25 de octubre de 2007

COLD

Estoy hecho una auténtica mierda. Tengo las anginas tan inflamadas que apenas puedo hablar o comer. No puedo respirar por la boca. ¡Y es que hace un frío de cojones! Ya no tengo más ropa que ponerme encima. Y los putos escoceses siguen yendo en manga corta por la calle. Empiezo a pensar que son un ejercito de mutantes. He ido a la farmacia y les he dicho:
Hello. I have two enormous balls in my neck and it hurts, you know?
A veces, no saber expresarte bien en un idioma carece de importancia. 


Me han vendido Ibalgin y Cuprofen y Coldrex LaryPlus y Chloraseptic. Creo que me han dado por muerto ya. Me extraña que no me hayan vendido una pastilla de cianuro para que todo sea más rápido. Estoy pensando en ponerme quinientas libras en el zapato para pagar mi entierro si encuentran mi cadáver tirado por ahí, como hacen los monjes budistas. Desde anoche que sólo tomo pastillas y té. No he comido nada más. No me entra. Se me está poniendo cara de viejo inglés. Hoy no voy a salir más. Afortunadamente, no tengo clase, ni mañana tampoco. Los filosofillos escoceses se han ido de excursión a disertar sobre el ser y la nada a la montaña. Es triste, por mi parte, tener dos días de vacaciones y tener que quedarse en casa medio moribundo.
Aunque sea época de resfriados, esto no es normal. Llevo dos semanas con la garganta hecha un Cristo (de los dolores) y chutándome ibuprofeno en vena... ¡y nada! ¿Qué me pasa, doctor? ¿Soy un enfermo incurable? Me he puesto a buscar en internet remedios caseros y he leído que un dolor de garganta continuado puede ser síntoma de una leucemia. Casi me caigo de la silla. Una buena amiga mía que sabe mucho de las cosas y que cree, como yo, que la psicología humana tiene una explicación para todo, me dijo:
Cuando una afección no se cura, puede tener un factor psicosomático. Si es en el cuello, quiere decir que hay algo que quieres decir y no estás diciendo.
En momentos así, detesto la psicología. Parece ser que el pequeño Iván que vive dentro mío tiene un mosqueo que te cagas. Está harto de que no le haga caso, de que lo esconda, le mande callar, no le saque a bailar por donde a él le gusta y no le presente a mis amigos. Se ha cansado de recibir codazos en las costillas cada vez que me cuenta un secreto al oído; de morderse la lengua, del cinturón de castidad. El pequeño Iván se ha hecho un hombre y me ha retado en un duelo a muerto en mi garganta. Como yo siempre he sido un blando y un débil, aunque presuma de macho, le voy a dejar ganar. Porque sé que me puede, porque es mucho más auténtico que yo. Porque paso de que me pegue una paliza. Porque se lo merece. Porque bastante me está doliendo todo ya como para poner a darme de ostias. Así que ahora mismo voy a salir a la calle y voy a gritar bien fuerte quién soy. Para que todos se entere. Para que todo el mundo me oiga. Voy a pintar un corazón en la pared con mi foto dentro. Voy a escribirme un poema en inglés y se lo voy a enseñar a toda la facultad. Voy a hacer todo lo que... que... que estoy mirando por la ventana y hay escarcha en los coches. No sé. Quizás lo dejamos para otro día. Mañana... o la semana que viene...

16 de octubre de 2007

SKIRT FOR BOYS, SHIRT FOR GIRLS PARTY

Una misma idea puede ser considerada genial o estúpida, divertida o absurda, original o ridícula, dependiendo de la persona que la juzgue. Cuando vives en un país extranjero, al menos esa es mi idea, es preferible no juzgar y dejarte llevar por las ocurrencias de la gente. Estamos aquí para divertirnos. No es que uno no pueda sentirse estúpido, absurdo o ridículo participando en la idea de otro, pero cuando la casa de tus padres está dos o tres países más abajo de donde tú estás, todo se relativiza mucho.

El pasado viernes acudí a una fiesta bautizada como The Skirt for Boys, Shirt for Girls Party en casa de unos franceses. Ya me había advertido un amigo inglés acerca de la ambigüedad de los gabachos, pero prefiero no entrar en el tema. Matthieu, el chico que me acompaña en la foto, no era uno de los organizadores, aunque sí es francés... pero prefiero no entrar tampoco en ese tema. El leit motiv del encuentro, como decía, a parte del común de emborracharse y pasar el rato, era que los chicos debían ir vestidos con falda y las mujeres con ropa de hombre. Nadie nos explicó el porqué ni nosotros lo preguntamos (intuyendo que no lo había), simplemente fuimos a casa de Sara y Alessia (erasmus italianas) en busca de ropa que ponernos para la ocasión. Desafortunadamente, no había mucho donde escoger. En estas tierras tan nórdicas (irónicamente el país de las faldas) hace tanto frío que las mujeres van con patalones. Al menos, nuestras amigas. Pero rebuscando en los armarios encontré para mí una falda de cuadros por la cual más tarde me acusarían de hacer trampas.

