peso razonable. Quiero decir que pagué lo que tenía que pagar por adelantado y así no me tocaron las pelotas. 
La mujer sentada a mi lado se estaba hidratando los labios con una barra de cacao. Era morena de piel y cabello. «Qué fea es», pensé. Quizás no lo era. Pero en aquel momento, en aquel avión, todos me parecían feos. Muy feos. Con su ropa normal y sus melenas oscuras. Pocos rubios naturales. Gente hablando en castellano o en catalán. 
No tenía mucha hambre. La noche anterior me había empachado comiendo nachos y bebiendo cerveza con los padres de María. Me emborraché porque antes habíamos estado bebiendo en un lugar llamado The Intrepid Fox en Tottenham Court Road. Es un local con música heavy, poca luz y gente vestida de negro. Uno de esos bares en que no te preocupa si se te cae la cerveza al suelo. Ni el suelo ni la cerveza son lo bastante valiosos.
Así que conocí a los padres de María bebido y no quise hablar demasiado para no cagarla. Los temas eran peligrosos, por ejemplo: Jimmy Savile, la crisis o la independencia de Catalunya. Lo mejor era optar por el silencio. Reprimí los eructos y me mantuve callado, así no les causé mala impresión (aunque buena tampoco).
—¿Y tú no has pensado en venir a vivir a Londres? —me preguntaron.
—No —dije. Aunque la verdad era que sí.
—¿Por qué? 
—No lo sé. Simplemente, no lo he pensado.

3. Una vez en el aire, ya no podía dormir. Las azafatas de Ryanair trataban de venderme artículos absurdos a cada rato: perfume, revistas de decoración, caramelos de menta, billetes de tren, un bocadillo de pollo... Yo solo quería que pusieran una película de dibujos aunque sabía que no lo iban a hacer. Algo inofensivo de Warner o Walt Disney. No como el corto que vi en la Tate Modern en el que la sombra china de un negro era sodomizada por la silueta de Abraham Lincoln y después se chupaban la polla. Arte contemporáneo, ya sabéis. Quería una excusa para llorar. Cualquier excusa. Yo no sé llorar por mi propia tristeza, necesito un motivo externo. Cualquiera vale. Por ejemplo, dibujos que me recuerden a mi infancia. Entonces, lloro por los dibujos, no por mí. 
Dos días antes de montar en ese avión, había llorado viendo el musical de El rey león. Estaba yo solo en aquella platea llena de niños que se reían. Y yo llorando durante la canción I just can't wait to be king porque era mi parte favorita de la película cuando era pequeño. 
Llamé a la azafata. Nunca compro cosas en los aviones, ni siquiera comida. Pero estaba muy aburrido. Le dije:
—¿Podría tomar una café con leche, por favor?
—Por supuesto —dijo la azafata—. ¿Desea alguna cosa más?
Era miércoles, el día que más odio de la semana.
—Pues sí, pero no creo que pueda ayudarme.
—¿Qué desea? —insistió.
—Deseo ser inglés.
La azafata se rió, pensó que estaba bromeando, y me trajo el café con leche. Era muy malo, como esperaba. Pero estaba caliente y me mantuvo distraído un rato hasta que el capitán anunció que estábamos a punto de aterrizar en Barcelona.

16 de diciembre de 2012

ENGLAND: Stratford

"We'll meet again, don't know where, don't know when. But we'll meet again, some sunny day" (Vera Lynn, We'll Meet Again)

MULA
1. María no tenía agua caliente en casa. Se había estropeado la caldera. Así que el primer día no me duché. El segundo, me sentía un poco sucio y traté de hacerlo con agua fría. Juro por Dios que canté entero el primer acto de La Traviata antes del segundo enjabonado. Me quedó muy bien, especialmente las notas más altas. El tercer día, María me dijo:
—No sufras más. Ve a ducharte a casa de Raquel
En Londres el agua caliente es tan imprescindible para vivir como la calefacción o tener una kettle en la cocina. Así que dije: «De acuerdo».
Sonaba sensato.
Raquel vivía en Stratford, un barrio trabajador con muchos vecinos negros. Yo lo conocía bien porque era el mismo barrio en el que habíamos vivido juntos hacía ya cinco años. Recuerdo que Ed no quería venir a visitarnos porque decía que estaba demasiado lejos y era demasiado peligroso y marginal. Ed vivía en South Kensington, de manera que casi cualquier barrio le parecía lejano y marginal. Menos South Kensington. 

