26 de octubre de 2013

LA MANZANA DE CRISTAL: Six-pack

"Sexualmente, es decir, con mi alma" (Boris Vian)

Oliver era una especie de Barney Stintson en versión gay alemana. Con su camisa azul de marca, miraba con indiferencia a todo aquel que se le acercara.
Ayer me follé a un tío explicaba a los demás.
Era el único no-asiático del grupo.
¿Y cómo era?
No me acuerdo decía.
Y todos se reían.
No me hagáis pensar... continuaba después pasándose una mano por el pelo. Neoyorquino... Ya sabéis. Un asco. Pero, bueno... fue muy amable conmigo. Y luego me pidió el teléfono.
Oliver solamente daba su teléfono a los chicos que de verdad le interesaban. Es decir, casi ninguno.
¿Por qué debería haberle dado mi teléfono?
Es de buena educación dijo Goki.
¡No! ¡A la mierda! Fue un polvo, nada más. Follamos, estuvo bien y se acabó. No quiero volver a ver a ese tipo. ¡Así que no voy a darle mi puto teléfono!
Era ese tipo de argumentación que solo sonaba razonable en boca de Oliver. Su grupo de amigos, diez centímetros más bajos que él, admiraba su popularidad, templanza y desfachatez.
Y tengo que deciros que me sentí muy bien. Os animo a hacerlo.
Viajábamos en un taxi camino de una discoteca. Goki estaba sentado entre Oliver y yo. En el asiento de delante, junto al conductor paquistaní, se encontraba Bryan.
¿Y a ti qué te parecen los chicos de Nueva York? me preguntó Oliver.
Era una pregunta difícil.
Bajo mi punto de vista, en Nueva York había tres tipos de hombres: los muy atractivos, los muy gordos y los vagabundos. El resto éramos turistas.
Como no sabía qué decir, se lo solté tal cual. Oliver se rió, lo que, al parecer, era un triunfo a juzgar por las miradas del resto. Después, Goki preguntó:
Entonces, ¿yo qué soy?
Vagabundo dijo Bryan.

2
Entramos a la discoteca y el ambiente no parecía demasiado distinto a las noches de Barcelona. Los chicos eran más o menos como en todas partes y la única diferencia es que solo sonaba música en inglés y los cubatas eran vasos con solo tres dedos de bebida.
¿Qué quieres tomar?
No tenía ni idea de qué pedir. No conocía ningún cóctel.
Un cosmopolitan dije, recordando Sexo en Nueva York.
Y nos pusimos a bailar.
Oliver iba y volvía. Se perdía entre la gente. Goki y Bryan bailaban tambaleándose, incapaces de mover la cadera. Más o menos, ese era mi estilo.
Pensaba que los chicos aquí serían más guapos dije.
Esto es una discoteca... no Abercrombie & Fitch.

3
Abercrombie & Fitch era una tienda de ropa con la curiosa particularidad de tener siempre un modelo sin camiseta en la entrada. Los turistas, especialmente mujeres, se hacían fotos con ellos sin ningún pudor. Les tocaban el pecho. Los abdominales. Les pedían un beso. Yo nunca había visto en directo cuerpos tan perfectos. Sin trucos de iluminación. Sin photoshop. Torsos esculpidos en deseo con los músculos anhelados por cualquier homosexual en sus noches más solitarias.
Según Goki, en Nueva York había muchos modelos que habían venido para trabajar en las mejores marcas y habían terminado de camareros, dependientes o, los más afortunados, en la puerta de Abercrombie & Fitch.
Pasar por allí se convirtió en un vicio. Había dos chicos distinto cada día. Por la mañana y por la tarde. Goki y yo nos acercábamos, mirábamos, entrábamos a la tienda dos minutos y volvíamos a salir. Volvíamos a mirar. Y nos íbamos. Me sentía como un adolescentes hojeando a escondidas las revistas pornográficas de los quioscos.
Pero a Goki, el único soltero de los dos, aquello le deprimía más que le excitaba. Al llegar al piso, bajaba a correr media hora al gimnasio de la segunda planta de su edificio.

