30 de noviembre de 2010

SOÑÉ CON JODOROWSKY

El otro día soñé con Alejandro Jodorowsky. Soñé que entraba al jardín trasero de una vieja casa y me encontraba con él. Me saludaba, no se extrañaba de verme. Me decía: "Lo primero que tienes que hacer es desahogarte. Tienes mucha tristeza dentro".

Así que yo me ponía a gritar y gritar para sacarlo todo. Y me sentía mejor, aunque eran gritos mudos que no producían ningún sonido. Entonces, Jodorowsky me ponía la mano en el pecho y me decía que tenía roto el corazón. Y me acariciaba la espalda. Resultaba muy gratificante y tranquilizador.

Pero lo más curioso del sueño sucedía entonces, cuando me daba un consejo psicomágico. Un acto que no tiene nada que ver con nada que haya oído o leído. Algo totalmente inédito y creado por mi inconsciente. Jodorowsky decía:

"Consigue una gran cartulina blanca. Construye con ella un barco de papel y llévalo al mar. Haz un montón de bolas plateadas con papel de aluminio y ponlas dentro del barco. Una vez esté bien lleno, déjalo sobre el agua y márchate. Después consigue agua bendita en una de esas botellas con forma de virgen. Viaja a Madrid. Ve a la estación de Atocha y cuando salgas a la calle, bébete el agua bendita y márchate abandonando la botella".

Ahi desperté y mi primera sensación fue de tranquilidad. Después sentí el impulso de llevar a cabo el acto que Jodorowsky me aconsejaba en el sueño pero que no llegaba a realizar. Ahora me pregunto por qué mi inconsciente me manda esa señal en sueños. Si debería interpretarlo o ignorarlo. O bien si debería hacerlo, aunque parezca una locura y no entienda si eso puede cambiar algo en mi vida. El caso es la tentación es fuerte, pero sinceramente, no acabo de confiar en los consejos de mi inconsciente.

¿Vosotros qué opináis?

23 de noviembre de 2010

LA GENERACIÓN NOSTÁLGICA

Me he comprado un reloj. Es un Casio Retro. Un modelo idéntico a los típicos relojes Casio que llevábamos cuando éramos pequeños pero con correa metálica. Me hace ilusión. No uso reloj desde que me compré mi primer móvil a principios de siglo: un Motorola con antena que apenas me cabía en el bolsillo. ¿Para qué seguir llevando reloj si podía ver la hora en el móvil? Así que me saqué mi Casio de goma negra, lo metí en algún cajón y nunca más supe de él.
Yo no llevo pulseras, anillos, pendientes ni collares. Nada. Y me gusta que sea así. Pero últimamente sentía por primera vez en muchos años que sacar el móvil para ver la hora es en realidad un coñazo.
Un día estaba con Tino en el parque de la Ciutadella y me fijé en su reloj:
Yo tenía un reloj como ese cuando era pequeño. Con alarma y cronómetro.
Sí, vuelven a estar de moda.
Creo que lo echo de menos.
Cómprate uno. Ahora lo lleva todo el mundo.
En ese momento me di cuenta que había pasado tanto tiempo que mi mal gusto había dejado de estar desfasado. Si llevas algo pasado de moda, eres un cutre. Excepto si está muy, muy pasado de moda. Entonces, tienes estilo.
Estos días ha surgido una iniciativa en facebook: poner como foto de perfil un dibujo animado de tu niñez. Yo no suelo seguir este tipo de reivindicaciones colectivas, pero en este caso lo hice, precisamente porque tenía el atractivo de no reivindicar nada. Simplemente es "para que el facebook se inunde con un montón de recuerdos de la infancia" y así alimentar nuestra insaciable nostalgia.
A veces me pregunto: ¿qué le pasa a nuestra generación que no puede parar de recrearse en sus recuerdos? Gran parte del éxito de facebook se basó en que podías encontrar a tus antiguos compañeros de colegio de los que no sabías nada desde hace años y organizar cenas con ellos y recordar los viejos tiempos. Pero ahora que ya hemos buscado a todo el mundo que podíamos recordar y que quien no tenga facebook seguramente ya nunca se lo hará, ¿qué hacemos? Les pedimos a nuestros viejos amigos, que ya no son novedad, que sustituyan sus fotos (su identidad) por imágenes capaces de emocionarnos de nuevo.
Yo que, como todos, soy tan feliz con mi Casio Retro y viendo las fotos de personajes de la tele, me pregunto: ¿es que nunca nos cansaremos? ¿Seguiremos añorando los años ochenta eternamente? ¿Qué pasa con las nuevas décadas? ¿Qué pasa con el presente? ¿Pasarán treinta años y seguiré añorando a Espinete? ¿O añoraré también las cosas nuevas que me gustan hoy en día, aunque no sean de los ochenta? Además, ¡qué coño! Si Espinete tampoco me gustaba tanto...
A lo mejor dentro de diez años, se vuelven a llevar los teléfonos Motorola con antena que no caben en el bolsillo, igual que han vuelto los viejos cascos de walkman con diseños actualizados. No tengo ni idea de lo que sucederá.
Hace poco uno de mis alumnos más pequeños me confesó que sentía nostalgia de los teletubbies. Quizás eso nos puede dar una pista. Aunque no sé si significa que nuestra generación no es la única o que lo peor está aún por llegar.

