26 de febrero de 2013

MADRUGADA

Arrebujado en un mar
de sábanas en llamas
me abandonas
cada madrugada.
Desterrado de ti, duermo
en la condena
del olor de tu cuerpo sin tu cuerpo
mientras amanece.

Desorientado y carnal,
en la maraña de aliento y abandono
en que me dejas,
me masturbo sobre tu fantasma.

Ni me desvivo por ti ni por nadie,
ni me arranco la piel a tiras por tu amor,
ni pienso en mariposas,
ni lloro por las noches.

Pero cada madrugada que te marchas
con tu prisa cruel
el hueco de tu abrazo es un abismo,
la cuenca de mi boca, un lodazal
y se me llena de jueces la memoria.

Es un océano mi cama de tu semen
con mi semen
en que muero ahogado
cada madrugada.

13 de febrero de 2013

MI JEFE

Os voy a contar una historia que nunca ocurrió.

FOX

Era uno de esos días en que tienes ganas de reventar la cara de tu jefe contra la mesa del despacho. Agarrarle por los pocos pelos que le quedan en la nuca y empujar su rostro contra los informes de productividad de encima del escritorio. Contra el teclado del ordenador. Cogerle por la corbata y hacerle rebotar una y otra vez hasta romperle el tabique nasal y que la sangre salpique contra las paredes de color blanco roto.
—Buenos días. ¿Cómo va la mañana?
—Bien. Una mañana cualquiera. Sin más.
Era uno de esos días que tu jefe decide volverte a mirar a la cara y tú solo quieres escupirle. Subirte en su mesa de madera de abedul, bajarte los pantalones y cagar. Dejar un zurullo humeante sobre sus gráficos de rendimiento. Saltar por la ventana y morir.
—Me alegra verte de buen humor porque tengo buenas noticias.
Mi jefe era un tipo triste que ni odiaba su trabajo ni le encantaba. Tenía cuarenta años y dos hijos pequeños. Su mayor pasión era combinar el color de la corbata con el de los calcetines. Decía cosas como "guay", "eso está de puta madre" o "vamos, chicos" para mostrarse cercano a los trabajadores a su cargo que, con total discreción, le despreciaban profundamente. 
—Vamos a pagaros un extra —me dijo con una sonrisa pueril. Tenía entre los dedos un bolígrafo negro de punta fina. Me fijé en cómo lo movía. Era hipnótico. Alguien le había dicho que lo tuviera entre las manos durante las reuniones para tener seguridad. Desde entonces, era incapaz de soltarlo. 
—¿Vais a subirnos el sueldo?
Mi jefe se rió buscando una complicidad inexistente y me explicó que la empresa iba bien y querían premiarnos aunque no iba tan bien como para poder subirnos el sueldo y que ya les gustaría y que si fuera por él ya nos lo habrían subido hace tiempo.
Aquella noche me había despertado solo en medio de la cama con la mitad de las sábanas en el suelo. El chico que se había quedado a dormir se había marchado sin despedirse. Levantarse solo es mucho peor que dormir solo. La habitación todavía mantenía el olor a sexo. Me levanté desnudo. Lo busqué en la cocina y en el baño, pero tampoco estaba allí. Se había marchado. Miré el móvil esperando una explicación pero nada. Le escribí. Me contestó en seguida. Me dijo que lo sentía pero que tenía prisa y no quería despertarme. Yo pensé: "Que te jodan". Pensé: "Vete a la mierda". Y escribí: "De acuerdo. No te preocupes". Y me contestó con una carita sonriente. Y yo puse otra carita sonriente.
Mi jefe también sonreía. Daba ganas de vomitar. Su concepto de buenas noticias dejaba mucho que desear.
—Entonces, ¿qué te parece?
—Me parece bien.
—No pareces muy contento.
