TENLLADO |
Estoy tan cansado que no distingo si tengo miedo, hambre o sueño o estoy en realidad dormido en algún otro lugar. Por eso bajo sin pensar. Hace horas que no puedo hacerlo. En mi cabeza sólamente ronronea un zumbido como el sonido de un disco de vinilo que ya se ha terminado y nadie le da la vuelta. Pongo un pie sobre el fango y noto muchas presencias a mi alrededor. Como va siendo habitual, damos la mano a todo el mundo con la peculiaridad de que esta vez no veo ni las manos que estrecho.
Caminamos hacia el poblado. Nos guían unos niños. No sé dónde están mis compañeros, creo que un poco más atrás o más adelante que yo, pero sólo escucho hablar mandinga. Intento mantener una conversación en inglés:
—Hello, how are you?
—Uhm...
—I am from Barcelona.
—Barcelona. Xavi, Messi, Iniesta.
—What's your name?
—Xavi, Messi, Iniesta, Busquets.
—¿Busquets?
Miro el cielo. Está inundado de estrellas. No sabía que había tantas en realidad. Tropiezo con unos niños que juegan en el suelo en la oscuridad y en seguida se suman al pelotón que ya nos acompaña. Mis ojos empiezan a acostumbrarse a la falta de luz y lo primero que veo es que parecemos el flautista de Hamelín.
Caminamos hacia el poblado. Nos guían unos niños. No sé dónde están mis compañeros, creo que un poco más atrás o más adelante que yo, pero sólo escucho hablar mandinga. Intento mantener una conversación en inglés:
—Hello, how are you?
—Uhm...
—I am from Barcelona.
—Barcelona. Xavi, Messi, Iniesta.
—What's your name?
—Xavi, Messi, Iniesta, Busquets.
—¿Busquets?
Miro el cielo. Está inundado de estrellas. No sabía que había tantas en realidad. Tropiezo con unos niños que juegan en el suelo en la oscuridad y en seguida se suman al pelotón que ya nos acompaña. Mis ojos empiezan a acostumbrarse a la falta de luz y lo primero que veo es que parecemos el flautista de Hamelín.
En Sutukoba tienen pozos y, como no hay sequía, beben y juegan con el agua todo lo que quieren para sobrellevar el calor. El problema es que no tienen sistema de riego y sólo pueden cultivar durante la estación de lluvias. Aunque no se mueren de hambre, a veces la comida se acaba.
Por eso, ser recibidos con la cena preparada supone una extraña mezcla de sensaciones. Pero el hambre apremia y me siguen faltando las fuerzas necesarias para pensar con claridad.
Las casetas en las que vamos a dormir son mucho más confortables de lo que podíamos imaginar en un primer momento. Tienen un generador que nos proporciona la única luz en todo el pueblo y las camas tienen mosquitera. Eso sí, nos duchamos con un cubo. Una experiencia difícil de describir.
2. Por la mañana, nos recibe el alcalde para darnos la bienvenida oficial. Todo el pueblo está presente. La mayoría son niños. Algunos de los más pequeños, a la luz del día, se acaban de dar cuenta de que no somos negros. Puede que nunca hayan visto gente blanca en su vida. Por eso los bebés lloran y nos miran como si fuéramos extraterrestres. Aun así, son los niños más cariñosos que he visto.
Pasamos toda la mañana visitando a las diferentes familias con tres, cuatro, cinco, seis niños cogidos de nuestras manos y repartimos los sacos de ropa.
Volvemos a nuestras cabañas y poco a poco van apareciendo los niños vestidos con las ropas nuevas combinadas al azar, depende de lo que le haya tocado a cada uno en el reparto. Un niño con un abrigo de borrego se asa de calor con una sonrisa de oreja a oreja. Otro viste una camiseta de El Pato Donald con unos leotardos con estampado de flores. Otro lleva un sombrero y se le van cayendo los pantalones.
Les decimos que ciertas cosas deberían guardarlas para el invierno, pero están tan contentos que no pueden esperar.
3. Vuelve a llover. Eso nos obliga a anular el partido que iba a disputarse en honor a la novia: Chelsea contra el Vanessa Football Club, equipo creado precisamente hoy. Es curioso que un pueblo tan pequeño y apartado tenga varios equipos de fútbol. Algunos de ellos están formados por sólo tres o cuatro jugadores, pero no parece importarles demasiado. Tendríais que verlos correr.
Después de la lluvia, Ainhoa y yo salimos a pasear. Charlamos y saludamos a unos niños que están arando el campo. A la vuelta, la puerta del campamento está cerrada y hay dos niños custodiándola mientras los demás juegan dentro. No hay rastro de nuestros compañeros.
—Where are my friends?
—Uhm —parecen no entender los niños.
—¿Tubabu?