La fiesta, pasada la novedad, no fue nada del otro mundo. La casa era muy bonita: una escalera con alfombra roja, barra de bar en la cocina y estrellas pintadas en las paredes. Por lo demás, lo de siempre: conversaciones en inglés inventado, gente borracha que baila sola, música de diferentes países, vino italiano, güisqui escocés y labios que se encuentran entre la confusión y las burbujas.

Yo no juzgo, pero no puedo dejar de mencionar que me resulta cuanto menos curioso que alguien elija la noche en que su chico va con vestido (o su chica con un bigote pintado) para lanzarse a robarle un primer beso. Debe tener algún morbo añadido que se me escapa. Lo que sí sé es que cuando vas con falda te meten mano, más que en ninguna otra situación en tu vida. Y eso es algo que, debo confesar, me gusta, y no fue el viernes la primera vez que lo sufría (gozaba) en mis propias faldas... Ahora haced un esfuerzo y tratad de no juzgarme.

6 de octubre de 2007

LIFETIME or IT'S NOT MY FAULT

"I awoke on Friday, and because the universe is expanding it took me longer than usual to find my robe" (Woody Allen, Mere Anarchy)

MULA
Hay a nuestro alrededor un millar de inocentes fenómenos a los que culpar cuando las cosas no nos salen bien: el mal tiempo, Dios, la educación que nos dieron nuestros padres, las leyes de la física, la (mala) suerte, la ciudad, el país, la vida, el tráfico, el universo o la torpeza del pobre diablo que tengamos al lado ejerciendo de pareja, amante, familiar, amigo, compañero de piso, de trabajo o de desconocido de turno que pasaba por allí. Cualquier excusa es buena para no sentirnos culpables, para no ser responsables de nuestras propias miserias. Para los que no se hayan dado cuenta: esto no es un poema. Hoy debería hablar de Edimburgo y de lo maravillosa que es. Debería contar cómo están yendo mis primeras clases de filosofía en inglés (estos escoceses siguen diciendo que es inglés eso que hablan) y mis visitas a la Burrell Collection y la Polok House; mis salidas nocturnas a las fiestas del Cheesy Pop en la Queen Margaret Union o las veladas de bailes regionales que organiza la International Society. Debería escribir sobre la piscina de la universidad donde todos se bañan sin gorro, la licencia de la televisión pagada bajo amenaza de cárcel (aunque en mi caso sería deportación, supongo), el Kelvingrove Museum, los partidos de rugby que ponen en el que nosotros llamamos The Cheapest pub. Debería explicar mis anécdotas con los demás erasmus, encantadores todos. Pero no estoy de humor para eso.

Para los morbosos diré que no he follado desde que estoy en Glasgow y la verdad es que no me importa, igual que no debería importaros a vosotros. A los demás quiero deciros que estoy bien, pues nadie se muere de tristeza ni soledad, por mucho que digan los cuentos y los poetas. Sin embargo, me lamento y me cago en todo menos en mi ombligo cada vez que compruebo que soy incapaz de ser feliz durante más de media hora, aunque todo sea perfecto (no lo es). Toda alegría, cualquier satisfacción que me llena y me dibuja una sonrisa, es sustituida al rato por el miedo, el frío interior y una sensación de vacío impropia del joven que sale a divertirse; ver la nada plantarse desafiante ante tus ojos como un espejo y querer volver a casa para meterte debajo de la cama, procurando no llorar por el camino.

Pero nada de eso es culpa mía, sino de la vida, que está mal hecha. Hay quien dice que eso es lo que la hace interesante y rica, que gracias a los momentos malos valoramos los buenos, y que tan viva está una lágrima como una carcajada. Pero yo ya me estoy hartando de esta montaña rusa bipolar en que todo es provisional y los momentos felices se gastan como se consume cada cerilla de un paquete que no durará eternamente. Por desgracia, sólo hay una vida y no podemos elegir. La vida es lista y no acepta competencia, sino se quedaría sin clientela, pues a nadie le gusta vivir en una constante maniaco-depresiva. Es la vida la que está psicótica y no yo. Ni vosotros tampoco. Es la vida la que nos parió nihilántropos. Y no hay elección, porque si la hubiera yo escogería un universo plano y estable en el que la mandíbula no doliera después de mucho reír, ni los momentos alegres se desvanecieran en el aire como el efecto de un porro, como un orgasmo (siempre inaprensible); si pudiera me quedaría sólo con el puntillo de la borrachera y no con el patético momento de arrodillarse en el váter a vomitar, con un eterno día soleado que no secara los campos. Porque la vida puede ser maravillosa quisiera que lo fuera todo el tiempo, y no tuvieramos que sufrir para valorar lo que tenemos o tuvimos o tendremos. Si pudiera elegir no viviría, simplemente sería feliz. Pero algo me dice que eso es imposible, al menos en esta vida.