2. Bajé del metro empapado de cierta nostalgia, agarrando en el interior de mi bolsillo mi cámara de fotos de cinco megapíxeles. Había pasado un lustro y yo había cambiado mucho, aunque aún no había aprendido a caminar sin pisarme el bajo de los pantalones. Me monté en la escalera mecánica que llevaba al exterior y fue entonces cuando me di cuenta: la estación era ahora el doble de grande.
Aquel era el otoño después de las Olimpiadas. Stratford era una de las estaciones más cercanas al nuevo estadio y a las residencias donde se habían alojado los atletas. Por eso, todo estaba remodelado. Salí al exterior, hacía sol. Incluso calor, creo recordar. Puede que esté exagerando. Las casas eran nuevas y resplandecientes. Las nubes se reflejaban en sus cristales. Habían construido un enorme centro comercial justo allí delante donde no recuerdo que hubiera más que vías de tren. Raquel me estaba esperando, pero no pude evitar pasarme a curiosear. 
Seguí la marea de gente. Aunque era miércoles, todo el mundo parecía dirigirse al mismo sitio. Subí a otras escaleras mecánicas que conducían hasta un puente con dos muros de vidrio a los lados. Al fondo, dos o tres grandes edificios me daban la bienvenida junto a un cartel que decía: Westfield. Me sentía como Dorothy entrando a Ciudad Esmeralda, aunque no tenía nadie con quien compartirlo. Me acerqué a las puertas automáticas sintiendo el corazón detrás de las orejas. Se abrieron con normalidad. No tuve que hacer de Jedi como me pasa en otros centros comerciales.
Una vez dentro, todo me pareció más convencional. Las típicas tiendas. La típica gente. Eso sí, mucha elegancia. Es algo que tiene Londres de por sí. Yo sentía un poco de vergüenza con mi chaqueta de plumas y una mochila que compré Bournemouth  para llevar, en este caso, ropa interior y un bote de champú. Estuve un rato paseando. Entré en Primark. Compré dos camisas y una corbata roja. Cogí  en una tienda de trajes un application form donde me preguntaban de qué raza era, aunque  —decían no era obligatorio que contestara. Las opciones eran:
«Bangladeshi, Indian, Pakistani, Black African, Black Caribbean, White and Black African, White and Black Caribbean, White and Asian, White British, White Irish or White Other».
María me explicó que era para proteger a las minorías, aunque a mí seguía pareciendo racista. 

3. Salí de Westfield por la misma puerta por la que había entrado. Me acerqué a un mapa para ver la manera más rápida de llegar a casa de Raquel. Era todo recto.
Aquellas calles estaban llenas de recuerdos. La mayoría de ellos, de mí caminando medio dormido de vuelta a casa después de trabajar toda la noche. Conforme me alejaba del centro comercial, el barrio cada vez se parecía más a cómo yo lo recordaba. Una mujer con un cochecito de bebé discutiendo a gritos con un hombre que la cogía del brazo. Una pareja de abuelos circulando en esa especie de moto para gente mayor, uno al lado del otro. Un joven musculoso haciendo flexiones sin camiseta en una barandilla en el jardín de su casa. 
Pasé delante de un colegio exclusivo para niñas musulmanas donde un hombre de chaqueta gris me entregó un panfleto que decía: «Fighting against racism in south east London». Era como Hospitalet pero mucho más sofisticado.
Después me perdí. Di unas cuantas vueltas a la manzana. La orientación no es uno de mis puntos fuertes. Giré a la derecha y después a la izquierda. Caminé durante diez minutos, hasta encontrarme de frente con dos casas blancas idénticas. Tenía que ser una de esas. Me acerqué a la puerta de la casa de la izquierda. Dudé si picar al timbre. Me asomé a la ventana y ahí estaba Raquel en su ordenador. Me saludó y salió a abrirme.
—¿Qué te ha pasado? —me preguntó.
—¿A mí? Nada. ¿Por qué?
—Has tardado dos horas en llegar.
El tiempo pasa deprisa cuando estás de vacaciones.

7 de diciembre de 2012

ENGLAND: Exeter

"Speed, it seems to me, provides the one genuinely modern pleasure" (Aldous Huxley)