—Bueno... —dije— no es mucho dinero. Además, ya nos estáis pagando menos de lo que deberíais por un puesto de trabajo como éste. Y el contrato no se corresponde con el cargo verdadero que ejercemos. Y... bueno, ya sabes que ni siquiera nos pagáis las horas extra...
—Las cosas no son fáciles, con los tiempos que corren... ¡Pero bueno! ¡Poco a poco! ¡Treinta euros son treinta euros!
Su entusiasmo era repugnante.
—¿Y cuándo vamos a cobrarlos?
Conforme más rato pasaba en aquel despacho más fuerte podía sentir el olor de colonia de hombre mezclado con aftershave, desodorante y el aroma a madera de aquellos muebles. Mi jefe hacía girar el bolígrafo de punta fina cada vez a más velocidad. Entonces, empecé a marearme. 
—Eso... eso... todavía tenemos que hablarlo. Pero, bueno, que cobrarlos, los cobraréis seguro. No sé si podrá ser este mes o el siguiente. Ya os avisaremos, no te preocupes.
El bolígrafo daba vueltas y mi cabeza empezó a dar vueltas también. La habitación giraba como en una atracción de feria. ¿Qué estaba pasando? Tenía que haber desayunado algo más que los dos cafés con leche y los cinco cigarrillos. Eran las once de la mañana. 
—Si te digo la verdad... Todavía no sé si os lo ingresarán en nómina o os daremos unos vales para El Corte Inglés.
Aquello no era un chiste. A veces, nos daban un sobre con un cheque regalo de 20 o 30 euros para gastar en El Corte Inglés. No sé qué trato tendrían con ellos. La cuestión era no soltar la pasta. 
—De acuerdo —dije.
Tenía el estómago girado. Un sudor frío empezó a recorrer mi espina dorsal, desde la rabadilla hasta la nuca. Miré a mi jefe a los ojos. Se me nublaba la vista. Tenía el bello de punta.
—Y eso es todo —continuó. El cabrón no dejaba de sonreír—. ¿Tienes alguna pregunta?
No dejaba de sonreír, el muy hijo de puta.
—No.
Estaba a punto de vomitar. Joder. Iba a vomitar en el despacho de mi jefe.
Se levantó. Yo hice lo mismo. Me miré los pies. No estaba seguro de poder caminar en línea recta. Sentí una arcada pero volví a tragarme la bilis antes de que me llegara a la boca. "Debo tener un aliento horrible", pensé. Mi jefe caminó hasta la puerta. Yo le seguí. Dios, no iba a conseguirlo. 
—Bueno, pues que sepas que estamos muy contentos contigo, igual que con todos tus compañeros. 
Solo deseaba que dejara de hablar. Por su madre, que se callara y me dejara salir de allí. 
—Gracias —dije. Y me cayó una lágrima. Miré al techo. La puerta seguía cerrada con la mano de mi jefe sobre el pomo. Se hizo un silencio. Puede que durara medio segundo pero me parecieron horas. 
Y entonces, abrió. Crucé el umbral de metacrilato. Ya casi estaba. Me di la vuelta. Le estreché la mano. El cabrón era un puto androide programado para sonreír. Entonces, soltó mi mano y me relajé un poco. Pero mi estómago hizo un ruido extraño. Y mi jefe dijo: 
—Por cierto, ¿has visto la nueva máquina de café?
Y entonces le vomité encima. Sin remedio. En una sola ráfaga marrón con tropezones de la cena de la noche anterior. Un chorro incólume de jugo estomacal salió disparado contra mi jefe manchándole la camisa, la corbata, parte del cuello y la cara. Y por intentar frenar aquel tsunami de restos de comida bajando la cabeza, también salpiqué sobre su bragueta, los pantalones y un zapato.
Nunca olvidaré a mi jefe lleno de vómito en la puerta de su despacho. De pie. Con los brazos abiertos. Goteando. 
No supe qué decir, como suele ocurrir en estas situaciones. Y lo que me salió fue:
—Bueno, gracias por todo.
Y, entonces sí, sonreí. Con estupor. Con una sonrisa muy similar a la que él mantenía ocho horas cada día. 
Y así fue como, por un segundo, le entendí un poco mejor.

