28 de diciembre de 2007

IN THE NAME OF GOD

La mañana del día de Nochebuena llaman a mi puerta. Estoy solo. Mi compañera de piso se ha ido a Polonia a abrazar a su familia durante tres semanas. Mis amigos han vuelto a sus países de origen renegando y con el espíritu navideño en forma de nariz arrugada incrustado en sus tristes rostros. No sé dónde quedan los anuncios de turrón en todo esto.
Estoy sólo en mi piso de Glasgow descansando de estudiar y buscar trabajo la víspera de Navidad y suena el timbre. Miro el calendario por si acaso fuera Halloween otra vez, pero no; así que voy a abrir. Dos hombres de más de cincuenta años sonríen y me dan los 'buenos días'. Uno lleva un maletín y unos folletos. El que parece el portavoz tiene una revista en la mano y debajo una Biblia escondida. Me hablan deprisa y no consigo entenderlo todo, pero capto cosas como: "la llegada del Señor", "se habla de paz y amor", "Jesucristo", "interesado en", "Dios es bueno", "el maligno". Me lee un pasaje de Saint Luke y me mira como si hubiera conseguido demostrar algo. Pienso: "Estoy aburrido". Pienso: "No tengo nada mejor que hacer". Pienso: "Es una oportunidad para practicar inglés". Y entro en el juego.

Matt Groening

Le digo: "Mire, tengo dos biblias en mi habitación. Una en inglés y otra en español; las leo. Pero no creo en Dios. Al menos de la misma manera que ustedes".
¿Así que las lees desde un punto de vista ateo?
Usted dice 'ateo' como si fuera algo malo.
¿No conoces la fe, joven?
La verdad es que si Dios existe o no me da lo mismo.
Me lee otro pasaje en el que se intenta demostrar que tener fe es bueno. Yo le intento explicar que la fe no se tiene porque uno quiera. Yo no puedo empezar a tener fe en Dios de repente sólo porque me parezca conveniente. Le cuento que soy de tradición católica, que estoy bautizado. Le pregunto de que religión son, pero no responde.
¿Y por qué lees la Biblia?
Me gustan algunas metáforas que explica.
La religión católica es la que te ha metido esas ideas en la cabeza. ¡Nada en la Biblia es metafórico!
Se me escapa la risa.
Oiga, no culpe al Papa. Los católicos también quieren que tome como real todo lo que pone ahí.
Los católicos tratan de engañarte.
¿De qué religión son ustedes?
Me molesta que no me respondan a eso. Yo estoy siendo honesto respecto a mis creencias y eso que son ellos los que vienen a mi casa a evangelizarme. Sólo pido un poco de transparencia. ¿Cómo quieren que me haga socio de su club si no me dicen de que club son? ¿Protestantes? ¿Metodistas? ¿Anglicanos? ¿Presbiterianos? Le suena el teléfono y aprovecha para ignorar de nuevo la pregunta. Me dice que es raro, que nunca le llaman cuando está trabajando. ¿Trabajando? Le digo: "Creo que es la llamada del Señor". Pero le cuelga. Parece que cuando está "trabajando" no le gusta que le moleste ni Dios. Insisto una última vez y finalmente confiesan: "Jehovah's Witnesses". ¡Qué decepción! ¡Malditos testigos de Jehová! Están por todas partes. Yo que quería conocer una religión nueva... Les pregunto lo único que en realidad me interesa.
Jesús no nació en Navidad, ¿verdad?
No, nació en otoño.
Me enseña varios pasajes que lo demuestran según ellos.
¿Y por qué no celebráis la Navidad en otoño?
Porque la Biblia no dice que haya que celebrarla. Ni los cumpleaños.
¡Pobres niños!
Me miran como compadeciendo mi alma. Tras un rato más de divagar, tras enseñarme un árbol genealógico que según ellos demuestra la existencia real de Adán, se cansan de mí y se marchan. Creo que soy el primero en aguantar hasta el final. Incluso me hubiera pasado más tiempo allí, pero ellos ya estaban hartos de mí. Ni siquiera me dieron la revista. Me dijeron que cuando tuviera más dudas, consultara la Biblia.
Por la noche, después de cenar con mi familia por videoconferencia vía internet, para completar mi día religioso, acompañé a mi amiga Alessia a la Midnight Mess, en la iglesia de la Universidad. Es una iglesia protestante. Aquí la gente no es que sea muy creyente, pero parece que en Nochebuena es tradición ir a misa, así que van. Todo me pareció bastante católico excepto que no había Cristo en la cruz, que las canciones eran animadas y que nadie respondía 'Amén' después de que el sacerdote dijera 'Amén' (que, por cierto, llevaba una casulla de colores que ni Agata Ruiz de la Prada). También hubo un bautizo y no paraban de hablar del nacimiento de Cristo. Pero lo que más me gustó es que en medio del altar reinaba un gran arbol de Navidad gigante, con sus bolas y sus luces. Un símbolo pagano enorme en la casa del Señor, más grande que la propia cruz. Pero, bueno, ¿qué se puede esperar de un país que cree en Santa Claus y no sabe quiénes son los Reyes Magos? ¿Alguien ha visto aparecer a Papá Noel en algún lugar de la Biblia? Cuando acabó la ceremonia y tuve que darle la mano al cura, como todos los feligreses, le miré a los ojos con picardía como diciéndole: "En realidad sabes que todo esto es una fiesta pagana, ¿verdad?". Él me respondió con la mirada, como si contestara: "¿Y qué demonios importa?". Y, la verdad, tenía razón. Merry Christmas.

22 de diciembre de 2007

BE COOL

"Algunas veces vivo y, otras veces, la vida se me va con lo que escribo" (Que se llama soledad, Joaquín Sabina)


Se trata de jugar. Nada más. Porque seguimos siendo niños. Nunca dejamos de ser las cosas que fuimos en el pasado. Simplemente vamos sumando, construyendo esa copiosa torre de Babel a la que llamamos "yo". Fui un bebé, un niño, un chico, un hombrecito... y ahora soy todo eso a la vez. Y un payaso y un triste; un tímido, un valiente; soy un cantante y un mudo; un amante, un novio y un soltero. Soy eso y además actor, que es como serlo todo. Como ser niño dos veces. Los anglosajones lo tienen claro y usan el mismo verbo para el niño que juega, el actor que interpreta y el músico que toca la trompeta.

Soy lo peor y lo mejor de mí mismo y no tengo porqué avergonzarme de eso. Soy feliz siendo "yo" cuando me dejo de tanto pensar y juego. Cuando estoy de verdad presente y disfrutando, y eso es más de lo que muchos pueden decir. Es lo que más me cuesta. Porque no sólo es ir y hacer las cosas. Porque juzgo, me censuro, me bloqueo y no puedo sentir nada, ni bueno ni malo, más que un enorme vacío interior. Como si fuera un cuerpo hueco, un cascarón. Como si por dentro sólo fuera eco y telarañas. Estoy en medio de algo y de pronto mi mente se aleja hacia atrás a cien kilómetros por hora. Puedo ver a todos los presentes cada vez más y más lejos de mí y, sin embargo, sigo estando allí. Sigo escuchando las conversaciones, participo, bebo, bailo desde la más profunda alienación. Todos creen que estoy, pero mi alma ha volado hace rato muy lejos, al otro lado del arco iris. Hay una pared enorme entre yo y el mundo. En ese momento, creo que me protege, aunque en realidad me mata. Muchas veces he pensado que esa muralla me proporciona una visión privilegiada de la sociedad, como si estuviera por encima de la gente. Como si pudiera ser escritor gracias a ella. Pero cuando uno rompe de un cabezazo esa barrera y puede rozar a los demás con la punta de la nariz, se da cuenta de que no tiene ningún valor vivir al otro lado. Permanecer encerrado no me convierte en mejor artista, ni me hace superior a nadie. Me convierte en un marginado. Simplemente.

Así que se trata de un juego, como todo. Hay que tirar los dados, mover ficha. Chutar a portería. Saltar del trampolín. Reírse de dentro hacia afuera. Mirar la vida a los ojos. Sentir lo que normalmente tratamos de resolver pensando y ser tan auténtico como te mereces. Jugar como el niño que sigues siendo. Un niño que se divierte y no se da cuenta que las horas pasan. Dar vueltas y más vueltas sólo por el placer de marearse y caerse al suelo. Como si las cosas más pequeñas fueran nuevas y fascinantes. ¿Sabéis una cosa? En realidad, lo son.