MULA
Entendí que decía «sushi», del resto no entendí nada excepto la otra palabra fácil: «bingo». Así que imaginé que íbamos a un restaurante japonés en el que jugaríamos al bingo durante la cena. «¿Qué coño les pasa en este país con el bingo?», pensé. Josh caminaba deprisa a todas partes. Yo seguía de vacaciones y me costaba aceptar su urgencia, pero no tenía otro remedio que andar a su ritmo. Salimos de su casa treinta minutos antes de la hora acordada. Vivía en un piso de estudiantes limpio y lujoso, en consonancia al nivel de vida de un alumno inglés de la Universidad de Exeter. Pasamos por un callejón estrecho. «Es un atajo», me dijo. Se puede visitar Exeter entero en menos de una hora y nosotros solo íbamos al otro lado de las vías de tren. Cruzamos por un puente. Josh me estiró del brazo para girar bruscamente por un siniestro camino de tierra por detrás de la estación. «This way». Eran las ocho de la noche y había algo de niebla.
—¿Sabes que en las dos últimas semanas dos chicas han sido violadas por aquí cerca?
Josh solía mezclar inglés con español cuando hablaba conmigo porque si no le entendía, no tenía la paciencia suficiente como para tener que repetirlo.
—Really?
—Yes. Two guys have been arrested.
Josh había sido mi profesor de inglés. También había estudiado filosofía. Hacía tanto de eso que ya ninguno de los dos podía recordarlo. En ese momento, Josh estudiaba business y tenía la estantería llena de libros sobre cómo triunfar en los negocios. 
—Es por eso que no dejo a mis amigas salir solas de casa —cambiaba Josh otra vez al castellano.
Yo estaba cagado de miedo, atravesando aquel pequeño bosque oscuro por ese camino de tierra. Me sentía estúpido. ¿Qué podía pasarnos? ¿Que alguien intentase violarnos?
Josh saltaba de un tema a otro y si no podía seguirlo, decía: «Da igual» y se pasaba un rato en silencio. Era una montaña rusa emocional. Un inglés caído de pequeño en una marmita de café expreso. En su celeridad, me recordaba a mi jefa de prácticas del periódico que dijo de mí una vez:
—Es muy bueno en lo que hace pero habla demasiado lento.
Me lo tomé como un cumplido. Al fin y al cabo, ¿qué importa lo lento que hable mientras escriba deprisa? Mi hermana mayor habla todavía más lento que yo. Ella fue la que me enseñó.
Llegamos los primeros a la puerta del restaurante japonés. Estaba cerrado. Mientras venían los amigos de Josh nos dedicamos a buscar un sitio en el que pudiéramos cenar. 
—¿Y qué pasa con el bingo? —dije.
—Iremos después —contestó Josh.
—¡Ah! Yo pensé que sería en el mismo sitio.
—¿Cómo va a ser en el mismo sitio? —se reía—. ¿Es que no me entendiste bien?
—No, lo siento. Nunca tuve buenos profesores.
Curiosamente, a Josh le encantaban ese tipo de comentarios mezquinos. A mí me salían a veces pero con más pena que gracia. Me lo quedé mirando un instante. Lo sentía lejos. Tenía las manos en los bolsillos. Salía vapor de nuestras bocas por el frío.
Los amigos de Josh llegaron en seguida y fuimos a una hamburguesería de allí cerca. Celebré que no fueran un par de chavales de veinte años. Se trataba de un chico y una chica que trabajaban en las oficinas de la universidad. Pasamos gran parte de la cena hablando del furry, una especie de perversión en la que la gente se disfraza de animales y tienen citas sexuales.
—What animal would you choose to be?
—I'd like to be a doe —dije.
—Really? So, you'd like to be a female?
—Eh... Yes, why not? —continué.
Y se hizo un silencio extraño. No era mi noche. Ser gracioso en otro idioma es algo que solo está al alcance de unos pocos.
Después estuvimos hablando de la crisis, de mis obras de teatro, de periodismo y de Londres y de España. Y después fuimos al bingo. Era el salón de juego más grande que había visto nunca. Nos sentamos por el centro. Una especie de azafata nos vendió unos cartones y nos entregó un rotulador a cada uno. Había bastante gente mayor. Nos explicó que se jugaba con cinco cartones a la vez y que contenían todos los números repartidos entre ellos. De esta forma, cada número que salía tenías que encontrarlo y tacharlo, hasta hacer línea en alguno de ellos y luego bingo. Fue terrible. Por suerte, me estuvo ayudando porque no di pie con bola. Una chica de nuestra mesa ganó una línea. Eso fue lo más destacable de la noche. En menos de media hora estábamos fuera.
De vuelta a casa, volvimos a pasar por el camino tenebroso que rodeaba la estación. Había tomado un par de copas y ya no me daba tanto miedo. Le dije a Josh:
—Has hablado muy bien de mí a tus amigos durante la cena. 
—Lo que dije es verdad. Me gustó mucho tu obra de teatro.
—Gracias. Es solo que... bueno, me gustó oírte.
Josh caminaba con prisa como siempre. No teníamos nada de sueño.
—Sonaba muy aburrido lo que decías de ti mismo —dijo de pronto—. Deberías venderte mejor.
—¿Venderme? ¿Por qué? Eran unos amigos tuyos, no una entrevista de trabajo.
—Hay que hacer un esfuerzo por gustar a la gente.
Josh no me miraba cuando hablaba. Yo hacía un rato que también había dejado de mirarle.
—No me lo he pasado bien en el bingo.
Josh saltaba de un tema a otro. 
—¿Por qué no? —pregunté.
En ese momento, Josh volvió a mirarme.
—Los números salían muy deprisa. Todo era demasiado rápido como para poder disfrutarlo.
Era mi última noche en Exeter. 
Él no lo sabía, pero sentí esa frase suya como un triunfo personal. 
Decidí no añadir nada y Josh tampoco habló más.
Caminamos hasta casa con las manos en los bolsillos. En silencio. Hacía frío. 

