31 de enero de 2009

EL ÚLTIMO EXAMEN DE LA CARRERA


Lo hice el miércoles pasado. No sabía que era el último. No lo disfruté. Es una mierda hacer algo por última vez sin saber que es la última vez. Lo haces como si cualquier cosa. Yo creía que era un examen más y luego estuve pensando y me di cuenta de que sólo me quedan tres asignaturas y que lo único que tengo que hacer es entregar un trabajo para cada una. Eso quiere decir que si apruebo todo, no haré más exámenes de filosofía. Tres trabajos me separan de la licenciatura. ¡Tres! ¡Crisis! ¡No estoy preparado! ¡No puedo terminar todavía! Hay tantos filósofos que no conozco y tantas cosas que no sé... y en unos meses seré licenciado. Se supone que tengo que saberlo todo sobre filosofía y me falta mucho, muchísimo. Terminar los exámenes es un gran alivio, una liberación; terminar la carrera es un vacío en el estómago, es vértigo, miedo, mareo, incertidumbre, cagalera fina. Hoy que ya no tengo que estudiar más que lo que me apetezca, miro y veo más allá de mis apuntes y me encuentro rodeado de desorden. No sé si a vosotros os pasa, pero yo mientras estoy de exámenes padezco síndrome de Diógenes. Acumulo cosas a mi alrededor hasta que la mesa desaparece. No encuentro nada. Tengo ropa por el suelo y mi habitación se convierte en un vertedero infecto con mi cotidianidad amontonada. Es lamentable. Afortunadamente, mi hermana se ha encargado estos días del resto de la casa y hemos podido sobrevivir. Acabar la carrera tan de repente supone también esa mirada alrededor. Mi vida es de igual manera una acumulación de cosas desordenadas. Tengo que limpiar, tirar algunas, otras guardarlas y a otras buscarle su sitio. Va a ser un paso adelante, un salto al vacío de la boca de mi estómago. Un nuevo comienzo. El último examen de mi carrera ha sido largo. Ha sido sencillo. Ha sido uno más. Si hubiera sido consciente de que era el último, no sé si lo hubiera vivido diferente. Pero la verdad es que no tiene ninguna importancia ese examen. Es sólo una manía mía de agarrarme a los momentos y no querer que se escapen. Ahí voló mi último examen y ni me enteré. Me lo tomaré como el inicio de un camino en el que las cosas simplemente suceden. O bien, lo habré suspendido y todo este post no habrá servido para nada.

25 de enero de 2009

EL VALOR DE LA REALIDAD

"Odio la realidad, pero es en el único sitio donde se puede comer un buen filete". (Woody Allen)


En el primer post que escribí en este blog, justo antes de huir al Reino Unido, decía que odiaba todo lo real. Que era preferible soñar, que la realidad no daba la talla. Supongo que por eso me iba. Había algo a mi alrededor que sentía que fallaba, así que cambié mi entorno para ver qué pasaba. Vivir en Glasgow fue una fantasía y como tal tuvo que acabarse. ¿Es por eso peor el ahora? ¿Por qué es más real? Las circunstancias que nos rodean son un espejo de nosotros mismos. A veces, aunque insistimos compulsivamente en cambiar lo que nos envuelve, el reflejo que vemos es siempre el mismo: ese nosotros tan anodino y doloroso. Sin embargo, hoy quiero apostar por la realidad. Quiero hacer las paces con ella de una vez, ya que es el único sitio en el que se puede ser realmente feliz. Y yo quiero ser feliz, finalmente, aquí y no en mis fantasías. ¿Soy un ingenuo? ¿Es imposible? Quizás sí. Pero esta vez me siento lleno de fuerza y optimismo para luchar por la realidad y no contra ella. Por una realidad digna, llena, que valga la pena. ¿La hay? Hoy creo que sí. Aunque sea en la ficción donde tenemos el control total (o la evasión total); aunque sea en las fantasías donde soy escritor, actor, dibujante, cómico, filósofo y superman y todo lo que quiera. Aunque en la realidad sólo sea yo. Quizás eso no sea poco, aunque sienta que no soy nada (nihilántropo yo). La realidad tan imperfecta, tan injusta, tan barroca, es el único lugar en el que mis proyectos pueden realizarse, en el que mis labios se encuentran con tus labios, mis dedos con tu espalda. La realidad, ese lugar tan valioso en el que vivo, crezco, amo, lloro, siento, veo, huelo, río, me emociono. En ese sentido, ninguna fantasía podría estar a la altura.

12 de enero de 2009

SILENCE: Exams in progress

"De vez en cuando se aprende algo, pero se olvida el día entero" (Arthur Schopenhauer)


En vez de estudiar me he dedicado a buscar una buena frase y una imagen chula para el blog, ya que no he escrito nada desde el 2008. Pero ahora que ya llevo un rato mareando el teclado, siento que debería estar estudiando en vez de perder el tiempo. Es curioso que las cosas que más nos gusta hacer, en época de exámenes sean pérdidas de tiempo. El estudio se lleva el monopolio de todas mis horas, ¡menudo cacique!
Me estoy exigiendo demasiado. Estoy bloqueado. Mi cerebro es una esponja empapada en una sopa de letras tratando de poner orden. Me retuerzo en el sofá como un boniato seco. No quiero estudiar. Simplemente, no quiero. Éste es mi último año de carrera. Eso implica una presión infinita. No me permito ningún suspenso. No me gustan las asignaturas que me quedan. ¿Sabéis lo que es estudiar una asignatura que detestas? Es como tener que memorizar la guía de teléfonos.
Quisiera que el sofá me absorviera. Pasar a ser uno de sus cojines, mis partículas entrelazadas con las suyas. Quisiera que mi mente se disolviera en la atmósfera con el calor de mi estufa eléctrica. Sufro una siesta pesada. Como dormir dentro de un tanque de agua caliente, con altavoces emitiendo heavy metal desde el fondo. Un pensamiento atrofiado como cualquier otro.
En la televisión, un hombre absurdo trata de batir el récord mundial de ponerse el mayor número de calzoncillos posibles. Por algún extraño motivo, me reconforta. Pienso en el futuro. No tengo ni la más remota idea de lo que será de mi vida el año que viene. El patético hombrecillo pierde el conocimiento por la presión que los centenares de calzoncillos ejercen sobre sus partes. No puede respirar. Los servicios médicos le atienden en directo. Eso me hace recordar un viejo chiste. Debería haber pensado antes que todos esos calzoncillos podían matarle de asfixia. Alguien podría habérselo dicho aunque, al fin y al cabo, era su vida la que estaba en juego. Supongo que en algún momento le pareció una buena idea. Finalmente, sobrevive.
Sigo sin querer estudiar. No me apetece lo más mínimo. Pero tengo que hacerlo. Es lo que he elegido. Es lo que elijo. Voy a estudiar porque llegados a este punto es lo que mejor idea me parece. Es hora de preocuparme de mis propios calzoncillos.