11 de diciembre de 2007

NARANJAS POR MANDARINAS

"Un optimista piensa que éste es el mejor de todos los mundos posibles. El pesimista tiene miedo de que eso sea cierto" (R. W. Emerson)


No es una imagen de la nueva película de Tim Burton: es Glasgow. Concretamente, the Kelvingrove Park al lado de la Universidad. Os aseguro que la foto no está trucada, paso por ahí todos los días. Es un parque que me pareció precioso cuando lo visité en septiembre por primera vez y ahora me parece poco menos que aterrador. La realidad se nos presenta a veces de maneras completamente opuestas. Otras veces, nosotros interpretamos el mundo dependiendo de nuestro estado de ánimo. Es difícil diferenciar cuando es cosa tuya y cuando es cosa del exterior.

Los dos últimos días ha hecho sol. Lo de sol es un decir, no es el sol de España, pero apenas ha llovido. Para celebrarlo me había prometido tratar de escribir un post optimista. A veces me releo y, aunque me gusto, me planteo si estoy dando una visión demasiado negativa de mí mismo. Es decir, el pesimismo mola. Nietzsche mola y Schopenhauer. Mola El Guardián entre el centeno. Mola Bukowski y Chuck Palahniuk. Kafka, Camus, Woody Allen. Y también mola el doctor House. Y yo me molo tratando de emularlos a todos a la vez. Pero una cosa es escribir un cuento y cagarme en el mundo entero por boca de un personaje de ficción amargado, y otra es ser el amargado en primer persona. Porque a la gente le gusta y me dicen: "¡Qué bien escribes!", pero aquí se supone que la cosa va de ser uno mismo. Y yo soy mucho más que un tío que se queja de todo. Yo soy muchas cosas, pero cuando escribo soy sólo una: un escritor. Un escritor con un estilo. Uno solo. Al novelizar mi vida en cada anécdota que cuento, me soy infiel cien veces a mí mismo; traiciono a ese yo real al que muchos quieren pero al que nadie admira. Es difícil ver a la persona detrás del artista. Os lo digo yo, que me enamoro del primero que se presenta en mi vida con una guitarra colgando en la espalda.

Ayer quería comprar mandarinas. Me apetecía. Encontré en el Morrisons una bolsa enorme de mandarinas por una libra y la compré. Cuando llegué a casa, cogí un par y me senté a ver la tele. ¡Qué dura estaba la piel! No podía pelarlas con las manos. Lo intente con mucha fuerza, clavando las uñas. ¡Qué raro! Finalmente, fui a buscar un cuchillo y la pelé como una naranja. Una vez pelada, también me resultaba difícil despegar los gajitos, así que la partí por la mitad. Mordí un trozo y sabía como una naranja. "¿Pero esto qué es?". Miro la etiqueta y leo claramente: ORANGES.


Glasgow: el mismo parque. Otro día, en otro momento, con otra luz. Se podría decir objetivamente que es un bello lugar, lleno de armonía y que despierta paz y buen rollo. Todo lo contrario que el lugar de la primera fotografía que resulta frío, triste y hostil. Sin embargo, es exactamente el mismo sitio. La naturaleza se transforma día a día y tiene estados de ánimo como nosotros. Pero el ser humano es testarudo y la objetividad le importa un rábano. Por eso todo depende del color del cristal con el que mira. Así uno puede echarse a llorar bajo los cálidos rayos del sol o ponerse a bailar y cantar bajo la lluvia, taconeando en los charcos y subiéndose a las grises farolas de un salto de alegría.

Yo vivo en mi vida, yo mando en las cosas. Las cosas son como yo las siento. La realidad en este caso es irrelevante. Puedo ser un optimista que toma por mandarina una naranja enana, escuálida y ridícula. Porque es mejor pensar que es una mandarina que sabe a naranja que ceder ante la evidencia de que las frutas en este maldito país dejan tanto que desear como el resto de comida. A veces un optimista es un idiota que no acepta las cosas tal y como son. Un ciego que sólo ve lo que le interesa. Un daltónico que sólo ve los colores bonitos del mundo. Pero no es mejor ser pesimista. Puedo tirar las naranjas por la ventana, encerrarme en mi habitación a chatear y no salir en tres días. Un pesimista es un niño enfadado. Un negativo que patalea.

Mientras decido la mejor postura para la ocasión, sentado en el sofá, con la televisión encencida, como sentado entre dos aguas, mastico amargamente las mandarinas-anaranjadas/naranjas-amandarinadas sumido en un realismo mediocre y sin personalidad. No tener punto de vista es como no tener opinión. Es como si la vida no tuviera sabor a nada. ¿Y este iba a ser un post optimista? Os juro que lo he intentado...

2 de diciembre de 2007

CUESTIÓN DE FE


Ahí están los únicos rayos de sol que he visto en las últimas dos semanas. No más de media hora, y luego volvía a llover. Vaya vidorra se pega en Glasgow el astro rey. Excepto esos tímidos rayitos que asomaban la nariz hace dos días, ni rastro de luz solar. Es deprimente. Me paso todo el día con la luz de casa encendida. Ayer comí a las tres y media y era de noche. Tenía la sensación de estar cenando. Luego cenas y no puedes evitar ese pestiño a deja vu tan raro. En el invierno de Glasgow no hay días: sólo hay amaneceres, atardeceres y noches de dieciséis horas. Y como siempre está nublado, casi que da igual la hora que sea. Nublado es poco, Glasgow es oscuro de cojones; lo que les viene muy bien para sacar partido a las luces de Navidad.
Aquí la Navidad tiene poco que ver con la Navidad de Barcelona. Aquí la Navidad se celebra. En Barcelona, la Navidad simplemente ocurre. En mi ciudad natal, la Navidad pasa como se pasa un resfriado. Y sufrimos todos los síntomas: los regalos, las luces, las canciones, las compras, los deseos para el año nuevo y la nostalgia de tiempos mejores que nunca existieron. En Glasgow también tienen todo eso pero se lo creen y les gusta. Aquí la Navidad se disfruta. Se vive como algo sagrado. Creo que es una cuestión de fe y no estoy hablando de religión. La semana pasada fuimos a Saint George Square a ver cómo encendían el enorme Christmas Tree y, con él, los adornos de toda la ciudad. Esto empieza a convertirse en: "Cómo vivir todo lo que has visto en las películas sin irte a Estados Unidos". En seguida nos dimos cuenta de que era un evento familiar. Allí estaban los padres y los niños y las sonrisas. Obviamente llovía. Mientras yo me preocupaba por la posibilidad de una muerte colectiva por electrocución, un coro de eunucos cantaba villancicos en inglés sobre un gran escenario. Tenían unas pantallas gigantes que ya quisieran los Rolling Stones y retransmitían en directo por televisión. Además, un showman enrollado amenizaba la velada. Había helicópteros.
El showman iba anunciando los minutos que restaban hasta el gran momento. Y no paraba de llover. Los niños sonreían. Aquello se estaba eternizando. Tenía pies congelados. Las manos, la nariz. La gente no parecía querer que aquel árbol se encendiera nunca. Nosotros habíamos venido solo por eso.
Just ten minutes more, ladys and gentleman!
Come on! Switch on the fucking tree! gritaba por dentro.
Pero nadie me seguía. Estaban completamente inmersos en su espíritu navideño. Hasta entonces no había tenido ninguna certeza de su existencia. Nunca está presente en la cabalgata de reyes de mi barrio, donde los niños devuelven los caramelos con violencia cual proyectil, tratando de acertar en la corona del rey Baltasar. La Navidad por momentos parecía tener sentido; aunque sólo para ellos. Desde luego no para mí, ya que lo único que me preocupaba era la imagen que rondaba por mi mente: los dedos de mis pies siendo amputados por congelación. Finalmente, todos exclamamos con pasión la cuenta atrás y se encendió el maldito árbol de una vez. Se encendieron todas las luces de Saint George Square y dio comienzo un espectáculo de fuegos artificiales. Los niños saltaban de júbilo. Pero por algún error de cálculo, un serie de cenizas incandescentes empezaron a caer sobre las primeras filas. Los bellos fuegos de colores se convirtieron en un peligro. Las madres cubrían las cabezas de sus hijos con los brazos, los niños dejaron de sonreír y todo el mundo empezó a retroceder. De pronto, el único que sonreía allí era yo, a pesar de mis pies mojados. En ese instante, me di cuenta de que nunca voy a poder disfrutar una Navidad, porque no hay manera de que me la crea. Ni por contagio. La sensación más cercana que puedo experimentar es la satisfacción de observar cómo algo bonito se estropea. No puedo hacer nada. Es una cuestión de fe: o se tiene o no se tiene. ¿Vosotros la tenéis?

21 de noviembre de 2007

RAINY DAY

Llueve. Como todos los días. El radiador de la calefacción está lleno de calcetines mojados. Cada vez que vuelvo de la calle tengo que poner los calcetines a secar. Lo bueno de que llueva todos los días es que ya nunca esperas que mañana salga el sol. Mi amigo Álex desde Madrid me decía ayer tiernamente vía online:
Estoy deprimido...
¿Por qué?
No lo sé... Será porque no para de llover.