Y señalan hacia el bosque. Saber una palabra de mandinga puede ser más útil de lo que parece. De alguna manera, consigo que nos acompañen y nos guíen. Lo cierto es que entrar en el bosque impresiona.
Empezamos a andar y andar. Los niños avanzan delante nuestro con decisión y nosotros les seguimos cada vez más temerosos. Empieza a anochecer. Nos preguntamos si sabríamos volver si anocheciera del todo. No escuchamos ninguna voz. Ainhoa empieza a gritar nombres pero nadie contesta. Los niños siguen señalando al frente y no tenemos más remedio que seguirles.
—A ver si nos van llevar a la casa de un vecino blanco...
El niño que va por delante con la bici se detiene para explicarnos algo en mandinga pero no hay manera de entenderle.
—¿Te imaginas que nos llevan al cadáver de un blanco y nos lo enseñan señalando: Tubabu, tubabu?
—¿Te quieres callar, gilipollas? —responde Ainhoa.
Y justo cuando estamos a punto de volvernos, escuchamos las voces de nuestros amigos. Corremos rápidamente hasta ellos y ya respiramos más tranquilos. Ya es casi de noche.
—Sois muy valientes de haber venido hasta aquí atravesando esa zona. Está llena de hienas y serpientes —nos dice Morrow.
Las casetas en las que vamos a dormir son mucho más confortables de lo que podíamos imaginar en un primer momento. Tienen un generador que nos proporciona la única luz en todo el pueblo y las camas tienen mosquitera. Eso sí, nos duchamos con un cubo. Una experiencia difícil de describir.
2. Por la mañana, nos recibe el alcalde para darnos la bienvenida oficial. Todo el pueblo está presente. La mayoría son niños. Algunos de los más pequeños, a la luz del día, se acaban de dar cuenta de que no somos negros. Puede que nunca hayan visto gente blanca en su vida. Por eso los bebés lloran y nos miran como si fuéramos extraterrestres. Aun así, son los niños más cariñosos que he visto.
Pasamos toda la mañana visitando a las diferentes familias con tres, cuatro, cinco, seis niños cogidos de nuestras manos y repartimos los sacos de ropa.
Volvemos a nuestras cabañas y poco a poco van apareciendo los niños vestidos con las ropas nuevas combinadas al azar, depende de lo que le haya tocado a cada uno en el reparto. Un niño con un abrigo de borrego se asa de calor con una sonrisa de oreja a oreja. Otro viste una camiseta de El Pato Donald con unos leotardos con estampado de flores. Otro lleva un sombrero y se le van cayendo los pantalones.
Les decimos que ciertas cosas deberían guardarlas para el invierno, pero están tan contentos que no pueden esperar.
3. Vuelve a llover. Eso nos obliga a anular el partido que iba a disputarse en honor a la novia: Chelsea contra el Vanessa Football Club, equipo creado precisamente hoy. Es curioso que un pueblo tan pequeño y apartado tenga varios equipos de fútbol. Algunos de ellos están formados por sólo tres o cuatro jugadores, pero no parece importarles demasiado. Tendríais que verlos correr.
Después de la lluvia, Ainhoa y yo salimos a pasear. Charlamos y saludamos a unos niños que están arando el campo. A la vuelta, la puerta del campamento está cerrada y hay dos niños custodiándola mientras los demás juegan dentro. No hay rastro de nuestros compañeros.
—Where are my friends?
—Uhm —parecen no entender los niños.
—¿Tubabu?
Y señalan hacia el bosque. Saber una palabra de mandinga puede ser más útil de lo que parece. De alguna manera, consigo que nos acompañen y nos guíen. Lo cierto es que entrar en el bosque impresiona.
Empezamos a andar y andar. Los niños avanzan delante nuestro con decisión y nosotros les seguimos cada vez más temerosos. Empieza a anochecer. Nos preguntamos si sabríamos volver si anocheciera del todo. No escuchamos ninguna voz. Ainhoa empieza a gritar nombres pero nadie contesta. Los niños siguen señalando al frente y no tenemos más remedio que seguirles.
—A ver si nos van llevar a la casa de un vecino blanco...
El niño que va por delante con la bici se detiene para explicarnos algo en mandinga pero no hay manera de entenderle.
—¿Te imaginas que nos llevan al cadáver de un blanco y nos lo enseñan señalando: Tubabu, tubabu?
—¿Te quieres callar, gilipollas? —responde Ainhoa.
Y justo cuando estamos a punto de volvernos, escuchamos las voces de nuestros amigos. Corremos rápidamente hasta ellos y ya respiramos más tranquilos. Ya es casi de noche.
—Sois muy valientes de haber venido hasta aquí atravesando esa zona. Está llena de hienas y serpientes —nos dice Morrow.
No hay comentarios:
Publicar un comentario