4
Goki y Bryan no parecían demasiado interesados en ligar aquella noche. Tampoco Oliver que, sin embargo, no iba a perder la oportunidad de pavonearse un poco. A parte de un borracho que intentó abrazarme porque le gustaba mi camiseta, yo tampoco había tenido demasiado éxito. Afortunadamente. No estaba de humor para rechazar a nadie. Y en ese momento fatal, me percaté de que un negro no paraba de mirarme. Era un armario de dos metros, guapísimo, con una camiseta blanca y unos vaqueros. Tenía unos brazos lo bastante fuertes como para levantarme con una sola mano. Yo sonreí y miré hacia otro lado.
Cuando volví a mirar, ya lo tenía a un palmo de mí.
Buenas noches, guapo.
Buenas noches.
Rodeó mi espalda con su brazo derecho, sigiloso, como una boa constrictor al acecho. Yo no pude moverme ni un centímetro.
¿Qué haces por aquí?
Estoy de vacaciones dije.
Vente a mi casa contestó.
Ya me tenía agarrado con los dos brazos. Podía notar su fuerza. Puse las manos sobre sus pectorales y empujé levemente. Eran duros como una roca. Tenía miedo. También me excité un poco. Busqué un hueco por el que salir de allí pero era imposible. En seguida, desistí.
Buscó mi boca y yo aparté la cara, así que me besó en una mejilla.
Yo grité: «Oye, no hagas eso», con la dignidad de una dama del siglo XIX.
Entonces, me soltó un poco.
¿Qué te pasa? ¿No te gustan los negros?
Pensé que me iba a arrancar la cabeza. Podría haberlo hecho, si hubiese querido.
—Me encantan los negros —dije. Y tú eres muy guapo. Pero tengo novio. Lo siento.
Ya, pero tu novio no está aquí...
Ciertamente, no estaba. Ni siquiera en la misma ciudad. Ni en el mismo país. Estaba en otro continente. Demasiado lejos para que me sirviera de excusa.
Sí que está aquí mentí. Mira, es ése.
Señalé a Oliver que estaba tomándose un Long Island apoyando un codo sobre la barra.
Cuando los dos le miramos, saludó con cierto desaire. Tuve esa suerte.
Ah, ese es tu novio dijo el chico negro. Ahora entiendo que no quisiera darme su teléfono la otra noche.
Me acarició con la mano la mejilla.
Sonaba una canción de Alicia Keys.
Finalmente, me soltó y me dijo:
Es muy guapo pero en mi vida había visto una polla tan pequeña.

LA MANZANA DE CRISTAL:
Butterflies & papagayos
Jet lag
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Personajes
Let's go yankees
Capítulo final

15 de octubre de 2013

LA MANZANA DE CRISTAL: Let's Go Yankees

¿Te apetece ir a ver un partido de béisbol? Me han regalado unas entradas en el trabajo.
Claro. ¿Por qué no? ¿Dónde?
En el Bronx.



Nunca pensé que visitaría el Bronx. Había viajado a Nueva York con el propósito de no salir de Manhattan. Hasta cruzar la mitad del puente de Brooklyn me había parecido excesivo. Y eso que había lidiado en otros viajes con militares armados (Gambia), atracadores (Florida) y exhibicionistas (Londres). Pero el caso era que no podía quitarme de la cabeza todas aquellas películas de Scorsese que había visto una y otra vez desde que era pequeño.
No te preocupes me tranquilizaba Goki. El estadio de los Yankees está solo donde empieza el Bronx. Además, habrá mucha gente que va a ver el partido.
¿Y cómo iremos?
En metro.
Podía recordar tres, cuatro y hasta cinco secuencias diferentes de tiroteos en el metro de Nueva York. Por una vez en mi vida, me arrepentí de haber visto tanto cine americano.
Está bien contesté. No quería quedar como un gallina. ¿Contra quién juegan?
No lo sé dijo Goki.
Eran los Baltimore Orioles.