Álex es un encanto. No sé cómo llevaría lo de vivir en Escocia. A mí tampoco me gusta la lluvia, pero la verdad es que uno se acostumbra. Es un tópico, pero a veces los tópicos son verdad. Cuando vives en Barcelona, ocurre que tienes uno de esos días en los que te cuesta salir de la cama; miras por la ventana y está lloviendo. Sales a la calle y peleas con el paraguas y el viento, y un autobús pasa a tu lado pisando un charco y te empapa de cintura para abajo. En Glasgow, esos días son todos los días. Por eso, no hay días malos en Glasgow. Sólo hay días normales y días buenos. Quizás podríamos considerar un día malo uno en el que llueva mucho, mucho. Como hoy.
Hoy quería salchichas. Ayer fui al supermercado y me olvidé de comprarlas. "Quiero salchichas", pensaba mientras hacía ejercicio en el gimnasio. Estaba vacío. No es porque llueva (aquí la gente no deja de hacer cosas porque llueva, sino no harían nada) es porque llueve mucho, mucho. Ahí estaba yo, en un gimnasio vacío oyendo el ruído de la lluvia contra los cristales, mirando el Eurosport y la Mtv al mismo tiempo, y pensando en salchichas. Las pesas pueden llegar a ser algo muy aburrido. Los tíos fuertes de mi lado hablaban del Mundial 2010 o de la Eurocopa. Nadie habla del tiempo en Glasgow. Ni siquiera en los ascensores. Se habla de fútbol o de la pobre Lady Di o de la última borrachera de Pete Doherty. Pero no del tiempo, porque no hay nada que decir. Es como si los esquimales hablaran de lo blanca que es la nieve.
He entrado al Morrisons ya empapado, con la mochila llena de ropa sudada y las gafas empañadas. Todos los productos estaban cambiados de sitio. Odio cuando hacen eso, me recuerdan a mi madre reordenando mi cuarto. Lo hacen para que compres más. Todo lo que pasa en un supermercado tiene esa premisa escondida detrás. Por lo visto, funciona, porque mientras buscaba las salchichas he comprado salsas para ensalada, salsas para la pasta y cereales. He pasado por la sección de quesos tapándome los ojos y aún así me he comprado una porción de queso azul. "¿Dónde coño estarán las salchichas?", me preguntaba mientras compraba yogures. También he comprado suavizante porque ya estoy harto de ir por el mundo embutido en ropa tiesa como si fuera Pinocho, el niño de madera... y finalmente he encontrado la "nueva" sección de salchichas. ¡Pero no tenían las que yo quería! Y mira que tenían de todas clases... Para calmar el cabreo me he comprado Yoplay de fresa, pero no ha funcionado.
No me gusta cuando las cosas no salen como yo planeo. Esperando el autobús bajo la lluvia con las bolsas del súper y cara de pocos amigos, cualquiera diría que el Glasgow Rangers había perdido la liga escocesa. Al llegar por fin el autobús, la rueda delantera ha frenado en un charco y me ha mojado desde los pies hasta los Cocopops cereales. El conductor, abriendo la puerta con su mejor sonrisa, me ha dicho:
Rainy day, isn't it?

13 de noviembre de 2007

APLAUSOS

"No es difícil tener éxito. Lo difícil es merecerlo" (Albert Camus)

Los artistas en general, pero sobre todo los actores, sólo buscamos el aplauso del público. Queremos que nos digan que "muy bien, muy bien" y que estamos muy guapos. ¿Para qué engañarnos? Queremos que nos silben, que nos miren como si nos conocieran de toda la vida, que piensen en nosotros cuando follen con sus parejas. Queremos ser especiales. Un actor no es más que un tímido que disimula. Uno que pasa por listo, divertido o profundo diciendo cosas que no se le han ocurrido a él. Un actor es alguien que se quiere poco y no se conforma con los piropos de su abuela; necesita un auditorio entero aplaudiéndole para sentirse vivo. Si no eres un cantante de ópera, probablemente esos aplausos no durarán más de un minuto. Sin embargo, ese amor que vuela entre las palmadas del respetable, ese cariño ilusorio como el decorado a tus espaldas, puede durarte semanas. A veces los actores nos vamos a casa sin desmaquillar, creyendo que nos llevamos la magia del escenario con nosotros. Pero un actor en la calle no es más que un tío con la cara pintada. Cuando empezaba a hacer mis primeras obras y volvía maquillado a mi humilde barrio de Hospitalet, mis amigos me decían:
Oye, nen, llevas los ojos maquillados.
Sí. Es que vengo de una función.
¿Y qué pasa? ¿Haces de tía o qué?
Plas, plas, plas... El sonido de dos manos chocando. Música para tus oídos. La única diferencia entre ser actor o camarero es el aplauso, el reconocimiento. Se nos premia por trabajar. Da igual qué tal hayas estado, da igual si la obra es buena o mala: todos van a aplaudir al final. A los actores nos gusta el teatro porque se aplaude en directo. Un camarero da igual lo bien que sirva una tapa que nunca se le va a aplaudir. Como mucho se le otorga un "gracias" en plan limosna. Hay camareros que te arrancan unas risas con un par de chistes y con eso se sienten premiados. La mayoría de ellos son actores que añoran el escenario. Por eso el éxito es relativo. Sales a saludar, respiras hondo y sientes la ovación en el pecho. Crees que nadie puede hacerte sombra. Eres el puto amo y no hay quien te tosa. Sales una vez... y otra vez... y otra vez... Si siguen aplaudiendo después de la tercera, es que les ha gustado de verdad. La convención juega a tu favor. Llegará un día en que, por convención, las primeras filas subirán a chuparte la polla mientras saludas. Aunque no les haya gustado. Lo harán porque valoran tu trabajo. Perdón por la grosería. Es la una de la madrugada y estoy borracho de éxito.
Un aplauso, por favor.

1 de noviembre de 2007

TRICK OR TREAT

Estoy en el sofá de casa tratando de dilucidar lo que quiere decir John Locke cuando habla de ideas compuestas en inglés y llaman a la puerta. Es raro. Nadie suele llamar a la puerta salvo contadas ocasiones. Una vez fue el revisor del contador de la luz. Otra vez trajeron un paquete a mi compañera de piso polaca. Abro con naturalidad y hay unos niños sonrientes con pelucas, caretas y bolsas de papel. ¿Qué está pasando aquí?
Trick or treat!
"¡Mierda! ¡Es Halloween!", pienso, "Y aquí lo celebran de verdad".

Compass International Pictures

Como no he asustado a los niños y la puerta ya está abierta, busco en la cocina algo que darles. Tengo una tableta de chocolate mordida, un paquete empezado de Choco-Pops, Maria Biscuits y una manzana. Opto por la manzana. Los niños me miran como si fuera una abuela aguafiestas de ochenta años. Trato de explicarles que no es que me preocupe que se les vayan a caer los dientes, sino que no tengo ninguna chuchería en casa. Justo cuando voy a ofrecerles el chocolate mordido, se van a picar a otra puerta.
Happy Halloween...
Ya he cerrado cuando suena el teléfono. Es Sara. Dice que me invente un disfraz, que esta noche vamos a una fiesta. Le digo que no me apetece salir.
Come on! It's Halloween!
I know, Sara.
Más niños llaman al timbre. Pienso en el chocolate mordido. A lo mejor me apetece de madrugada. Pienso en tirarles huevos. Sara trata de convencerme. Pienso en bajarme los pantalones y abrir con una bolsa de basura en la cabeza. Eso les asustaría, pero no quiero ir a la cárcel. Los niños insisten. Sara insiste. Como no quiero tener que aguantar esto toda la tarde, le digo a Sara que vale y que ya pensaré algo. Cuelgo y los niños se van.
Abro mi armario. Es casi tan deprimente como mi nevera. Rebusco. Pienso en no disfrazarme, pero la semana pasada Matthieu y yo nos negamos a participar en una Toga's Party, así que esta vez toca pringar. Llaman más niños. Pienso en tirarles un cubo de agua. Seguir mirando el armario no hará que aparezca por arte de magia un disfraz de Boris Karloff, así que me pongo una camisa negra y un pantalón negro. Zapatos negros. Me pinto los ojos de negro como si fuera un cantante de rock y salgo a la calle con toda la dignidad del mundo.
¿De qué vas disfrazado?
De idiota, ¿y tú?
Por muy anglosajón que sea este país, el Halloween de Glasgow no tiene nada que envidiar al Carnaval del barrio de La Torrassa. Empiezo a sospechar que este tipo de celebraciones sólo valen la pena en Brasil, Canarias y Venecia. El resto del mundo sigue la corriente. "Es por los niños", dicen, pero ya me diréis vosotros, queridos nihilátropos, qué gracia le puede hacer a un bebé cuyo único pasatiempo es hacer burbujas de moco con sus orificios nasales, que lo saquen a la calle en su carrito vestido de calabaza. Quizás los niños más mayores sí se divierten, pero les da bastante igual el motivo de la fiesta. Quiero decir que yo pensaba que aquí la cosa iba de difuntos, pero no. Se disfrazan de cualquier cosa. Y con el mal tiempo de Glasgow, el patetismo incrementa. Ahí tienes a Spiderman con chubasquero, a Drácula con botas de agua o a una princesa encantada abrigada con una cazadora del Zara. (Hay Zara en Escocia, sí. ¿Lo dudabais?) Lo peor son las madres que no entienden nada. Como me comentaba hace tiempo un gran amigo mío en un e-mail divertidísimo, una madre no puede reñir a un super-héroe en medio de la calle delante de todos sus amigos. Aunque se esté portando mal.
¡Jolin! ¡Que soy Superman, mamá!
La noche transcurrió con normalidad. La fiesta fue aburrida. Había juegos ridículos, bebida y golosinas gratis. Chicas con disfraces sexys muertas de frío (¿Por qué no se hacen estas fiestas en verano?) y chicos travestidos o bien disfrazados con bolsas de basura negra y la cara pintada de blanco. Los estudiantes tenemos poca dignidad. Ellas tratan de buscarle lo erótico a cualquier personaje (el chiste en inglés es fácil: witch es bruja y bitch ya sabéis lo que significa; así la noche de las brujas se convierte fácilmente en la noche de las...). Ellos son unos babosos y no tienen gusto ni gracia. En realidad, yo no soy mejor que nadie. Probablemente soy peor, creyéndome elegante sólo por llevar una camisa y zapatos. La mayoría debe pensar que soy un soso. Y la verdad es que no soy ni una cosa ni otra, pues como ya sabéis bien: no soy nada. Quizás por eso me marché a media fiesta, sin despedirme. Es algo que solía hacer en Barcelona, pero en Glasgow todavía no lo había hecho. No estuvo mal como debut, desvanecerse como un fantasma en medio de la multitud; salir volando como un vampiro convertido en murciélago. ¿Acaso hay noche más apropiada para hacerlo? Espero que vosotros hayáis tenido un feliz Halloween.