ENGLAND:
Oh, Ryanair, I hate you
Camden Town
Flirt
A house in Bournemouth
The Triangle
Gay Bingo
Stratford
Capítulo final

25 de noviembre de 2012

ENGLAND: Gay Bingo

"¿Saben por qué este micrófono tiene un cordón tan largo? Para sacarlo fácilmente después de que os lo haya metido por el culo" (Las aventuras de Priscilla, reina del desierto)

MGM
Me doy cuenta de que he estado yendo a los bares a la hora equivocada. No sé qué me pasa. Parezco tonto. Esta no es mi primera vez en Inglaterra. Aquí la gente cena entre las siete y las ocho. Así que en mi última noche en Bournemouth decido acercarme al DYMK un poco más tarde. Es jueves y ha estado lloviendo todo el día (sobra decirlo). Son las nueve y media cuando abro la puerta de madera del local y se hace el milagro. Hay unas treinta personas más o menos. ¡Por fin! Me alegra verles, aunque no sean muchos. Hay varias parejas treintañeras, un gay de mediana edad celebrando su cumpleaños, dos o tres hombres vestidos con ropa de cuero, un cowboy y un grupo de adolescentes desdentados. En el escenario, un gordo vestido de mujer hace girar un bombo con mucha elegancia. Están jugando al Bingo.
Me dirijo a la barra. El camarero ya me conoce. Le pido media pinta. Pasar las horas jugando al Bingo no es lo que yo llamo una noche de diversión.
—Welcome back!
—Thank you.
Me ofrece con la cerveza un cartón pero lo rechazo amablemente. 
Busco sitio en una de las esquinas, entre los adolescentes que me acogen sin mostrar demasiado interés. Entre bolita y bolita, el travestido presentador hace juegos de palabras sobre el tamaño de las pollas de los hombres y por dónde pueden meterse. Otra excelente clase de inglés para mí. Los movimientos con el micrófono ayudan a comprender sus chistes, probablemente muy ingeniosos, pero a mí solo me llega lo básico. Es curioso pero al público parece interesarle más el Bingo que el show.
Al cabo de una hora, ya me he tomado tres medias pintas. He estado hablando con un tipo que llevaba unos pantalones negros muy ajustados y una camisa tejana. Hacía años que no veía una camisa tejana. Me ha dicho algo así como que nunca me había visto por allí y yo le he dicho que yo a él tampoco. Tenía un ojo más grande que otro y unos pelos aislados en una lado de la frente. Era como una tercera ceja. Después, ha dicho algo y se ha reído. Y yo también, aunque no lo entendí, y ha querido pagarme una copa y le he dicho:
—No, thank you.
Y se ha ido.
También ha ocurrido que el grupo adolescente ha ganado dos partidas de Bingo y, por la emoción, han tirado varios vasos al suelo. Ahora están cantando una especie de himno de borrachos con las copas en alto y derramando cerveza por todos lados.
Para que os hagáis una idea, esto es algo así como la versión marica de una novela de Irvine Welsh. Imaginaos Trainspotting más Una jaula de grillos. Es lo que estoy viviendo esta noche. Nathan Lane  vuelve al escenario para empezar una nueva partida. Lleva una peluca rubia al estilo Marilyn Monroe y anuncia que esta ronda será cantada. "¿Cantada? No lo habré entendido bien", pienso. En ese instante, empieza a sonar las música de Don't cry for me, Argentina al mismo tiempo que salen los primeros número del bombo. Nathan Lane tiene la sorprendente habilidad de anunciarlos sin dejar de cantar y sin perder el ritmo.
—Don't cry for me, Argentina... Sixty-nine! The truth is I never left you... Forty-seven!
Uno de los chicos del grupo adolescente aprovecha para ir a buscar más bebidas. Paga con el dinero recaudado de las otras partidas y viene con cuatro o cinco pintas para todos. A estos chicos les empieza a crecer el pelo más atrás de lo normal. No es calvicie ni entradas. Son cabezas con otras leyes de la proporción. Imaginaos un capítulo de Little Britain más Priscilla, reina del desierto. Eso es lo que estoy viviendo esta noche. Son chicos con dentaduras que no se corresponden con sus bocas. Son Austin Powers más Benjamin Button. Quizás han crecido sin vitaminas o están así por la falta de sol. O por la polución.
Termina la partida y gana el chico del cumpleaños. No descarto que haya sido amañado. Es un tipo desnutrido en plan un Malcolm in the Middle de la revolución industrial. Y con eso he tenido suficiente. Decido marcharme.
Jandro debe hacer rato que duerme. La verdad es que no se ha perdido nada. O se lo ha perdido todo, según se mire. Ahora llueve torrencialmente. No llevo paraguas (sobra decirlo), así que me toca correr hasta la parada del autobús. Son más o menos las doce de la noche. Esta mañana compré un ticket de autobús para poder cogerlo todas las veces que quisiera durante el día. Pero voy a tener que pagar un billete nuevo. El bono es ahora una masa de papel mojado en el bolsillo de mi chaqueta.