6 de febrero de 2013

LOS AMIGOS DEL JOVEN ESCRITOR

"Hay un problema con los escritores. Si lo que había escrito un escritor se publicaba y vendía mucho, muchos ejemplares, el escritor pensaba que era magnífico. Si lo que había escrito se publicaba y vendía poco, pensaba que era magnífico. Si lo que había escrito nunca se publicaba y no tenía dinero suficiente para publicárselo él mismo, entonces pensaba que era, más que magnífico, genial" (Mujeres de Charles Bukowski)
Werc Werk Works
1. La noche de su cumpleaños, los amigos del joven escritor le dieron varios consejos como que buscara un trabajo serio, de cuarenta horas semanales y bien remunerado. Que lo buscara en otro país, si fuera necesario. Que dejara de perder el tiempo buscando hombres en páginas de contactos: "Eres un buen amante pero no te olvides de usar siempre condón y pedirles la partida de nacimiento", le decían. Los amigos del joven escritor le aconsejaron que se desabrochara el primer botón de la camisa. Que continuara poniéndose aquellas rebequitas de colegio religioso que parecían triunfar entre el público latino. Que tuviera cuidado con los caballos y sus partes genitales. Que disfrutara de los momentos más simples porque la vida es un conjunto de ellos. Que hiciera caso de sus sueños. Que cuidara a sus amigos porque la amistad es lo único que quedará siempre. Y que fuera feliz, consciente de que la felicidad no es un estado permanente. Ninguno lo es.

2. Los amigos del joven escritor le advirtieron la noche de su cumpleaños que el pasado y el futuro podrían no dejarle disfrutar del presente. Que algunas personas no son de fiar. Que tuviera más cuidado con su móvil. Que no rodara más videoclips casposos porque él valía más que eso. Le advirtieron que los hombres mienten para conseguir sus encantos. Que no se fiara de los chicos más jóvenes que, aunque no puedan votar, luego saben hacer otras cosas. Que la diversión de ir al gimnasio no debía mezclarse con otro tipo de entretenimientos. Le dijeron: "No pierdas el tiempo". Los amigos del joven escritor le advirtieron que si no se ponía a escribir en serio... no se lo perdonarían nunca.

3. Según sus amigos, el joven escritor no se mordía la lengua y, a veces, decía muchas cosas sin decir nada. Era sincero. Era guapo. Culto. Sensible. Una bella persona. Íntegro. Casi perfecto. Pero debía ser más flexible. Además, la gomina no le quedaba bien en su pelo rizado y, por pereza, no siempre explotaba todo lo bueno que tenía. El joven escritor, en ocasiones, creía que las personas estaban en contra de él, pero no era así. Era muy delgado; para algunos de sus amigos, demasiado. Sin embargo, su forma de hablar pausada y tranquila aportaba un punto de seducción y encanto. Y, a pesar de ser inteligente e intuitivo, se mostraba demasiado agrio en sus críticas a los demás. Según sus amigos, el joven escritor se alejaba de las personas que le recordaban las cosas que él no tenía. No bailaba suficiente en las discotecas.  Era creativo y original. Una persona con la que se podía hablar seriamente de cualquier tema. Aunque también iba un poco de superior. Los amigos del joven escritor creían que era difícil llegar realmente hasta él, pero valoraban su capacidad de crear obras tan divertidas.

4. Los amigos del joven escritor, la noche de su cumpleaños, desearon que encontrara un amor no basado en el sexo, una relación estable con una persona que le completara (el hombre de su vida) y un trabajo de periodista. Desearon que se adaptara bien a su nuevo piso. Le desearon una cama doble o triple. Que dejara de ser pobre para disfrutar de la vida. Que escribiera un libro y plantara un árbol. Los amigos del joven escritor desearon aquella noche pasar muchos más momentos junto a él.