25 de octubre de 2007

COLD

Estoy hecho una auténtica mierda. Tengo las anginas tan inflamadas que apenas puedo hablar o comer. No puedo respirar por la boca. ¡Y es que hace un frío de cojones! Ya no tengo más ropa que ponerme encima. Y los putos escoceses siguen yendo en manga corta por la calle. Empiezo a pensar que son un ejercito de mutantes. He ido a la farmacia y les he dicho:
Hello. I have two enormous balls in my neck and it hurts, you know?
A veces, no saber expresarte bien en un idioma carece de importancia. 


Me han vendido Ibalgin y Cuprofen y Coldrex LaryPlus y Chloraseptic. Creo que me han dado por muerto ya. Me extraña que no me hayan vendido una pastilla de cianuro para que todo sea más rápido. Estoy pensando en ponerme quinientas libras en el zapato para pagar mi entierro si encuentran mi cadáver tirado por ahí, como hacen los monjes budistas. Desde anoche que sólo tomo pastillas y té. No he comido nada más. No me entra. Se me está poniendo cara de viejo inglés. Hoy no voy a salir más. Afortunadamente, no tengo clase, ni mañana tampoco. Los filosofillos escoceses se han ido de excursión a disertar sobre el ser y la nada a la montaña. Es triste, por mi parte, tener dos días de vacaciones y tener que quedarse en casa medio moribundo.
Aunque sea época de resfriados, esto no es normal. Llevo dos semanas con la garganta hecha un Cristo (de los dolores) y chutándome ibuprofeno en vena... ¡y nada! ¿Qué me pasa, doctor? ¿Soy un enfermo incurable? Me he puesto a buscar en internet remedios caseros y he leído que un dolor de garganta continuado puede ser síntoma de una leucemia. Casi me caigo de la silla. Una buena amiga mía que sabe mucho de las cosas y que cree, como yo, que la psicología humana tiene una explicación para todo, me dijo:
Cuando una afección no se cura, puede tener un factor psicosomático. Si es en el cuello, quiere decir que hay algo que quieres decir y no estás diciendo.
En momentos así, detesto la psicología. Parece ser que el pequeño Iván que vive dentro mío tiene un mosqueo que te cagas. Está harto de que no le haga caso, de que lo esconda, le mande callar, no le saque a bailar por donde a él le gusta y no le presente a mis amigos. Se ha cansado de recibir codazos en las costillas cada vez que me cuenta un secreto al oído; de morderse la lengua, del cinturón de castidad. El pequeño Iván se ha hecho un hombre y me ha retado en un duelo a muerto en mi garganta. Como yo siempre he sido un blando y un débil, aunque presuma de macho, le voy a dejar ganar. Porque sé que me puede, porque es mucho más auténtico que yo. Porque paso de que me pegue una paliza. Porque se lo merece. Porque bastante me está doliendo todo ya como para poner a darme de ostias. Así que ahora mismo voy a salir a la calle y voy a gritar bien fuerte quién soy. Para que todos se entere. Para que todo el mundo me oiga. Voy a pintar un corazón en la pared con mi foto dentro. Voy a escribirme un poema en inglés y se lo voy a enseñar a toda la facultad. Voy a hacer todo lo que... que... que estoy mirando por la ventana y hay escarcha en los coches. No sé. Quizás lo dejamos para otro día. Mañana... o la semana que viene...

16 de octubre de 2007

SKIRT FOR BOYS, SHIRT FOR GIRLS PARTY

Una misma idea puede ser considerada genial o estúpida, divertida o absurda, original o ridícula, dependiendo de la persona que la juzgue. Cuando vives en un país extranjero, al menos esa es mi idea, es preferible no juzgar y dejarte llevar por las ocurrencias de la gente. Estamos aquí para divertirnos. No es que uno no pueda sentirse estúpido, absurdo o ridículo participando en la idea de otro, pero cuando la casa de tus padres está dos o tres países más abajo de donde tú estás, todo se relativiza mucho.

El pasado viernes acudí a una fiesta bautizada como The Skirt for Boys, Shirt for Girls Party en casa de unos franceses. Ya me había advertido un amigo inglés acerca de la ambigüedad de los gabachos, pero prefiero no entrar en el tema. Matthieu, el chico que me acompaña en la foto, no era uno de los organizadores, aunque sí es francés... pero prefiero no entrar tampoco en ese tema. El leit motiv del encuentro, como decía, a parte del común de emborracharse y pasar el rato, era que los chicos debían ir vestidos con falda y las mujeres con ropa de hombre. Nadie nos explicó el porqué ni nosotros lo preguntamos (intuyendo que no lo había), simplemente fuimos a casa de Sara y Alessia (erasmus italianas) en busca de ropa que ponernos para la ocasión. Desafortunadamente, no había mucho donde escoger. En estas tierras tan nórdicas (irónicamente el país de las faldas) hace tanto frío que las mujeres van con patalones. Al menos, nuestras amigas. Pero rebuscando en los armarios encontré para mí una falda de cuadros por la cual más tarde me acusarían de hacer trampas.

La fiesta, pasada la novedad, no fue nada del otro mundo. La casa era muy bonita: una escalera con alfombra roja, barra de bar en la cocina y estrellas pintadas en las paredes. Por lo demás, lo de siempre: conversaciones en inglés inventado, gente borracha que baila sola, música de diferentes países, vino italiano, güisqui escocés y labios que se encuentran entre la confusión y las burbujas.

Yo no juzgo, pero no puedo dejar de mencionar que me resulta cuanto menos curioso que alguien elija la noche en que su chico va con vestido (o su chica con un bigote pintado) para lanzarse a robarle un primer beso. Debe tener algún morbo añadido que se me escapa. Lo que sí sé es que cuando vas con falda te meten mano, más que en ninguna otra situación en tu vida. Y eso es algo que, debo confesar, me gusta, y no fue el viernes la primera vez que lo sufría (gozaba) en mis propias faldas... Ahora haced un esfuerzo y tratad de no juzgarme.