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Oh, Ryanair, I hate you
Camden Town
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The Triangle
Exeter
Stratford
Capítulo final

12 de noviembre de 2012

ENGLAND: The Triangle

"No, you are not a gay. I am the gay. You're probably just a little bit poofy!" (Little Britain)

BBC
Me tomo un café en Flirt, como cada tarde, antes de aventurarme a investigar la vida gay de esta claustrofóbica localidad inglesa. Flirt no es una cafetería de ambiente pero, según me cuentan, los dueños son gays y de ahí la atmósfera cool y gayfriendly que se respira. Son las siete de la tarde. Jandro ya se ha ido a trabajar.
Para lo pequeño que es Bournemouth, tiene bastantes garitos para homosexuales. Están todos concentrados alrededor de un cruce de calles al que llaman The Triangle. Juraría, a simple vista, que hay más que en Glasgow, aunque eso no es difícil. Voy sin paraguas, como siempre, porque el viento me los rompe todos, resguardándome de la lluvia bajo el absurdo gorro que incorpora mi chaqueta. No parezco gay ni turista. Parezco el tonto del pueblo. Es martes y no albergo demasiadas esperanzas.
Las discotecas están cerradas porque es pronto todavía. Puede que ni siquiera abran hoy. Así que entro a uno de los pubs que, si no fuera por la banderita de arcoíris, pasaría por un bar cualquiera. La puerta está cerrada, supongo que por el frío. En un cartel se puede leer el nombre del lugar: Banksome Arms. Empujo la puerta. Yo no soy muy fuerte, pero tengo la sensación de que cuesta abrirla más de lo normal. La madera vieja y mojada produce un chirrido digno de película de terror. Entro despacio. Mis pasos resuenan sobre el suelo astillado. Hacen eco. Voy dejando huellas con las suelas mojadas. Al fondo, en la barra, cuatro tipos se han girado en silencio a mirarme fijamente. A pesar de los truenos de fondo, esto no es una película de miedo, como pensaba: es un western gay. Las paredes están adornadas con cuadros de torsos de modelos masculinos. Me acerco despacio al camarero. En mi cabeza, suenan las espuelas a cada paso. El tipo está secando un vaso con un trapo y le digo:
—Half a pint of Foster's, please.
A partir de ese momento empiezan a hacerme un poco menos de caso. Desde ahí, me percato que hay una mesa en un rincón con varios clientes más. En total debe haber unas diez personas aquí. El más joven me saca 20 años. Decido sentarme solo en un rincón, en la otra punta. Saco mi libreta y me pongo a escribir hasta que me termino la cerveza y me marcho. Salvo algunas miradas esporádicas, no me han hecho mucho caso.
Sobrevivir al primer sitio me envalentona y pruebo en otro. Este tiene la puerta abierta y más oscuridad. Juega con la estética de prostíbulo: sofás, lamparitas, cojines de terciopelo, bombillas de cabaret... Se llama DYMK que por lo que leo en un póster es el acrónimo de Does your mother know? Puede que las madres de los chicos de Bournemouth "no lo sepan" y por eso no hay nadie aquí, excepto una pareja de cuarentones desmejorados y un camarero calvo con frac blanco de coctelería. La barra está en el centro y forma un rectángulo con los asientos alrededor. 
—What's up? —dice el probable dueño.
—Hi —digo—. Can I have a pint of Tennent's, please?
—Yes, sir.
Le pago al momento, pues no tengo intención de quedarme mucho tiempo. Tengo ciertas dificultades todavía para reconocer el valor de los céntimos. Es algo que nunca se me da bien. Pero el hombre tiene la amabilidad de ayudarme. Es como uno de esos personajes homosexuales de series de televisión que incluyen un gay divertido para parecer más modernas. Durante los siguientes diez minutos, me quedo mirando el televisor que tengo enfrente y repite una y otra vez videoclips de divas de los ochenta. La pareja de cuarentones se morrea y charla animadamente delante de mí a la derecha. Uno de ellos es delgado, con gafas y piel color blanco nuclear. Tiene pinta de pasar horas y horas en la oficina bajo montañas de papeles. El otro es más peludo y moreno. Parece un leñador. Yo ya estoy tan aburrido que ni escribo. Tengo la libreta guardada en el bolsillo de la chaqueta. Entonces, el blancuzco se levanta y se va al baño. Yo intento distraerme mirando la decoración, cuando de repente: un silbido. ¿Me ha silbado el leñador o me estoy volviendo loco? Al principio, no me atrevo a mirar, pero entonces vuelve a silbar y esta vez estoy seguro. Le lanzo una mirada desagradable intentando protegerme. Y es ahí cuando aprovecha para lanzarme un beso y guiñarme un ojo.
Con eso tengo suficiente por hoy. Cojo mi chaqueta y me levanto dispuesto a irme de allí. El camarero me pregunta si ya me voy. Le digo: "Yes". Y añado, expresándome como puedo, que el local hoy no está muy animado. A lo que él responde que no está mal. Que por lo menos hoy he venido yo.

