En mandinga, tubabu significa blanco. Es algo que se aprende en seguida porque allá donde vayas todos los niños te señalan y te persiguen gritando: "¡Tubabu, tubabu!". No son niños racistas. Al contrario, exclaman de emoción porque les gusta mucho encontrarse gente blanca. Hoy conducimos por unas calles sin asfaltar de Serekunda en las que, llenos de barro, juegan los niños descalzos con neumáticos viejos. En cuanto nos ven, lo dejan todo para perseguirnos. Nos dirigimos al encuentro con la madre de Bakary que no la ve desde hace cinco años.
Cada mañana, el tío, el hermano, el primo y los amigos de Bakary nos vienen a buscar en el minibús para llevarnos donde nosotros queramos. Sólo tenemos que pagar la gasolina y el alquiler del vehículo que para un europeo resulta muy barato. Son muy serviciales. Y si queremos cualquier cosa, basta con pedirla. Una llamada de teléfono y todo solucionado. Gambia, no problem.
Serekunda es la ciudad más grande del país y eso es sinónimo de caos. Siempre hay tráfico porque sólo tiene una carretera principal. Aquí la gente vive y trabaja de verdad. No como en Senegambia: la zona turística, en la que puedes tomar un desayuno inglés servido por un camarero negro. Es curioso ver lo fácil que resulta viajar y permanecer dentro de una burbuja. Pero sólo hay que tener ojos para ver que cada uno de esos restaurantes y hoteles que dan trabajo a los gambianos tienen un blanco como dueño. Ni se disimula, ni se esconde, ni tiene nada de sorprendente. Porque esto es África.
Atascados en la caravana de coches de Serekunda, rodeados de taxis con los colores de la bandera jamaicana, da la sensación de que esta ciudad sea sólo una calle muy larga con tiendas a los lados y gente caminando. Hay gente por todos lados. Puede que sea por el verano o porque no tienen trabajo y salen a ver si se les ocurre qué pueden hacer para poder comer hoy. Los vendedores se acercan a las ventanas del minibús y nos ofrecen cosas.
Sin embargo, giramos en una esquina y entramos en una calle que ni sabiamos que estaba ahí y ya no hay ni un comercio. Avanzamos. Las calles, llenas de baches y agujeros, están cada vez peor.
—¡Tubabu, tubabu!
Cuanto más nos adentramos en las entrañas de Serekunda, más pobre, más real me parece. Cuanto más nos adentramos, más niños nos rodean. Y entonces te acuerdas que más de la mitad de la población de Gambia son menores de edad.
Bajamos del minibús y estamos completamente rodeados. Todos los niños nos quieren dar la mano. Con sus camiseta rotas, todos sonrientes, nos tratan como a estrellas de fútbol. Aquí no suele venir gente blanca así que puede que sea lo más emocionante que les pase en todo el día.
Los niños señalan nuestras cámaras de fotos. Muchos no hablan inglés. Nos señalan la cámara de fotos y posan. Han aprendido. Les encanta. Con las cámaras digitales tienen la oportunidad de verse y, mientras a ti se te rompe el corazón, ellos se divierten como nunca. Empiezo a hacerles fotos y no puedo parar. Sus gritos de ilusión son gasolina para mis dedos.
Estoy hablando de niños de tres, cuatro y cinco años jugando por las calles. Y algunos un poco más grandes llevando a sus hermanos bebés. Está claro que ellos no sienten lo mismo que nosotros al verlos. No se puede echar de menos aquello que nunca has tenido. Eso no quita que quisiera comprarles zapatos a todos. Haciendo las últimas fotos, termino mordiéndome el labio.
Cerca de donde hemos aparcado, hay una casita pequeña. Entramos en ella rodeados de la nube de niños. Pasamos una verja de color azul y en el patio hay un pozo. Una chica da de mamar a un bebé y al vernos nos cede su silla. Le damos las gracias y entramos a la casa. La madre de Bakary no puede resistir las lágrimas al ver a su hijo y éste corre a abrazarla.
La madre de Bakary le dice que se siente muy orgullosa de él.
1 comentario:
Ufff... tiene que ser muy duro. Yo hay ciertos países que no sé si estoy preparada mentalmente para visitar. Me pasa con la India y toda la Africa subsahariana.
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