6 de octubre de 2007

LIFETIME or IT'S NOT MY FAULT

"I awoke on Friday, and because the universe is expanding it took me longer than usual to find my robe" (Woody Allen, Mere Anarchy)

MULA
Hay a nuestro alrededor un millar de inocentes fenómenos a los que culpar cuando las cosas no nos salen bien: el mal tiempo, Dios, la educación que nos dieron nuestros padres, las leyes de la física, la (mala) suerte, la ciudad, el país, la vida, el tráfico, el universo o la torpeza del pobre diablo que tengamos al lado ejerciendo de pareja, amante, familiar, amigo, compañero de piso, de trabajo o de desconocido de turno que pasaba por allí. Cualquier excusa es buena para no sentirnos culpables, para no ser responsables de nuestras propias miserias. Para los que no se hayan dado cuenta: esto no es un poema. Hoy debería hablar de Edimburgo y de lo maravillosa que es. Debería contar cómo están yendo mis primeras clases de filosofía en inglés (estos escoceses siguen diciendo que es inglés eso que hablan) y mis visitas a la Burrell Collection y la Polok House; mis salidas nocturnas a las fiestas del Cheesy Pop en la Queen Margaret Union o las veladas de bailes regionales que organiza la International Society. Debería escribir sobre la piscina de la universidad donde todos se bañan sin gorro, la licencia de la televisión pagada bajo amenaza de cárcel (aunque en mi caso sería deportación, supongo), el Kelvingrove Museum, los partidos de rugby que ponen en el que nosotros llamamos The Cheapest pub. Debería explicar mis anécdotas con los demás erasmus, encantadores todos. Pero no estoy de humor para eso.

Para los morbosos diré que no he follado desde que estoy en Glasgow y la verdad es que no me importa, igual que no debería importaros a vosotros. A los demás quiero deciros que estoy bien, pues nadie se muere de tristeza ni soledad, por mucho que digan los cuentos y los poetas. Sin embargo, me lamento y me cago en todo menos en mi ombligo cada vez que compruebo que soy incapaz de ser feliz durante más de media hora, aunque todo sea perfecto (no lo es). Toda alegría, cualquier satisfacción que me llena y me dibuja una sonrisa, es sustituida al rato por el miedo, el frío interior y una sensación de vacío impropia del joven que sale a divertirse; ver la nada plantarse desafiante ante tus ojos como un espejo y querer volver a casa para meterte debajo de la cama, procurando no llorar por el camino.

Pero nada de eso es culpa mía, sino de la vida, que está mal hecha. Hay quien dice que eso es lo que la hace interesante y rica, que gracias a los momentos malos valoramos los buenos, y que tan viva está una lágrima como una carcajada. Pero yo ya me estoy hartando de esta montaña rusa bipolar en que todo es provisional y los momentos felices se gastan como se consume cada cerilla de un paquete que no durará eternamente. Por desgracia, sólo hay una vida y no podemos elegir. La vida es lista y no acepta competencia, sino se quedaría sin clientela, pues a nadie le gusta vivir en una constante maniaco-depresiva. Es la vida la que está psicótica y no yo. Ni vosotros tampoco. Es la vida la que nos parió nihilántropos. Y no hay elección, porque si la hubiera yo escogería un universo plano y estable en el que la mandíbula no doliera después de mucho reír, ni los momentos alegres se desvanecieran en el aire como el efecto de un porro, como un orgasmo (siempre inaprensible); si pudiera me quedaría sólo con el puntillo de la borrachera y no con el patético momento de arrodillarse en el váter a vomitar, con un eterno día soleado que no secara los campos. Porque la vida puede ser maravillosa quisiera que lo fuera todo el tiempo, y no tuvieramos que sufrir para valorar lo que tenemos o tuvimos o tendremos. Si pudiera elegir no viviría, simplemente sería feliz. Pero algo me dice que eso es imposible, al menos en esta vida.

30 de septiembre de 2007

LOS SUEÑOS DE EARLS STREET

MULA
Que no mienten tanto los poetas. Que sé lo que digo cuando hablo. Que como en inglés, bailo en francés y duermo en italiano. Que me enamoro del primero que pasa. Que mi instinto no se inventa lo que ve. Que son verdad los consejos de mi madre. Que no hay monstruos en mi armario. Que duermo acompañado. Que puedo pasear por Glasgow en manga corta como todos esos escoceses locos. Que mi sonrisa es sincera cuando elijo estar mal acompañado por miedo a quedarme solo. Que me baño en el verde de tus ojos. Que un beso vale más que mil palabras. Que dibujo en el cielo un corazón y borro las nubes negras con el codo. Que no me olvido de nadie; que todos se acuerdan de mí. Que no vuelvo nunca. Que viajo a la Luna en cohete y me la como. Que Glasgow es un patio de colegio y yo soy el mejor jugando a fútbol. Que no es una excusa, ni un capricho, ni una ilusión pasar la tarde contigo. Que entiendo todo cuando estoy en clase. Que nos lamemos el sudor del cuello y sabe a fresa y kiwi. Que nada me duele porque soy un hombre. Que el silencio no es tan denso y oscuro. Que me pongo una falda de cuadros sin nada debajo. Que no soy yo, ni nadie que se le parezca. Que la felicidad dura más de treinta minutos. Que me divorcio dos veces y critico a mi primera ex-mujer en una cena de negocios fumando un puro. Que no me da miedo la muerte. Que descubro que todo esto vale la pena y hacemos el amor para celebrarlo.

24 de septiembre de 2007

XESCA, 'MON AMOUR'

Es tiempo que reciba un homenaje
la musa del casado del tercero,
que lleva a Peter Pan el equipaje:
Xesca Romero.

La Maura del teatro de la esquina
que llena con su voz el mundo entero,
se lleva el cabaret a la oficina,
Xesca Romero.

Resaca del divorcio en el posparto
de pactos entre ideas de bombero,
alma mater del poso del infarto,
Xesca Romero.

Tan dentro de ti una copla suena
al día antitabaco de un mechero,
tan gata en celo, tan niña buena,
Xesca Romero.

Revierte en arte todo lo que toca,
Lorca renace de su tumba hetero
escuchando sus versos en tu boca,
Xesca Romero.

Adicta del desprecio a los espejos,
gobernanta en la escuela del salero,
castañuelas repican sin complejos,
Xesca Romero.

Me pones cuernos con Shakespeare, Sabina,
Calderón y, sin embargo, te quiero.
El sexo de una flor con gabardina,
Xesca Romero.

16 de septiembre de 2007

EARLS STREET

El primer día hizo sol. Debió ser un espejismo. Bajé del taxi y no sabía si estaba en California o en Barcelona, cualquier lugar excepto Escocia. Me recibieron unos erasmus italianos en la puerta del hostal tan eufóricos y desconcertados como yo, y me llevaron a ver el barrio. En menos de quince minutos de haber llegado ya estaba tomando una pinta de Kronenbourg y viendo un partido de rugby en un pub escocés rodeado de alemanes. Hay erasmus por todas partes. En el primer meeting de bienvenida en la universidad, nos informaron que se han matriculado más de trescientos alumnos extranjeros este curso. Eso fue una alegría al principio, y disfruté de las fiestas, pero en seguida me di cuenta que trescientas personas buscando piso al mismo tiempo es una competencia de alto riesgo.

La lucha ha sido encarnizada. Han habido patadas bajas y codazos en el ojo, pero finalmente, tras una semana, todos parecen haber conseguido un alojamiento. Yo he sido de los más afortunados. Vivo en un piso nuevo de dos habitaciones con una Polaca. Tenemos televisión y lavavajillas. Ella es muy limpia y nunca está en casa. Me siento muy feliz, sobretodo cuando veo los pisos de mis compañeros viejos, sucios y llenos de gente rara que viene y va y cocina y caga contigo.

Mi barrio se llama Particks y está a quince minutos de la Universidad de Glasgow que, por cierto, es preciosa. Una especie de castillo-iglesia. Por supuesto, los estudiantes de filosofía estamos relegados a un barracón a parte con poco del encanto del edificio central. Pero no me quejo, porque no puedo moverme del frío. Sin embargo, me congratula también comunicaros que aquí los alquileres son muy bajos comparados con Londres, y con lo que gané en el hotel, voy a poder pasar una temporadita sin trabajar. ¡Qué feliz soy!

9 de septiembre de 2007

OUT OF ORDER

Entra un norteamericano borracho, sudado y despeinado; rojo como un guiri de la Costa Brava; pelo rubio oxigenado. Se dirije directo hacia mí y me pide dinero. Dice que tiene que pagar un taxi, que es un huésped. Le digo que no puedo darle efectivo. Me dice que lo cargue a su habitación. Le digo que no es posible. Me dice que se lo cobre de la targeta de crédito y se lo dé. Le digo que no, de nuevo. El yanky se desespera, se aparta el pelo mojado de la cara. Me mira con odio. Me pregunta por un cajero automático y yo levanto las cejas. Saco de debajo del mostrador una guía de Londres a lo que él responde escupiéndome un par de gritos entre incontables fucking cosas y puñetazos en la mesa y patadas al mostrador. Yo no hago nada y el tío se va y se mete en el ascensor.