ENGLAND:

6 de noviembre de 2012

ENGLAND: A house in Bournemouth

"The toilet is upstairs. Just follow your nose" (The Young Ones)


BBC
Suena el despertador. Son las cuatro de la mañana. Jandro se arroja desde lo alto de la cama como un peso muerto, pero cae de pie dentro de sus zapatillas. Lo de este chico es heroico. Abro los ojos por curiosidad. Jandro se pone el uniforme de trabajo a cámara lenta, malherido de sueño. Las gafas. Un gorro. Una bufanda. Me mira y suelta un confuso graznido:
—¡Grrajhhfft!
Y se marcha. Todavía es de noche. En seguida me vuelvo a dormir.
Sueño con un chico inglés, rubio y hermoso. Algo así como el hombre de mi vida en versión original. Conduce un Aston Martin y yo voy de copiloto. Me resulta extraño que el volante esté al otro lado y todo eso de circular por la izquierda. Aunque viajamos a toda velocidad, yo intento besarlo y él me dice:
—¿Dónde te llevo?
—No lo sé —respondo—. Donde tú quieras.
No me mira a la cara.
—Dime. Dónde quieres ir.
—No lo sé. Te he dicho que no lo sé —insisto.
Entonces, abre la puerta y me empuja fuera del coche a 200 km/h.
Cuando me despierto, Jandro acaba de volver de trabajar.
—¿Ya son las ocho? —le pregunto estirando los brazos.
—Chzzieerpffg.
Jandro se arranca el uniforme como un striper de bajo presupuesto y se derrumba en el lado izquierdo de la cama. Yo ya no voy a poder dormir más. Es una de las típicas casas inglesas sin persianas y ya entra toda la luz de la mañana. Anoche nos acostamos temprano. Jandro estuvo hablando con su novia por Skype que es enfermera y vive en España. Cenamos. Vimos un capítulo de Padre de familia y a dormir.
Tengo que hacer tiempo hasta que Jandro se vuelva a despertar, así que enciendo el ordenador tratando de no hacer ruido. Leo algunas noticias. Investigo si la situación en España es horrible o fatal. Después, me pongo un par de capítulos de Weeds. Cuando me canso de estar sentado, me voy a dar una ducha. Todo el piso está enmoquetado y cruje el suelo. La calefacción funciona, pero la cortina del baño está destrozada, como si hubieran saltado 100 gatos sobre ella. Solo queda un trozo de plástico desgarrado. 
Duchado, vestido, me dirijo al piso de abajo a prepararme un té. Es el segundo día que estoy aquí. La barandilla de madera carcomida se mueve al agarrarte. Me doy cuenta de que la serie The Young Ones no era exagerada. Hay casas como aquella en Reino Unido. Podría saltar y atravesar el suelo hasta el piso de abajo. O romper la pared con la cabeza y saludar al compañero de la habitación de al lado. Si Jandro me empujara escaleras abajo, fácilmente destrozaría todos los barrotes de la barandilla con el cráneo. No quedaría ni uno y yo me levantaría como si nada.
Enciendo la kettle en la soledad de la aurora. Todo el mundo está trabajando o en la universidad. En esta casa deben vivir unas ocho personas que no he visto. Anoche, haciendo la cena, conocí a dos de ellos. Un tipo de unos 40 años que trataba de arreglar la rueda de su bicicleta en la cocina mientras nosotros freíamos unas pechugas de pollo. Con una mano trataba de hacer girar la cadena, mientras en la otra sostenía una lata de Foster's y eructaba. Tenía la bicicleta encima del mármol, debajo de un armario en el que hay escrito con rotulador: "Common plates". Eructaba y se reía de sus propios eructos. Yo estaba asustado, tenía miedo de que me pidiera que le estirase del dedo.
Después vino a ayudarle un chaval de unos 20 años, rubio y con cara de "el mundo me da igual". Llevaba un chaleco de pescador como el de Regreso al futuro encima de una camiseta de manga corta azul. Entre los dos intentaron arreglar la bicicleta, pero creo que no lo consiguieron.
Despierto a Jandro a las diez de la mañana, después de fregar los platos sucios de la cena que dejamos sobre la mesilla de noche. Vuelve a balbucear pero esta vez ya se le empieza a entender. Tenemos que ir a Poole, el pueblo de al lado, y volver pronto porque tiene que trabajar otra vez por la tarde aquí en Bournemouth.
—Lo que haces es muy duro.
—Sí, el horario es una mierda. Pero, bueno, me llega para pagar el alquiler.
—¿Y por lo demás?
—Depende del día. Mi jefa es portuguesa. A veces, me grita y yo le digo que no me grite. Es habitual. Pero los compañeros son majos. Aunque casi siempre estoy solo.
—Podría ser peor, supongo.
—Yo soy realista. Es lo que hay. Si no me gustara, me iría. Hay españoles aquí que han venido porque se pensaban que se iban a hacer ricos y están fregando platos. Otros que trajeron a toda la familia, hijos incluídos. O peor, los que están aquí para poder pagar la hipoteca del piso que compraron en España.
Poole es un pueblo pesquero, bastante bonito. Se nota que Jandro lo ha tenido que enseñar muchas veces. Comemos en un pub. Me dice que, probablemente, antes de Navidad vuelva a Barcelona y termine su aventura. Por lo menos, esta etapa. Es un gran tipo. Como muchos otros que están por aquí y quizás merezcan mejor suerte.