13 de noviembre de 2010

LA YAYA MULA: La felicidad

Mi abuela es para mí un ejemplo de muchas cosas, pero sobretodo de fuerza, valor y tenacidad. En los años está la sabiduría. Al observarla me doy cuenta de que al final no nos quedan más que las cosas esenciales de la vida. Lo demás no importa. ¿Y para qué nos preocupamos tanto cuando somos jóvenes? Con mi abuela aprendo a valorar lo que tengo y eso la mejor lección que podía darme. Ayer, estuve comiendo en casa de mis padres e hicimos este vídeo. Otro día que se encuentre bien y le apetezca, a lo mejor hacemos más. Deseo que os guste y os sirva tanto como a mí.


9 de noviembre de 2010

LUGARES COMUNES

"Los lugares donde no se ha amado ni se ha sufrido, no dejan en nosotros ningún recuerdo" (Pierre Corneille)

WARNER
1. Me levanto a primera hora de la mañana para ir al gimnasio. Pienso que tan temprano no habrá nadie y podré hacer ejercicio tranquilo. Ayer me quemé el dedo índice al meter una pizza en el horno. ¿Debería comer más sano?
Me chupo la llaga del dedo al entrar a recepción. No sé si saludo o toso. Me pregunto si el lector de huellas dactilares que han instalado para entrar me reconocerá con la llaga. Coloco el dedo, la puerta se abre. Tengo la sensación que si pusiera una salchicha también se abriría.

Entro a los vestuarios. Está todo reformado y nuevo desde la última vez que vine, pero el baño sigue teniendo un extraño olor a mierda y vómito y cloaca. No exagero. No me lo explico. ¿Seré el único que entra a este lavabo? Todavía no me he cruzado con nadie y eso me hace feliz. Bajo con ilusión a la sala de pesas y entonces descubro que una invasión de jubilados ocupa todas las máquinas. Yo he hecho un sacrificio, después tengo que ir a trabajar. Estos señores no tienen nada que hacer en la vida. ¿Es que no pueden quedarse durmiendo y venir a media mañana? La vida de un jubilado imagino que debe ser bastante aburrida, pero alguien debería decirles a estos abuelos que cuanto más pronto se levanten, más largo se les hará el día.
Reflexiono sobre todo esto, mirándome al espejo, levantando una triste pesa de seis kilos esperando a que algún vegete tenga un infarto y deje libre la cinta de correr. ¿Cuántos años hace desde la primera vez que me apunté a este gimnasio? En el fondo nada ha cambiado desde entonces. Siempre acabo volviendo. Echaré de menos a Chándal.

2. En la sala de espera del médico de cabecera, busco entre los abuelos alguno que haya coincidido conmigo en el gimnasio por la mañana. Se parecen tanto unos a otros que si no fuera por las faldas y corbatas ni siquiera distinguiría entre hombres y mujeres. Deseo que les diagnostiquen problemas de corazón y que les obliguen a borrarse del gimnasio. Luego me siento culpable y una vieja me pregunta a qué hora tengo yo visita. "A las tres y media", contesto. Se queda en silencio mirándome fijamente. ¿Se habrá muerto? Saco el papelito y le enseño la hora. "Va con retraso", murmura. Son las tres y veinticinco.
Me conozco de memoria esta sala de espera. Sé el número de sillas que hay, el número de puertas, de ventanas, lo que dicen todos los letreros y dónde está la baldosa que hace ruido y el fluorescente que no funciona bien. La doctora me hace pasar con cuarenta minutos de retraso. Me parece razonable. Le enseño la nueva ecografía de mis riñones. Siguen habiendo cuatro piedras. ¡Qué novedad! Dice: "Hay una ya muy grande. Vamos a tener que extraerla". Si es niño la llamaré Pedro. "Te voy a dar hora con el urólogo".

He escuchado tantas veces esa frase que ni siquiera miro a la doctora cuando me habla. "¿Podría cambiarme de especialista? El doctor Yuren y yo no nos entendemos", comento inspeccionando el nudo de los cordones de mis zapatos. "Claro, te doy hora con la uróloga, entonces". ¿Uróloga? Levanto la vista del suelo. Por fin una novedad.

3. Mi decisión de ir sobrio a la discoteca resulta finalmente ser una experiencia interesante. Aunque los médicos me dicen que puedo beber alcohol, prefiero no hacerlo. Así que quedo con dos amigos y dos amigas y vamos a bailar por el centro. Allí nos encontramos con más amigos y conocidos y todos están borrachos menos yo.

Afortunadamente, he vivido fuera de España y sé lo que es sentirse extranjero. Recuerdo esa sensación de no entender los chistes o no verles la gracia. En cualquier caso, puedes fijarte en otras cosas y, lejos de aburrirme, yo siempre he sido un mirón al fin y al cabo. Así, mientras bailo por bailar, me veo rodeado de tramas cómicas en su forma, algunas trágicas en el fondo.
La chica que busca su media naranja en una tableta de abdominales. El chaval que olvida su miedo por una noche y besa en los labios a su mejor amigo. La morena que trata de esquivar la tristeza con un golpe de cadera. El tonto de tirantes que esconde su timidez bajo un sombrero. La que no sabe decir que no, aunque luego se arrepienta. El que desea en silencio. Aquellos amantes que se reencuentran y no se atreven a decirse más que "hola". Las verdades. Las mentiras. Todo aquello que luego se olvida...
"Tu amigo es un poco serio", dijeron por ahí. Curiosamente, tras mi contención, aquella noche disfruté mucho más que todas esas noches en las que bailé borracho como un loco que no piensa en el mañana. Y al día siguiente, nada de resaca ni remordimientos.