POLYGRAM FILMS

Aparece un negro enorme. Tan grande que entra por la puerta principal de lado. Se acerca hacia mí enfadado, yo sonrío. Me dice que el tío de los puñetazos le debe dinero. Empiezo a dudar de que tal gorila sea realmente un taxista. "Imposible que quepa en un coche", pienso. Entonces, me pide con la amabilidad del mejor mafioso el número de habitación del individuo en cuestión. Le digo que no puedo decírselo. Pone las manos sobre el mostrador. Tiene un gran anillo de oro a juego con uno de sus dientes. Su nariz aletea como un tiburón. Shaquille O'Neal no me daría más miedo.

Un golpe seco me salva la vida. Se oyen gritos en el interior del ascensor. Me acerco para ver qué pasa: el americano se ha quedado encerrado dentro. Golpea las puertas tan fuerte que creo que va tirar el hotel abajo. Grita desesperado, temo que despierte a todos los huéspedes. Subo arriba y trato inútilmente de abrirle, después lo intento desde abajo. Intento comunicarme con el rubio que me insulta repetidamente y me dice que le saque de ahí. El taxista se ríe maliciosamente y espera. Da más miedo que cuando está serio.

"Muy bien, se acabó. ¡Qué vengan los bomberos!". Marco el teléfono de urgencias mientras me pregunto cómo se dice "tío loco atrapado en un ascensor" en inglés. Consigo que la telefonista me entienda y el cuerpo de bomberos llega antes de que a los dos sujetos se les acabe el repertorio de insultos que se están intercambiando. En un abrir y cerrar de ojos, sacan al tío de ahí y de repente todo el mundo habla a la vez y yo no me entero de nada. Un silencio. Todos me miran. ¿Tengo que decir algo? ¿Se supone que yo estoy al mando o algo por el estilo? ¿Qué coño estaba diciendo todo el mundo? El ambiente parece tenso. Esperan que hable, así que le doy las gracias a los bomberos y le digo al taxista que sea tan amable de acompañar al caballero a un cajero automático para que pueda pagarle. Todos salen del hotel y yo me derrumbo sobre el sofá del hall.

Cuando el americano vuelve, me grita de nuevo, culpa al hotel de su torpeza y me increpa por no poner ningún aviso para que los demás huespedes no suban al ascensor que obviamente ya no funciona. Levanto el cartel que estoy escribiendo para que pueda leerlo: "Out of Order". Me muerdo la lengua, pero pienso: "¿No crees usted que luciría muy bien uno de estos avisos en su cabeza?".

Mañana es mi última noche en este hotel y en Londres. Este es mi último post sobre el tema, que ya ha dado más de sí de lo a uno le gustaría. Gracias por aguantarlo. La próxima será desde Glasgow.

29 de agosto de 2007

LOST IN TRANSLATION

"Nunca olvido una cara, pero con usted voy a hacer una excepción" (Groucho Marx, El hotel de los lios)

PARAMOUNT

¿Quién dijo que trabajar en la recepción de un hotel por las noches era tranquilo? Creo que fui yo... ¿Y quién me manda a mí decir semejante estupidez? Estoy hasta los huevos de este hotel. Hoy es la onceava noche seguida que estoy dando el callo, sin días de descanso, y lo que me queda. He trabajado 56 horas esta semana. y no tengo libre hasta el próximo sábado. Es lo que tiene ser un inmigrante. Odio este lugar, al mundo en general y en concreto a esa parte del mundo que se hospeda aquí. Necesito dormir a horas normales. Mi amigo Sergio dice que me vaya acostumbrando, que después del instituto la vida se reduce a trabajar y dormir. Sergio es muy sabio. Claro que para él la vida de instituto se reducía a ir a clase y dormir. Eso cuando venía a clase.

Esta semana, supongo que no lo sabéis, ni falta que os hace, ha sido la final de la liga de rugby inglesa. Es un acontecimiento que me traería sin cuidado si no fuera porque he tenido que lidiar con una legión de hooligans que me hacían abrir el bar a altas horas de la madrugada. Es algo que estoy obligado a hacer, pero de lo que trato de escaquearme a todo costa, porque no se me da nada bien y nadie me ha enseñado. Y porque si viene alguien a recepción se me acumula la faena y acaba todo el mundo estresado, cuando no hay necesidad. ¡Váyanse a dormir, hombre!

Todo sería más fácil si supiera hablar inglés mejor y entendiera sus bromas sexuales. Si tuviera más confianza en el idioma y supiera cómo decirles que dejen de hacer escándalo que se están quejando los demás huéspedes, y que no pueden entrar a prostitutas al hotel y pagarles copas delante de mis narices, aunque fueran las putas las únicas que sabían comportarse. Una de ellas, gin-tonic en mano, me explicaba lo bonita que es la arquitectura en Barcelona, mientras volaban bolsas de patatas sobre nuestras cabezas. Finalmente, tuve que imponerme, poniendo en juego mi vida y aceptando sus burlas sobre mi acento, y mandarlos a sus respectivas habitaciones. Afortunadamente, obedecieron no sin la correspondiente pataleta.

Pero eso no es nada. Es fácil mandar a alguien a dormir en otro idioma. Y decir la mayoría de cosas que tengo que decir. Lo realmente complicado es comprender a la gente. Sigo sin explicarme qué hago yo en este puesto, si no entiendo ni una palabra de lo que me dicen. Bueno, para ser honestos, sí entiendo alguna que otra palabra. El juego consiste en inventar el resto de la frase y ver si aciertas. Cuando pillas palabras como "room" y "breakfast", es fácil: quieren que les lleves el desayuno a la habitación. Lo mismo pasa con "wake up call" (llamada despertador), "check in", "check out" (cuando llegan o se van), etc. El problema es cuando te llaman por teléfono y te piden un "corkscrew" (sacacorchos)... Entonces, ¡la has cagado chaval! No tenéis ni idea de la cantidad de maneras diferentes que hay de pronunciar "pillow" (almohada) o "bedcover" (cubrecama). ¡Es delirante!

Lo peor es cuando no tienen más remedio que bajar a hacerme señas porque la comunicación es inviable y se ponen a gritar deprisa y a mover los brazos como monos muy enfadados. Ahí es cuando, palabrotas aparte, el juego se complica, por la presión añadida. Pillas cuatro palabras, inventas una frase y compruebas si has inventado lo mismo que están diciendo. Con suerte aciertas y te ahorras las miradas de odio, las repeticiones y otras impertinencias. Les das su "connector" (adaptador para enchufes británico) o lo que sea que hayan pedido y se marchan. En el peor de los casos, se alarga un silencio incómodo y te preguntan con el ceño fruncido:

Do you speak english?
I think so.

Hasta ahora, la sangre no ha llegado al río y he salido victorioso de todo enfrentamiento. Sin embargo sufro cada cliente y tengo ganas ya de mejorar este inglés mío tan cañí, para que no me sea tan duro atender a indeseables snobs cuyas caras tratas de olvidar a toda costa. Para no sentir más esa incertidumbre aterradora de buscar dentro de ti todo lo que se pierde en tu traducción mental. Parece que es verdad que a las palabras se las lleva el viento. Ojalá a las personas también.

20 de agosto de 2007

NIGHT MANAGER

Es mentira que en Londres haya niebla por la noche. Sólo hay lluvia y viento; y prositutas y españoles borrachos; y gente bebiendo en la puerta de los pubs; y taxis que circulan por la izquierda. Si te alejas del centro, ni siquiera eso. South Kensington, donde está el hotel donde trabajo, es un barrio residencial acomodado, pijo y aburrido. A pesar de estar en el centro, está completamente muerto. Londres es una ciudad de contrastes. Lo mismo estás en una calle del Soho rodeado de locales de ambiente, que giras la esquina y te encuentras en Chinatown con cincuenta restaurantes orientales idénticos uno al lado del otro. Cambias de temática radicalmente solo avanzando, como si estuvieras en Port Aventura.

BBC

South Kensington es el barrio que los los ricos ingleses necesitan. Por aquí nadie pasa, excepto ellos. Las aceras están llenas de BMWs y Mercedes y monovolúmenes. Las calles están vacías. Ni siquiera hay policías, no los necesitan. De igual forma que mi hotel no necesita guardia de seguridad. Cualquier hotel que se precie tiene uno, además de un recepcionista (aquí mismo tengo, por ejemplo, una caja fuerte llena de dinero de toda la gente que paga en efectivo), pero en Barkston Garden Hotel saben que no hace falta. Aquí no hay robos. Me siento más tranquilo desde que sé que en este barrio los ladrones tiene un nivel de vida más alto que el mío.

Mi cargo es night manager, que viene a ser algo así como "chico para todo nocturno". Eso hace mi trabajo (por llamar de alguna manera al rato que paso aquí) más monótono, aunque también me permite hacer lo que me venga en gana. Ahora mismo son las cuatro de la mañana y estoy escribiendo esto, disfrutando del wifi de recepción desde mi portátil. No hay nada mejor que hacer. Es lunes, no hay clientes nocturnos. Los sábados, algunas veces, aparece alguna pareja inquieta en busca de un colchón. Atiendo a menudo, los fines de semana, a cuarentones con anillo de casado, acompañados de mujeres teñidas de rubio y con minifalda que cuestan el doble que la habitación. Siempre pagan en cash y nunca piden recibo. Pero entre semana nadie folla.