Nos reunimos con dos amigos suyos, Keitaro y Bryan, directamente en la estación al lado de su piso. Keitaro era japonés, con la cara ancha y hablaba sin parar de sexo. Bryan era medio chino medio canadiense, muy serio y silencioso. Solo abría la boca para hacer bromas muy ácidas, pero sin sonreír, así que había que estar atento.
He estado dos veces en Barcelona me explicaba Keitaro mientras pasábamos las estaciones correspondientes a Central Park. Es una ciudad maravillosa.
¿Te gusta?
Sí, mucho. ¡Qué chicos tan guapos tiene! Estuve en el Circuit en 2010 y 2011. Me hubiera gustado volver este año, pero la verdad es que follé tanto que creo que voy a tardar una década en recuperarme.
Keitaro se reía a carcajadas él solo.
A cualquier cosa lo llamas tú follar replicó Bryan.
Tenía la extraña sensación de estar en un capítulo adulto de Doraemon. Todos eran una cabeza y media más bajos que yo.
¿Y tu novio a qué se dedica?
Es humorista dije.
¿De verdad? A mí me encanta el stand-up comedy comentó Bryan con la frialdad de un psicópata.
Debe ser muy divertido.
Bueno, lo es. Pero tampoco es que se pase todo el día contando chistes aclaré.
Eso les hizo gracia por algún extraño motivo.
Por entonces, ya habíamos salido de Manhattan.

Al salir de la estación, respiré hondo diciéndome a mí mismo que seguro que no iba a ser para tanto. Goki me acarició la espalda. Subimos las escaleras y, nada más poner un pie en el Bronx, nos encontramos de frente un hombre negro hablando solo y a gritos. No vendía nada. Decía algo de la desgracia del mundo. Le faltaba un ojo pero no llevaba la cuenca tapada. Se podía ver el interior de su ojo sin ojo cicatrizado por su piel oscura. Apestaba a alcohol. Goki me estiró del brazo y caminamos hacia el estadio esquivando al extraño mendigo.
Eran aproximadamente 200 metros, pero no pude evitar la tentación de echar un vistazo al barrio. Las casas era de dos pisos, con la pintura caída y aspecto destartalado. Algunas ventanas estaban tapiadas. Pasamos por debajo de las vías del tren donde tres tipos sin camiseta charlaban junto a un contenedor de basura. Caía un chorro de agua enorme de algún lugar de aquellas vías. Rebotaba en una pared y se convertía en un río que se deslizaba hasta las cloacas de un poco más allá. Con poca destreza, lo cruzamos, mojándonos los pies. Keitaro hizo algún tipo de broma sexual que no entendí.
En la puerta seis nos encontramos con el resto: Oliver, un alemán rubio y elegante, acompañado de una amiga morena y banal, y Vicky, una tailandesa rica con un amigo homosexual.
¿Qué tal vas? me preguntó Oliver—. Se te ve asustado.
No me gusta este barrio dije.
No te preocupes por el barrio. Preocúpate mejor por que ahí dentro no nos peguen por maricones añadió colocándose su flequillo dorado con una mano.
Tuvimos que pasar un detector de metales y un registro como en un aeropuerto, lo cual me tranquilizó bastante; más que los cinco coches de policía y las dos ambulancias que había en la puerta.
Yo creo —dijo Vicky ya en nuestro asiento que como en el Bronx hay muchos inmigrantes ilegales acaban viniendo aquí todos los inmigrantes ilegales, para estar con sus familias y por eso, al final, hay tantos inmigrantes ilegales aquí y es tan peligroso.
«¿Cómo será la vida de Vicky en Tailandia?», pensé. Yo la imaginaba en un palacio.

