24 de octubre de 2011

GRITOS DEL MÁS ALLÁ


Cuando Strómboli Teatre me ofrecieron escribirles una obra, me sentí muy halagado. Después, Sergi Gómez, el director, me explicó el proyecto y me cagué un poco.
Queremos hacer un espectáculo tomando la estructura de los libros de Elige Tu Propia Aventura. Partiendo de una historia, desarrollar cuatro líneas argumentales y dieciséis finales.
Yo miraba el esquema y pensaba: "se han vuelto locos". Por otro lado, el encargo era un bombón y acepté el reto. Me dieron total libertad y, además, tenía que escribir los personajes a medida, lo que es siempre de agradecer. Teníamos claro que era una comedia pero, pensando en los libros en los que nos basábamos, decidí que tomara forma de cuento de terror, con todas sus consecuencias.
Así nació GRITOS DEL MÁS ALLÁ, obra que lleva ya varias semanas en cartel, cosechando un gran éxito y de la que me siento muy orgulloso. Los actores están en estado de gracia, la dirección es impecable, la presentadora divertidísima... Humor, terror, intriga, secretos... Y todo eso en un formáto en el que tú decides el desarrollo de la historia. No os lo perdáis, de verdad que vale la pena.

TEATRE LLANTIOL
(C/Riereta, 7)
Todos los MIÉRCOLES a las 20:30h

17 de octubre de 2011

MI PUERTA

I.

Mi puerta sigue abierta aunque tu miedo
no se atreva a pasar sin pantalones.
Se abrió con tu sonrisa y el enredo
entre mis dedos y nuestros botones.

¿Cuándo vas a volver a mi regazo?
Si no me perteneces, nada es mío.
Puedo ofrecer a cambio los pedazos
de un corazón al borde del hastío.

Vivir sin ti es un ángel en un pozo,
una copa de vino para cuatro,
un espejo partido en varios trozos,

un jilguero difunto en la oficina,
un mendigo en la puerta de un teatro,
un actor sepultado en la rutina.

II.

Mi puerta sigue abierta todavía
aunque ya no te acuerdes de mi mano
y borren de tus ojos la alegría
las fugaces tormentas del verano.

No pido que te rías en plan tonto,
sólo digo que entres cuando quieras.
Si tiene que ocurrir, que ocurra pronto,
si tiene que morirse, que se muera.

Mi vida sin ti, mi peor derrota,
el ladrido de un perro en un desguace,
las rimas del cuaderno de un idiota,

el sordo desconsuelo del fracaso,
un niño que no sabe lo que hace,
un dandi con zapatos de payaso.

10 de octubre de 2011

GAMBIA: Capítulo final

El Sheraton es un hotel de cinco estrellas que teníamos justo delante de casa. Son un engorro este tipo de hoteles, acaparan toda la playa y no puedes pasar. Cada vez que bajábamos al mar teníamos que rodear su enorme recinto y dar toda la vuelta. Tardábamos mucho. Por el camino se nos iban acoplando niños o rastafaris que nos contaban su vida. Al llegar a la playa, paseábamos hasta la zona privada del Sheraton y todos nuestros acompañantes se despedían de nosotros. Había una frontera invisible que se negaban a traspasar. Un negro no puede entrar a según qué sitios a no ser que esté trabajando.

SHERATON
Un día nos cansamos de dar la vuelta y decidimos colarnos en el hotel. Nos pusimos nuestras mejores ropas de piscineros: gafas de sol baratas, sandalias y sombreros. Y con la cabeza bien alta cruzamos la caseta del vigilante y pasamos bordeando la barrera. El tipo se nos queda mirando.
Good morning.
Good morning.
Era evidente que nadie entraba a ese hotel caminando. No tenía puerta de entrada. Solo carretera. Quién se paga un hotel de cinco estrellas sale con chofer y más en un país como éste. Los sacan en coche y los llevan directamente a los lugares más turísticos y poco más, no sea que se vayan a asustar.
Pero tenemos la suerte de ser blancos. Un empleado negro por mucho que vea claramente que nos estamos colando no va a decirnos nada por el simple hecho de ser blancos. Y así es como pasamos el hall y hasta empezamos a hacernos fotos. Había tanto lujo que daban ganas de gritar:
Champagne for everyone! pero no lo hicimos.
En lugar de eso, Ainhoa gritó: "¡Por el ascensor! ¡Bajamos por el ascensor!". Los recepcionistas no dijeron nada y bajamos a la piscina.
Nos sentamos en el bar y el camarero nos preguntó por la pulsera. Le dije que queríamos pagar en efectivo.
Ok. No problem.
Gambia no problem. Así fue como nos tomamos las primeras cervezas frías de todo el viaje.
El último día, volvimos al Sheraton. Se había vuelto una especie de adicción. Un capricho irrenunciable. Nos acompañaban Omar, Israel y Kalipha que habían madrugado esa mañana para traernos mango. Al llegar a la puerta del resort empezaron a despedirse de nosotros.
"Un empleado negro nunca le va a decir nada a un turista blanco. Nos hemos colado varias veces. ¿Qué pasa si invitamos a unos niños negros a entrar con nosotros?", nos preguntamos.
Y sin pensarlo ni un segundo, les cogimos de la mano, uno cada uno y pasamos al recinto. Los niños alucinaban, nunca habían visto nada semejante. Los trabajadores del hotel les silbaban y bromeaban con ellos.
¡Qué suerte habéis tenido! les decían.
Y vieron el hotel, la piscina, nos bañamos en la playa. No podía vérseles más felices. Pasamos un par de horas jugando y charlando.
El remate fue al marcharnos cuando a alguien se le ocurrió preguntar:
¿Alguna vez habéis subido en un ascensor?
¿Recordáis la primera vez que subisteis en un ascensor? Yo no. Ningún europeo puede acordarse de algo así. Es una experiencia banal, cotidiana, sin ninguna emoción. Pero para esos niños fue el colofón de una gran aventura. Sus caras en el ascensor de cristal eran como de montarse en la montaña rusa. Y les divirtió tanto que subimos y bajamos todo el hotel dos o tres veces contemplando el mar desde la ventana. Siempre recodaré ese momento.
Pasadas las semanas, todo el viaje parece un largo sueño. A veces me pregunto si realmente estuve ahí y viví todo eso. Por suerte están las fotos y los vídeos. Y mis amigas diciendo que cuando leen lo que escribo sienten que están en Gambia otra vez y lo reviven.
Son viajes que cambian las cosas. Para mí ya nunca será lo mismo llegar a un aeropuerto, ni ir al mercado, coger un taxi, ni subirme a un ascensor. Y eso es lo mejor de todo. No puedo hacer otra cosa que sentirme agradecido.