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Exeter
Stratford
Capítulo final

1 de noviembre de 2012

ENGLAND: Flirt

"It's a great huge game of chess that's being played all over the world if this is the world at all, you know. Oh, what fun it is! How I wish I was one of them" (Through the looking glass, Lewis Carroll)

MULA
En Flirt, cada pared está pintada de un color diferente. Hay una lila, otra verde. Hay una blanca, una azul y otra marrón. Es el lugar preferido de Jandro, que me ha dejado aquí porque se ha tenido que ir a trabajar. Me fascina el techo del que cuelgan barbies y madelmans antiguos como si fueran marionetas junto a una bola de discoteca. Hay cuatro televisores que emiten a la vez cuatro videoclips distintos. La música que suena en el ambiente no tiene nada que ver con ninguno de ellos. Hace media hora que estoy solo, observando, cuando una dulce camarera me pregunta:
—Are you finished with that?
No puede disimular su acento español, ni yo tampoco. Pero ninguno de los dos está dispuesto a cambiar de idioma si no lo hace primero el otro.
—Yes, thank you le digo, y se lleva mi taza de café vacía.
Suena una canción de REM. Una china con jersey atraviesa la sala directa al piano del rincón. Levanta la tapa que cubre las teclas y empieza a tocar una pieza alegre que no reconozco. Se diluyen unos y otros sonidos con las conversaciones. Un chico negro juega al ajedrez con una pelirroja mientras toman el té. Junto al ventanal, bajo un cuadro de Diana Ross, un niño está sentado en una alfombra roja con un oso de peluche gigante. Flirt es una extraña mezcla entre manicomio y ludoteca.
Me levanto a pedir otro café. Llueve en el exterior, no tengo ganas de ir a ninguna parte. Dejo en mi asiento las bolsas de ropa que compré en Primark igual que hicimos antes con Jandro.
—Esto es Bournemouth. Confia en la gente. Aquí nadie te va a robar.
Supongo que él lo sabe bien. Lleva viviendo aquí casi un año.
—Another regular Capuccino, please.
—Ok, darling —responde la camarera, ya riéndose de la situación.
Estoy sentado en un sofá rojo. Aquí todos los asientos son distintos. Como recogidos de la basura, pero limpios y restaurados. Es como una fiesta del no-cumpleaños. Cojo un diario y leo por encima las noticias pero solo hablan de lo de Jimmy Savile. Estoy harto de este tema. Cada día salen testimonios nuevos. Al final va a resultar que este hombre abusó de todos los niños de Inglaterra.
El chico negro le corrige una jugada a la pelirroja. Le explica con el alfil en la mano por qué no ha sido un movimiento inteligente y la invita a rectificar. Hay gente que viene aquí a hacer esto de verdad. Gente real. Yo no puedo evitar pensar que son personajes de novela.
—Aquí tienes tu Capuccino —se rinde la camarera.
—Así que eres española.
—Sí. Llevo aquí desde el verano.
Yo estoy de vacaciones, visitando a un amigo. Trabaja limpiando unas oficinas.
—¡Ah, muy bien! Pues que te diviertas.
Jandro y esta chica son el tipo de emigrantes que nunca saldrían en Españoles en el mundo. Nadie se cree ya ese programa. Aunque Jandro y esta chica parecen felices con su aventura.
El chico negro le hace jaque mate a la pelirroja. Ella se ríe y le da un cachete en el hombro, recriminándole su victoria. Hace cinco años, escribí en Londres una obra de teatro sobre una mujer que se enamoraba de su profesor de ajedrez. Me gustaría que ellos lo supieran, pero no se lo diré. Además, ya es tarde y ha dejado de llover.

