24 de junio de 2009

DICEN QUE LA DISTANCIA

Dicen que la distancia es la osadía
de los necios de idilios de ficción,
que es poesía, esta pena mía,
que no tengo derecho a extremaunción.

Que es como amar el aroma del viento
que atraviesa en verano nuestras casas,
divagar con las nubes del momento,
curar las quemaduras con las brasas.

Me atormenta pensar en el mañana
con la presión de los demás encima,
si estoy solo sentado en mi ventana
y no me quedan fuerzas ni autoestima.

Tus ojos son consuelo de mi llanto,
tus juegos son destellos de mi sombra,
tu boca, una pensión; tus besos, ¡tanto!
Mi alma sin tu amor, solo una alfombra.

Si ando reescribiendo como loco
el plural de la primera persona,
es porque sentir así es sentirte poco:
Madrid, Alicante, Glasgow, Barcelona.

La paciencia que doy es la que pido
al mago de tu aliento que promete
la derrota de lo desconocido
con tres ases debajo del tapete.

Te espero como esperan los soldados
a que acabe la guerra del vecino.
Te imploro, corazón: ¡Ve con cuidado,
que aún queda lo más duro del camino!

12 de junio de 2009

COSAS NORMALES

Entrando al gimnasio, Chándal me pide que vuelva a escribir algo sobre nuestro día a día como parados. Quiere seguir manteniendo su anonimato pero prefiere que me refiera a él como Tirantes, ya que con su camiseta de tirantes, el sobrenombre resulta mucho más acorde con su aspecto actual. Yo me he olvidado el carné de socio, pero nos dejan pasar porque ya nos conocen de ir todas las mañanas. La recepcionista se sabe nuestro nombre y apellido. Tirantes se ha olvidado la toalla que nos obligan a llevar para estar en la sala de máquinas. Por el pasillo me dice:

Tu blog se hunde. Tienes que dejar de escribir sobre las tonterías esas tuyas y hablar de cosas normales. Eso es lo que quiere leer la gente.

FOCUS
Ir al gimnasio un día de diario por la mañana es interesante. La gente que te encuentras es como la cara B de la sociedad. Hay jubilados, monitores de fitness, algún ex-drogadicto en rehabilitación y también deportistas obsesionados que seguramente también están ahí por las tardes. Cuando te cruzas con alguien de tu edad, surge un cruce de miradas incrédulo. "¿Tú también estás en paro?", parecen decir. A Tirantes y a mí nos hace gracia un señor de edad y panza muy avanzadas que viene todos los días con la misma ropa y se esfuerza mucho levantando pesas sin parar como loco. Nunca le vemos subirse a las bicicletas, aunque no le hace falta ni moverse para sudar a chorros.

Tirantes pone excusas a la monitora por no traerse la toalla. Antes no nos hacía mucho caso pero desde que nos dio una rutina especial para nosotros, no nos quita ojo de encima. A Tirantes no le gusta nada la nueva rutina, prefería ir por libre. Pero la monitora siempre que nos ve haciendo cosas a nuestra manera, viene a reñirnos como si fuéramos niños pequeños. Así que lo que intentamos es hacer los ejercicios que nos gustan a escondidas, cuando no nos está mirando. Resulta bastante patético.

Yo sé mucho más que la monitora, ¡dónde va a parar! me dice Tirantes.

Últimamente hago media hora de elíptica después de la rutina, antes de irnos a casa. Pero Tirantes está en contra de esa máquina ya que considera que no sirve para nada. Dice que eso es una tontería y que estoy perdiendo el tiempo. Claro que él nunca hace ejercicio cardiovascular y la única vez que se puso a correr en la cinta se tuvo que bajar agotado a los dos minutos. Así que me rio y no le hago mucho caso.

Estos meses de rutinas y de mundo al revés (nada que hacer por las mañanas y demasiadas cosas por las tardes, cobrar sin trabajar, levantarme pronto para estudiar...) han acabado pareciéndome tan normales que es como si mi vida siempre hubiera sido así. No es fácil normalizar tanto desorden. Sin embargo, esta semana cobré mi último mes de paro. Llega el verano y empieza una nueva etapa. Y en septiembre todo será diferente. Ya no habrá chándal ni tirantes en mis mañanas de entre semana. Pero habrá otras cosas, supongo que más normales. O no, depende de quien las lea.

8 de junio de 2009

TÓQUEME, DOCTOR

PACIENTE: ¿Y yo qué hago?
DOCTOR: Usted nada. No está licenciado en medicina.

(Monty Python, El Sentido de la Vida)

A nadie le gusta ir al médico. A mí tampoco. La gente dice que porque al médico se va cuando estás enfermo y a nadie le gusta estar enfermo. Yo soy el primero que odia estar malo, de hecho tengo un miedo más o menos incontrolable a que me encuentren un cáncer cada vez que me duele algo. Sin embargo, yo creo que no nos gusta ir al médico porque realmente no nos curan. Mi doctora de cabecera es muy agradable, pero no me toca. Y no se puede curar sin tocar. Me pregunta desde detrás de su ordenador, a veces ni me mira.