Así que me adapto bien, a pesar de mi reticencia inicial, y disfruto, ahora que mi cuerpo se ha acostumbrado a dormir después del desayuno, y dedico mi tiempo a escribir, leer, conectarme a internet, hacerme bocadillos con la comida de los huéspedes, zappear por los cien canales de la televisión y prepararme cafés. Mi jefe interior está contento, porque lo poco que tengo que hacer lo hago y lo hago bien. Y mi nivel de inglés mejora ligeramente, a pesar de la poca paciencia de algunos huéspedes que, al igual que muchos en España, repiten más fuerte y sin vocalizar aquellas palabras que no entiendes, sin decirte ningún sinónimo o definición que pueda ayudarte. Se limitan a gritar, sin hablar más claro, como si así consiguieran que las palabras penetraran en mi cabeza y tuviera una revelación. Anécdotas ya tengo unas cuantas, para alegría de mi guionista interior, que es copión y perezoso, pero ya las contaré otra noche, que está apunto de empezar The X Factor en la ITV1. ¡Ah! Se me olvidaba: por la mañana me traen el desayuno y el Times. ¿Se puede vivir mejor?

11 de agosto de 2007

BARKSTON GARDENS HOTEL

"Only work and no play makes Jack a dull boy!" (Jack Nicholson, The Shining)

WARNER

Yo no he nacido para trabajar, ¿por qué negarlo? Soy un vago, un niño mimado. Me gusta que las cosas me lluevan del cielo y no entiendo eso de que cuánto más esfuerzo cuesta algo, más satisfecho te sientes al final del resultado. Me suena masoquista. A mí no hay nada que me haga más feliz que algo me salga bien esforzándome muy poco. Hay quien dice que soy listo, hay quien dice que tengo un morro que me lo piso. Reconozco que trabajando soy perezoso, gruñón, quisquilloso, incompetente, interesado y gandul, pero es que odio tener que hacer algo sólo por dinero. ¿Vosotros no? Algunas personas me detestan por eso. No les culpo. Yo también sentiría desprecio por una persona así, si tuviera que ser su jefe. He aquí la cuestión. Queridos nihilántropos, por un giro inesperado del destino he conseguido trabajo (os juro que he buscado con muy poco interés) y la vida, que parece tonta pero no lo es, me da una bofetada en forma de ironía trágica: me ha tocado ser mi propio jefe.

El trabajo en cuestión consiste en no hacer nada durante ocho horas, tres o cuatro noches por semana en la recepción de un hotel de lujo. Es tedioso hasta doler. Y así se suma a mi incontable lista de trabajos aburridos en los que se me paga sólo por estar ahí. Ni siquiera practico inglés porque nadie me habla. Al menos, me dejan saquear la nevera y poner la BBC en el hall.

En realidad no es un mal trabajo. Me pagan bien. No hago nada. Así que (una vez más) puedo gastar el tiempo de mi jornada en lo que me plazca, como leer o escribir. Lo que no me gusta, y ahora viene ese aspecto feo y deshonroso de mi persona, es que es demasiada responsabilidad. Un hotel entero para mí solo, sin jefe, sin nadie que me ordene, sin nadie a quién pedir ayuda y nadie que dé la cara por mí... Esto de hacerme un hombre se me está atragantando. Ya sé que tengo 25 años, pero es que la madurez me da urticaria. Todo el mundo lo sabe, excepto los ingleses. Nadie, excepto ellos, en su sano juicio me dejaría un hotel entero a mi cargo... y con mi nivel de inglés. ¡Estos british están locos! Y quieren volverme loco a mí también. Porque será un milagro si no acabo desquiciado entre tanto silencio, soledad y magnificencia de cuatro estrellas. Anoche ya me parecía ver salir un río de sangre del ascensor, así como creí encontrarme unas gemelas descuartizadas en el pasillo durante mi ronda de las 3. Afortunadamente, dentro de un mes me voy a Glasgow, eso si antes no me encuentrar colgado en la habitación 237.

4 de agosto de 2007

AFLICCIÓN

Ni tú eres tan perfecto, ni yo te quiero tanto,
ni creo en los flechazos ni casi en el amor.
Si no me quedan lazos que auxilien este llanto,
me largo de tus brazos, Cupido es un traidor.

Te enseño mis entrañas y apartas la mirada,
certezas que a lo lejos son dignas de olvidar.
¡Malditos los espejos que enturbian la velada!
¡Malditas las ficciones que nunca volverán!

Quizás yo no he sabido vivir libre y vehemente
tu cama que es un lienzo pintado por detrás.
Tampoco me avergüenzo delante de la gente
del beso que te pido y no me quieres dar.

¿Quién será mi consuelo las noches que no hay luna?
El hueco de mi cama, ¿qué bálsamo tendrá?
El alma por los suelos más sola que ninguna,
cenizas de una llama que no aprendió a llorar.

Cuando estoy despechado nunca me falta un verso
que alivie mi paciencia soltando un buen capón.
Ni yo soy tan malvado, ni tú eres tan perverso.
¡Qué angustia de conciencia, qué risa de aflicción!

Porque soy tan sincero, porque siempre me engaño,
contigo empate a cero en espontaneidad.
Recuerda que es más fácil, cuando algo te hace daño,
sentirlo verdadero sin serlo de verdad.

Malditas sean las letras que pueblan mis canciones.
Malditos sean tus labios, malditos los demás.
Tu rostro en mi recuerdo, patada en los cojones,
tan dulce y tan extraño, difícil de olvidar.

29 de julio de 2007

THE LAST POTTER

Toda saga tiene un principio. Toda saga tiene un final... y una legión de freakys dispuestos a hacer horas de cola (algunos hasta dos días) para ser los primeros en conocer el desenlace. No resultaría tan absurdo si no fuera porque el libro puedes comprarlo tranquilamente al día siguiente a primera hora de la mañana sin hacer colas ni nada; porque está previsto y no se agota: hay harrypotters de sobras. Pero no, hay que estar allí toda la tarde para poder comprarlo a las 12 de la noche, cuando abren excepcionalmente las librerías para vender la última pieza de la franquicia.
La gracia está en el ambiente; estar con los otros fans y ver a la gente disfrazada- dice Camila.
La gracia es ser el primero digo yo.
Lo cierto es que resulta cuanto menos llamativo ver a adultos disfrazados de alumnos magos, del equipo de quidditch, de personajes de la saga, o incluso de escoba, de varita, de snitch o de castillo (lo juro). Pero al cabo de una hora la novedad pasa a ser rutina, y al cabo de dos, uno se cansa de dar paseos... y entonces empiezan las apuestas:
¿Harry vivirá o morirá?
¿Dumbledores está vivo?
¿Y Sirius Black?
¿Snape es bueno o malo?
¿Será Voldemort el verdadero padre de Harry?
Lo siento, chaval, esto no es Star Wars.
¿Tiene Fluffy tres culos?
¿Saldrá a la luz la zoofilia de Hagrid? ¿El romance oculto de Harry y Draco?
¡¿Habrá sexo en Harry Potter por una vez?!
Algunos ya sabemos las respuestas a todas estas preguntas... Podría decir que me obligaron, pero la verdad es que quise hacerlo. Porque estoy en Londres y sentí que era tan necesario como hacerse una foto con el Big Ben o la cabina de teléfonos roja. Porque la capa que me cosió Camila me quedaba muy bien. Porque a todas mis amigas de aquí les hacía mucha ilusión y el freakismo es altamente contagioso. (Se pega solo con respirar el mismo aire en una habitación). Porque sé que es algo de lo que me avergonzaré eternamente, aunque nunca me vaya a arrepentir. ¿Mi casa? Slytherin, claro. ¿Alguien lo había dudado?

24 de julio de 2007

¡QUÉ COÑO LONDON!

Os adjunto un e-mail que he recibido de un peculiar colega. Afincado en Madrid, este monologuista de culto de lengua mordaz y culo inquieto me ha animado una tarde lluviosa. He corregido las faltas y la puntuación para facilitar su lectura. Enjoy it!