24 de octubre de 2012

ENGLAND: Camden Town

"It is silly not to hope, besides I believe it is a sin" (Ernest Hemingway, The Old Man and the Sea)

MULA

Cada uno de nosotros escoge el tipo de té que más nos apetece tomar como si eligiéramos al hombre de nuestra vida, y compartimos un trozo de pastel de chocolate. Es mi lugar favorito de Camden y creo que también el de María. Es lunes. Llueve. Todo es extraño. Nunca había estado en Londres en octubre. Nunca había paseado por Camden con las calles vacías.
—El camarero no está mal —le digo a María.
—Sí, pero creo que no es de los tuyos.
Es un local pequeño, como el comedor de mi casa, con la pared de ladrillo y cuadros colgados. El chico que nos atiende lleva tatuajes y sonríe de forma natural. Está con otros dos chavales que, o bien trabajan aquí, o son sus amigos. Es un ambiente muy familiar. María lleva una camiseta marrón y una especie de rebeca estampada. Le cuelga del cuello una cadena con una pequeña medalla en forma de libro:
—No podrás saber lo que pone. Son palabras de una página de una novela.
—Estás llena de secretos —le digo.
María es el tipo de chica con la que puedes hablar de sexo sin que se ponga colorada. Su vida es un magnífico guion que Almodóvar se está perdiendo. Vino a Londres a trabajar durante las Olimpiadas y ha decidido quedarse. Ahora tiene que encontrar otro trabajo. No le será difícil. Su inglés es excelente y es una gran cocinera.
—Estás guapérrima, María. Te lo juro.
—Cállate, anda. No me hagas la pelota.
Mi madre querría como nuera a una mujer como María. Y, probablemente, no sea la única.
Uno de los chicos a mi izquierda está leyendo un libro titulado The Essential Hemingway. Lleva unos tejanos rotos y un flequillo que le tapa los ojos. Mientras lee, toma notas en un folio de color amarillo. Comenta con su amigo, más joven, uno de los pasajes mientras comparten un té. —Quiero vivir aquí. Quiero ser como ellos —le digo a María.
—Puedes hacerlo.
—No es tan fácil.
—¿Por qué?
—No lo sé.
Tengo en el bolsillo de la chaqueta un bolígrafo y una libreta que compré en WHSmith. Es una Moleskine. Un tipo de cuaderno que, según dicen, fue utilizado por artistas e intelectuales como Van Gogh, Picasso, Hemingway o Bruce Chatwin. Un simple rectángulo negro, con las esquinas redondeadas, un cierre de goma para sujetar las páginas y un bolsillo interior que me hacen sentir escritor. Salimos de la tetería y me pongo la mano en el pecho para tocar la libreta y asegurarme que aún sigue ahí.
—¿Qué quieres hacer ahora?
Entramos a un pub. Es mediodía. Huele a madera y a cerveza. Hay un partido de críquet en la televisión. Somos los únicos españoles. Pido un English breakfast. Me gusta comerlo cuando estoy por aquí. Tardan mucho en servirnos y no nos tratan demasiado bien. 
María me dice: "Tienes planta, tú". Me dice: "Me gustan tus brazos". 
"Estás bueno".
Por eso me gusta estar con ella.
—Tienes ganas de novio —continúa.
—¿Por qué lo dices?
—Porque los miras a todos.
—Sí, pero estoy harto. 
—¿De qué?
—De que me rompan el corazón.
—Así es la vida. No eres el único. La última vez que me rompieron el corazón, me tuve que ir a vomitar al baño.
Aquí nadie me habla de la crisis, ni de la independencia de Catalunya. Nadie me habla de votos, elecciones, política, corrupción, paro ni recortes. Es como un oasis. Un respiro de la asfixiante realidad española. Adoro el aire de esta isla.

ENGLAND:
Oh, Ryanair, I hate you
Flirt 
A house in Bournemouth
The Triangle
Gay Bingo
Exeter
Stratford
Capítulo final