El estadio estaba lleno, propiciando el ambiente idóneo para la diversión. Sin embargo, tres jugadas fueron suficientes para descubrír que el béisbol consiste básicamente en que durante la mayor parte del tiempo no suceda nada interesante.
En el fútbol no siempre hay goles, pero por lo menos corren le dije a Goki.
No lo sé. Yo no entiendo de deporte.
Pasaron 40 minutos hasta que, por fin, vimos un home round. El estadio prácticamente se vino abajo. Llevábamos rato haciéndonos fotos por aburrimiento. Aproveché también para preguntar a Keitaro la diferencia entre ball y strike:
Tú olvídate de tecnicismos: es como el sexo anal; cuando ves las pelotas, hay que darle bien fuerte con el bate —dijo. Lo que me hizo pensar que tampoco tenía mucha idea.
Yo no podía creer la cantidad de espectáculos que se iban sumando al partido conforme avanzaba: juegos interactivos en las pantallas, música con coreografías absurdas, la cámara del beso, la cámara de la chica sexy, las felicitaciones de cumpleaños... De pronto, anunciaron por megafonía que dos veteranos de guerra habían acudido al estadio aquella noche. Una especie de presentador improvisado, los sacó a la pista. No dijeron de qué guerra eran pero por su aspecto juraría que no llegaron a Vietnam. Los dos viejos se pusieron la mano en el pecho y empiezó a sonar God Bless America con karaoke incorporado en las pantallas. El estadio entero se puso en pie. Nosotros hicimos lo mismo. Goki se puso la mano en el pecho.
¿Qué haces? le dije.
No sé, me siento muy presionado.
La gente gritaba aquella letra patriótica como si le fuera la vida en ello. Con una escalofriante pasión. Parecían dispuestos a matar por su país. Yo pensaba: «Esto en Barcelona sería imposible». Claro que luego recordé que conocía a unos cuantos tíos dispuestos a matar por el Barça.
Cuando veo estas cosas dijo Bryan pienso que Estados Unidos y Corea del Norte al final no son tan diferentes.
Todo formaba parte del show. Al principio creía que era para suplir los tiempos muertos, pero ya hacia el final, me di cuenta de que era parte inexorable de la idea americana de espectáculo. Que no podían concebirlo de otra manera. Que si vinieran a ver un partido de fútbol a España, pensarían: «Pero, si no sucede nada. Lo único que hacen es jugar».

Nos marchamos en la ronda ocho, un poco antes de que terminara. Ganaban los Yankees. De camino al metro, ya estaba más tranquilo y el barrio no se me antojaba tan peligroso.
¿Qué te ha parecido la experiencia? —me preguntó Oliver.
No me ha gustado le dije. Es un juego muy lento.
A lo que él respondió:
Es verdad. Y ni siquiera llevan pantalones cortos.

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Personajes
Six-pack
Capítulo final

8 de octubre de 2013

LA MANZANA DE CRISTAL: Personajes

"There are nearly thirteen million people in the world. None of those people is an extra. They're all the leads of their own stories" (Synecdoche, New York)




1
Era increíble lo rápido que uno podía adaptarse a aquella ciudad. Quizás porque sus calles respiraban el aroma de las películas de nuestra infancia. O porque allí todo el mundo tenía cara de extranjero. El arcoíris racial que invadía sus avenidas te hacía olvidar en pocos días que tú no formabas parte de aquello. Uno podía aterrizar un viernes y el lunes siguiente sentir que había vivido en Nueva York toda su vida. De alguna manera, había sido así. Era la ciudad de todo el mundo.
Aquella mañana, caminaba en dirección norte por la Quinta Avenida, con un café de Starbucks en la mano y algunos dólares sueltos en el bolsillo. Pasé delante del Empire State, ya sin mirarlo, como cuando camino frente a La Pedrera o La Sagrada Familia en Barcelona.
Joder, venga, ¡putos turistas! ¡Apartaos que tengo que pasar! ¡Vamos! Solo es un puto rascacielos pensé.
Yo quería curiosear libros. Comprar, quizás, alguna obra de teatro en inglés. Pero, en todo el tiempo que llevaba en la gran manzana, no me había cruzado con ninguna librería. 
No hay librerías dijo Goki.
¿No?
Había. Pero ya no.
No puede ser.
Bueno, hay la biblioteca pública. La de los leones.
Sí, la de Los cazafantasmas
Sí.
Pero, no puede ser que no haya librerías. ¿No compra libros la gente?
Sí, pero los compran en Amazon porque te los llevan directamente a casa. Los neoyorquinos no tienen tiempo para ir a hojear a la tienda... Además, ya saben lo que quieren. Lo compran por internet y ya está.
Sí, ya lo sé. Las Cincuenta putas sombras de Grey.
Sentí una mezcla de vértigo y pena. A mí me gustaban las librerías. Aunque, por lo menos, la gente seguía comprando libros. No era como los CD de música. 
Goki me dio la dirección de la única librería que conocía.