A veces no hace falta tocar dice mi madre.

Pero el cuerpo tiene un lenguaje. Los médicos tendrían que tocarlo y saber cómo hacerlo. Al tacto se le da un sentido sexual o de dominio, pero pocas veces se ve como transmisor de conceptos o verdades. En el cuerpo tenemos nuestro inconsciente. Pero eso no sale en las radiografías.

Tengo problemas con la orina, así que mi doctora me dio un bote para que meara en él desde la distancia que le proporciona su mesa. Una vez llené el tarrito, ella y otra enfermera lo pasearon arriba y abajo analizándolo y escribiendo cosas en él delante de mis narices. Hablaban de mi orina en términos científicos y sacaban conclusiones poco comprensibles para los profanos. Se comportaban como si estuvieran solas.

Es posible que tenga usted piedras en el riñón.

Me mandaron a hacerme una ecografía. Tuve que ir a una clínica del centro, entrar a una habitación sin ventanas y tumbarme en una camilla boca arriba con la panza al aire. Estuve cinco minutos solo, estirado, con la camiseta levantada. ¿Se habían olvidado de mí? De repente, entró un doctor diciendo "buenos días" como quien tose y sin previo aviso me tiró un chorro helado de vaselina sobre el estómago totalmente a traición. De la impresión, casi se me caen las gafas. Se puso unos guantes y con un lector de código de barras del supermercado, recorrió mi vientre sin preguntarme ni el nombre. Vio en un monitor lo que no ha visto ni mi madre y se marchó diciéndome "límpiate" como, supongo, le dicen las putas a sus clientes.

Con la ecografía en la mano, mi doctora de cabecera me dijo que efectivamente tenía piedras. Miró y tocó la ecografía con respeto y cuidado. ¡Quién fuera ecografía! El caso es que para entonces yo ya sabía que tenía piedras porque había meado varias en todos esos días de lapsus. Salí de la consulta sin haber sido tocado en absoluto y con una cita para el urólogo ya que, según la doctora, una de las piedras es grande y había que valorarla.

A mí urólogo me suena a meterte el dedo por el culo. Pero Álex dice que los urólogos son más de manosearte el miembro. En cualquier caso, no creo que sea el tipo de tocamientos que yo tanto anhelo. Con un poco de suerte, mearé las piedras antes de ir a ver al señor urólogo y, una vez más, me habré curado solo.

1 de junio de 2009

DESORDEN

"Pero si amanece y no estás conmigo, todo es desorden y andan con risa los fantasmas bailando con mis pies" (Pedro Guerra, Todo es desorden)


Cuando estoy de exámenes, ya lo he dicho otras veces, no me afeito ni ordeno la habitación hasta que termino. Estos días miro alrededor y me acuerdo de la reproducción del estudio de Francis Bacon que vimos Álex y yo el año pasado en una sala de arte en Dublín. Añoro aquellos viajes. En realidad no estoy de exámenes, ya que no tengo que hacer ningún examen. Tengo que entregar dos trabajos, no es mucho, pero me tienen loco y la presión es máxima. Si apruebo, acabo la carrera. Por eso el caos absoluto, supongo. El primer trabajo es de Estética II y el tema es si es imprescindible la belleza para que se dé una obra de arte o pueden existir obras de arte feas, respulsivas, repugnantes sin ni siquiera un resquicio de belleza interna. Me tiene obsesionado; hasta el punto de ir a cagar y pensar si el estucado que dejo en la taza del váter podría considerarse arte o no.

El segundo trabajo es de Filosofía de la Ciencia II y el tema es la emergencia de las miles de cámaras de seguridad colocadas últimamente por todas partes y valorar la supuesta vulneración de nuestros derecho a la intimidad como ciudadanos anónimos. Éste me está costando ya que yo cuando entro a los cajeros pongo caritas y me miro en la televisión y no entiendo mucho de los derechos esos.

Esta mañana necesitaba un libro titulado "La transfiguración del lugar común" que compré hace unos meses para el trabajo de Estética. Sabía que estaba en algún lugar de mi habitación. La pregunta era: ¿dónde? Me he remangado y me he puesto a buscar bajo las montañas de libros, papeles y cosas del escritorio. He mareado el desorden un buen rato. El libro no aparecía. He mirado en el cajón de los calzoncillos donde, lo creáis o no, guardo una biblia. La desesperación iba creciendo. He buscado debajo de la cama y nada. Estaba perdiendo la mañana y el maldito libro sin aparecer. Me he trasladado al comedor. He explorado en la mesa y debajo de la tele. Quería gritar. He desmontado el sofá. He pataleado. Incluso he buscado absurdamente en el baño. Casi al borde de la crisis nerviosa, he vuelto a la habitación desafiante como un pistolero de western. Tenía intención de volver a empezar desde el principio, cuando de repente, se me ha ocurrido mirar en la estantería. Tonto de mí: ahí estaba. En su lugar natural. Estos días de desorden son el mundo al revés. El lugar habitual de mis cosas es el último lugar en el que las busco. Por favor, ¡que alguien me saque de aquí!