Gambia is different and it made me different too.

3 de octubre de 2011

GAMBIA: Retorno a Brufut

Las canciones hacen más amena la carretera. Lo triste es cantar por desesperación. Hemos salido tarde de Sutukoba, costaba irse, y sabiendo el camino que nos espera por delante nos desquiciamos de tan sólo pensarlo. La madre de Bakary no paraba de llorar cuando nos íbamos. Vanessa y Montse tampoco han podido aguantarse las lágrimas. Pero Bakary no ha mirado atrás ni un segundo. Entre coplas, canciones de Sabina, Estopa y gran parte del repertorio del viejo cancionero de campamentos (o lo que de él podemos recordar) atravesamos el río. Han decidido que es preferible volver por el norte; las carreteras están mejor. Además nos permite hacer algunas paradas turísticas.

MULA
Creo que aquí más de uno sabe inglés pero me ha tocado a mí hacer de traductor. El guía es una especie de profesor Tornasol negro, con gafas de culo de vaso, largos bigotes y habla más deprisa de lo que puedo yo pensar. Nos explica el qué y el por qué de unos monumentos prehistóricos. Yo trato de entenderlo todo pero las frases se llenan de lagunas en mi mente y cuando traduzco tengo que rellenarlas con lo mejor de lo que se me va ocurriendo. Nadie protesta.
Algo similar ocurre en una isla en la que se vendían esclavos,la siguiente parada, pero a éste guía, una especie de descendiente de Kunta Kinte, le entiendo mejor.
Anochece y todavía tenemos que coger un ferry para cruzar hasta Banjul. No sabemos si llegaremos a tiempo para el último. Si lo perdemos, nos vamos a tener que quedar a dormir allí mismo y nos devorarían los mosquitos. Pero la cosa se complica cuando vemos en el puerto una larga cola de camiones esperando para embarcar. Hay gente fuera de sus coches, mucho ruido, gallinas correteando. Es evidente que no cabemos todos en el barco y además nos cuentan que algunos puede que lleven esperando todo el día.
Hay militares paseando entre los vehículos. No se sabe si controlan la situación o la complican más. Sutu y Morrow bajan del minibús para hablar con ellos. Se puede respirar la tensión desde aquí. Siguen llegando más y más coches y camiones detrás nuestro. Todo sucede como a cámara rápida, vamos a contrarreloj. Es la primera vez que se les ve estresados en todo este tiempo. Suben y bajan del minibús, discuten en mandinga en tono clandestino. Hasta que finalmente entregan al  militar un fajo de billetes y vuelven a sus asientos. Salo enciende el motor y se gira para decirnos:
Close the windows!
Y sabemos que tenemos que obedecer y casi no podemos ni reaccionar cuando Salo nos pone en marcha a toda velocidad. Esquivamos personas, coches... La gente nos grita. Golpea las ventanas. Escucho algún insulto en inglés. Parece una escena de La Guerra de los Mundos. Hasta que con ayuda del ejército pasamos delante de toda la cola y conseguimos colarnos en el ferry.
En Banjul cenamos en un restaurante justo enfrente de un enorme arco luminoso que el dictador se ha construido para felicitarse el cumpleaños. Venimos de un pueblo que no tiene electricidad y el ostentoso monumento de bombillas de colores nos deja con la boca abierta.
El dueño del restaurante es afín al presidente. Se puede saber porque sólo habla en inglés y wólof y aunque entiende a Bakary se niega a responderle en mandinga. 
En la televisión dicen algo de unos incidentes en Manchester y Londres que no acabamos de entender. Mientras el dueño nos trae la cena dando portazos. 
Si yo siguiera viviendo aquí, acabaría en la cárcel dice Bakary.
Terminamos la cena. Pagamos. El dueño nos mira como oliendo mierda. 
Bakary, ¿cómo se decía 'gracias' en mandinga?
Al salir por la puerta nos despedimos uno a uno, todos los blancos diciendo: "Abaraka". El tipo se sorprende lo justo, pero a nosotros nos sabe mejor que sus patatas fritas.