2
Pasé frente al Rockefeller Center sin mirarlo. Todavía me quedaban unas cuantas manzanas. Me acerqué a tirar mi vaso de café vacío dentro de una papelera cuando una anciana me detuvo. Me miró fijamente y se puso el dedo índice en perpendicular a su boca para pedirme silencio. La tomé por una loca. Iba vestida de negro. Entonces, señaló a un grupo de ancianas que estaban manifestándose junto a ella. Todas de negro y un cartel que decía: «WOMEN IN BLACK AGAINST WAR». Asentí respetuosamente y me marché. Tuve que detenerme a pensar un momento: ¿a qué guerra se refieren? Tenía algo de prisa.
Más adelante, a la altura de Tiffany's, en la otra acera, un vagabundo me pidió dinero. Le di unos céntimos que llevaba encima.
Gracias me dijo, en perfecto español. Necesito el dinero para volver a casa.
No sabía a qué casa se refería pero aquello me impresionó de verdad.

3
Por fin, llegué a la librería. En la entrada, todo eran libros de finanzas. Era un edificio de dos pisos. El piso de abajo estaba lleno de mierdas al estilo Cómo triunfar en los negocios o Economía para tontos. En la parte de arriba, se acumulaban las novelas, las obras de teatro, la música y las películas. Visto así, parecía un cementerio cultural lleno de piezas de museo. Un homenaje póstumo al siglo XX. Eché un vistazo a algunas obras de Mamet, Albee, Labute y O'Neill y me marché.

4
«Puedo tomar cualquier espacio vacío y llamarlo un escenario desnudo», decía Peter Brook. «Un hombre camina por este espacio vacío mientras otro le observa, y esto es todo lo que se necesita para realizar un acto teatral».
Cada metro de acera en Nueva York parecía un escenario. Yo era ese espectador observando. Todas y cada una de aquellas extrañas criaturas parecían salidas de historias soñadas por locos de todo el mundo.
De vuelta a casa de Goki, un señor con bigote y camisa roja, me entregó un folleto político. Quería pedir mi voto para un nuevo candidato a alcalde llamado CATS.
¿Como el musical? dije.
Sí, exacto.
Pero, yo no vivo aquí. No puedo votar.
No importa. Solo quiero informarte.
Aquel tipo dedicó cinco minutos de su tiempo a tratar de convencerme de por qué CATS sería el mejor alcalde que nunca había tenido Nueva York. Y sabía que yo solo era un turista.
Ya a punto de llegar a casa, un negro me paró bailando y puso en mi mano un CD de música. Y me dijo: «It's great». Y yo dije: «Thank you». Después siguió bailando un poco y me preguntó mi nombre. Tuve que deletrearlo dos veces. Sacó un rotulador del bolsillo y me firmó el CD. Y me pidió cinco dólares por él. Le dije: «No, gracias. Lo siento pero no voy a darte cinco dólares». El tipo empezó a discutir conmigo en varios idiomas, entre ellos, el inglés, el español y el fucking. Así que le di un dólar. Le devolví el CD y le di las gracias. Entonces, se quedó más tranquilo.

5
Al llegar a casa, Goki estaba desesperado buscando sus gafas de sol.
Ha venido un fotógrafo profesional con la dueña a hacer fotos del piso me dijo y han ordenado toda la casa. Ahora no encuentro nada.
Todo estaba ordenado. El piso parecía otro. Aunque Goki había empezado ya a desordenarlo para averiguar dónde estaban ahora cada una de sus cosas.
Tómatelo con calma. ¿Quieres que te ayude?
No, gracias. ¿Cómo fue en la librería?
Algo decepcionante. No he comprado nada.
Vaya.
¿No crees que Nueva York está lleno de gente extraña?
¿Gente extraña? Sí. Como en todas partes, ¿no?
Es como si ya no hubiera libros y los personajes se hubieran esparcido por toda la ciudad...
No sé a qué te refieres. Dices cosas muy raras.
Bueno, es solo una sensación.
¡Por fin! dijo Goki de pronto.
Había encontrado sus gafas.

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