"¡Vamos a ver, mal samaritano! ¿Qué coño buscas en Londres? Respetando tu decisión, es la Barcelona de los freakis: más modernismo, más explotación, más fashion victims y además más patriotismo. Abandona ese lugar y vente a Madrid a buscar algo coherente, culo cagón. Como diría Astérix: '¡Están locos estos ingleses!'. Si tu sueño es musitar wuachu weri... pues vale, pero trabajarás de camarero por 20 pounds para una pandilla de vaca-burros, ¡atolondrado! Londres es para las niñas pijas. Madrid es el sitio de la gente creativa y además se parece a Londres. Igualmente odio a los británicos y a la cultura anglosajona en general. Me cago en los Beatles y en el brit-pop basado en cantos aburridos. Espero que te vaya bien en ese sitio de mierda. ¡Madrid sí, Londres no!"
23/07/07
Fernando Moraño, Madrid.

17 de julio de 2007

LA CIUDAD DEL ESPEJO

"Fíjate en ese cuarto que hay al otro lado del espejo, que se parece tanto a nuestro propio salón, sólo que las cosas están al revés de como están aquí" (Lewis Carroll, A través del espejo)

A los ingleses les gusta llevar la contraria, en general. Les encanta sentirse diferentes, auténticos, únicos: exclusivamente ingleses. Supongo que como a todo el mundo, pero ellos lo consiguen. Tienen una moneda diferente, te piden el pasaporte para todo (aunque seas europeo) y tienen esa extraña manía de conducir por el otro lado. Es difícil acostumbrarse a que los coches vengan por el carril contrario. Yo soy por naturaleza despistado, pero es cierto que se mira instintivamente por donde vienen los coches, sin pensar, por hábito; ya he estado a punto de ser atropellado varias veces por un autobús de dos pisos. Porque, además, aquí los autobuses pitan, pero no paran. Conducen como locos. (Será por eso que llegan siempre puntuales). Por suerte, los ingleses, muy majos ellos, se toman la molestia de escribir en la calzada hacia qué lado tienes que mirar. Pero, por alguna razón, últimamente miro poco al suelo.

Además, no sólo los coches están cambiados: los enchufes tienen tres clavijas en vez de dos. Y los fogones de gas giran hacia la izquierda. Y las puertas de la cocina también se abren al revés (al menos en la mía). Y amanece a las cuatro y media. Y se cena a las 6, cuando cierran las tiendas. Y los bares cierran a las 12, como el metro (que también va al revés). Desde que vivo en Londres, me siento zurdo.

Uno se siente confuso cuando vive lejos de casa, pero más en un entorno patas arriba. Al revés, pero ordenado. Quizá fuera más fácil vivir en un mundo totalmente diferente, y no uno invertido, simétrico. Sigo sin apenas practicar inglés, a parte de en los pubs y en los supermercados. Necesito urgentemente un trabajo. Espero tenerlo pronto, porque este sentirme extraño frente a tanto dejavú vuelto de espaldas, este rodearme de gente y sentirme solo, este vivir como un inglés y salir como un turista... empieza a volverme loco. Necesito algo de rutina. Y también integrarme un poco. Saber que realmente estoy viviendo aquí, aunque con el corazón disléxico.

12 de julio de 2007

73 IDMISTON ROAD

MULA
Londres es una ciudad que, en vez de hacia arriba, crece hacia los lados. Más de siete millones de habitantes comparten el cielo gris y las tiendas de colores, y conviven en casitas de dos pisos, con jardín y chimenea. ¿Dónde se mete tanta gente? Es entrañable vivir aquí.

Nuestra casita también es de dos pisos, y tiene un jardín trasero precioso que, cuando arreglemos, será el lugar perfecto para pasar el verano entre mojitos y barbacoas. Tenemos hasta una verja amarilla en la entrada. Me siento como en una película de familias felices.

Hemos estado comprando cosas para el hogar, ya que nuestros flatmates son bastante descuidados. Aunque no les vemos casi nunca, sabemos que en el piso de abajo viven dos búlgaros gordos, un tío llamado Bob que lo único que sabe decir es su nombre, y un químico español con cara de informático. Se llama Félix. Es el único que parece alegrarse de nuestra presencia. Cuando nos ve sonríe y se pone rojo. Creo que no ha tenido un amigo en su vida. Pero, en general, no aportan demasiado.

De momento, estoy haciendo poco el guiri. Sólo he ido a ver el Big Ben y algún museo. Es muy diferente llegar a una ciudad a vivir que pasar unos días de vacaciones. Además, no paro de contar el dinero, que aquí se va volando. A partir de la semana que viene empezaré a buscar trabajo. Ya he abierto una cuenta inglesa y pronto tendré un móvil inglés. Es todo tan raro... Duermo bien por las noches, porque estoy siempre cansado, pero me da un poco de miedo pensar el año que tengo por delante. Y me siento un poco solo, siempre un segundo antes de acostarme. Echo de menos muchas cosas. Y es que esta casa es muy silenciosa. ¿No es eso lo que siempre he querido?

4 de julio de 2007

YO A LONDRES Y TÚ A BARCELONA

"Me preocupa el futuro porque es donde voy a pasar el resto de mi vida" (Woody Allen)

Tras cambiar su (aparentemente) insustituible Manhattan por la capital de la Reina de los Mares, tras un periodo de tres años (tres películas), mi querido sabio gafudo ha decidido (por fin) pasarse un verano rodando en Barcelona; a pesar del sol y el acoso de los medios; a pesar de la torre Agbar y el honoris causa; a pesar de la ministra de cultura y los alemanes borrachos. Ha elegido Barcelona y los catalanes (no todos) saltamos de alegría como aquel Pascual Maragall celebrando las Olimpiadas del 92.

Yo, que habría esperado toda la vida este momento si no fuera porque lo creía imposible, elijo justo este verano para irme. ¿O ha elegido Woody justo el verano en que yo me voy? En cualquier caso, parece que esta ciudad no es lo bastante grande para los dos. Ni tampoco Londres. Mientras el famoso neurótico grabe chistes en boca de Bardem en el Parque Güell, yo estaré paseando por Notting Hill soñando con matar a Scarlett Johanson con una escopeta recortada.

Woody Allen cree, al contrario que Dostoievski, que Dios no existe y que la vida no tiene sentido; que no hay un orden en el universo; que todo está permitido. Así que probablemente tildaría de coincidencia esta circunstancia de mi insignificante existencia. Sin embargo, para mí, que siempre he tratado de seguir sus pasos cuando me sentía perdido o aburrido, me llama la atención este repentino viaje en direcciones contrarias. ¿Es acaso una señal para que me quede? ¿Una razón para volver? ¿Quiere decir que mi próximo destino es Nueva York y el suyo... Lleida? En todo caso, espero que Londres me reserve un futuro gris y enriquecedor. Espero que me inspire tanto como a él, y que a él Barcelona le trate lo mejor que sepa. Lo único seguro es que para mí será reconfortante contemplar desde las lejanas tierras heladas de Glasgow un beso final al atardecer en la Sagrada Familia. ¡Ojalá nos dejen disfrutar de la experiencia! (Y eso nos incluye a nosotros mismos)

26 de junio de 2007

YO, NIHILÁNTROPO

"No soy nada. Nunca seré nada. No puedo querer ser nada. Aparte de esto, tengo en mí todos los sueños del mundo" (Fernando Pessoa)

Tras años y años viendo transcurrir veranos en la anodina, asfixiante (maravillosa) Barcelona, hago las maletas y me escapo a un merecido exilio a la capital inglesa, al que seguirá una larga estancia en el país de los hombres con falda. Sin demasiada ilusión, con la apatía que me caracteriza, colecciono despedidas, idénticas las unas a las otras, y mi agenda se llena ante el asombro de mi pereza. No me gustan las despedidas. Si por mí fuera, desaparecería cuando nadie estuviera mirando, para que todos sigan tranquilamente con sus vidas en vez de pedirme que me quede; para que pase el tiempo sin mí, hasta que un día se sorprendan a sí mismos añorándome, cuando sólo les quede un vago recuerdo con el que convivir.

En vez de eso, celebro alegres cenas en las que se me exige protagonismo. Con lo mal que se me da. Y eso que soy actor. Y eso que no soy nada. Así que ejerzo como bien puedo de primera estrella, con la (falsa) modestia de un simple utillero. Un trámite, al parecer, inevitable.

Esta misma mañana, me he levantado descubriendo que tan sólo quedan dos semanas para que mi avión despegue. El tiempo se desvanece caprichosamente, a una velocidad vertiginosa. No me habré dado cuenta y ya estaré celebrando Good-bye's parties en Glasgow. Porque el tiempo tampoco es nada, queridos nihilántropos. Todo tiene fecha de caducidad. Nosotros también. Y nuestros sueños. Afortunadamente, podemos soñar a pesar de todo.

Lo malo de cumplir tus sueños es que dejan de ser sueños. Y la realidad nunca es tan buena. El presente no da la talla. Por eso odio todo lo real. Por eso tengo siempre ese aire como ausente. Sueño despierto porque tengo miedo a no poder soñar más. Tengo miedo a quedarme sin sueños. Por suerte, igual que vosotros, tengo todos los sueños del mundo.