A la mañana siguiente, me despertó una llamada al móvil de la policía:
—Tiene que personarse en comisaría para recoger una citación judicial.
Era viernes y llovía de manera torrencial. Me levanté mareado con una mano en la cabeza y la otra dentro del calzoncillo. Me puse unos pantalones que encontré tirados debajo de la cama, una camiseta que no olía del todo mal y salí a la calle a mojarme por mi absurda manía de ir siempre sin paraguas.
Era temprano; pero no demasiado temprano. Entré a la comisaría de La Florida sacudiendo la cabeza como un perro que trata de secarse. Estaba vacía excepto por dos agentes que estaban detrás de un mostrador. Me acerqué a ellos y no sé qué les dije que reaccionaron como si me estuviera viniendo a entregar por un crimen. Ellos ni me esperaban, ni sabían quien era. Yo tenía sueño y llegaba tarde a trabajar. Me mandaron a una sala de espera en la que un hombre bajito dormía y una mujer de color jugaba con un niño pequeño y una pelota de goma. Yo me senté y mantuve una pose de "yo estoy aquí pero no he hecho nada malo, no vayan a pensar mal, eh" durante la media hora que me hicieron esperar. Finalmente, firmé un documento, me comprometí a asistir a un juicio rápido al día siguiente y me fui dudando si pedir o no un justificante. Pero no lo pedí. Llegué tarde a trabajar y no di ninguna explicación. Me lo descontaron de la nomina.
Aquel día, estuve muy ocupado y no fui a casa a comer. Mi hermana (que no me veía desde hacía dos días por incompatibilidades horarias, a pesar de vivir en la misma casa) llegó pronto ya que los viernes sale un poco antes. Cuando llegué yo por la noche, me dijo:
—Ha bajado una chica que vive en el quinto. Te quería dar las gracias por ayudar anoche a su abuela. ¿Qué hiciste? ¿Le subiste la compra?
Con la citación en la mano y gafas de sol, entré a la mañana siguiente en los juzgados de Hospitalet. Un gran número de sujetos con variopintas maneras de vestir hacían cola en un mostrador donde les sellaban su cartilla de la libertad condicional. En unas filas de asientos, familias preocupadas y mujeres de ojos rojos. Allí me encontré con la anciana víctima y su nieta. Se alegraron mucho de verme. Me besaron y me dieron las gracias. Yo les sonreí mucho y hablamos de lo sucedido. La agresora, hija y madre de ellas respectivamente, llevaba dos días en el calabozo y la única información que les habían dado de ella es que estaba furiosa porque no la dejaban fumar.
—Mi hija es buena chica, pero ahora está pasando un mal momento —me decía la víctima.
—Mi madre tiene un problema. No queremos que vaya a la cárcel. Queremos que deje de beber, porque solo hay problemas cuando bebe.
Es curioso como desde fuera todo parece mucho más sencillo de lo que en realidad es. Desde mi punto de vista, totalmente ajeno a esa familia hasta entonces, deseaba fervientemente que la agresora fuera a la cárcel a pagar lo que había hecho. Y así ellas podían quedarse tranquilas. Sin embargo, el vinculo familiar es complejo y uno no puede apartar a una madre o una hija como quien deja a un marido. "¿Eso qué soluciona?", me decían ellas. El verdadero problema es que la madre es demasiado mayor para encargarse y la hija está estudiando y trabaja y tiene que pensar en sí misma.
Me llamaron a declarar. Juré decir la verdad y toda la verdad y expliqué los hechos. Me hicieron preguntas sencillas sobre algunos detalles y me dejaron ir. Como el fiscal y el abogado defensor no se pusieron de acuerdo, habrá juicio en diciembre, al que tendré que ir de nuevo a declarar. La detenida finalmente volvió a casa.
Afortunadamente, desde entonces no se han oído más gritos ni discusiones. Debió de ser muy impactante despertarse en prisión, ver las fotos de las lesiones que había causado y demás, ya que ella decía no acordarse de nada. Quiero creer que un impacto así da pie a darte cuenta de la gravedad de tu problema. Y que puede ser un primer paso hacia una posible recuperación. Aunque la verdad es que sólo me importan la abuela y la chica.
Hace unos días, me encontré a la chica en el ascensor. Me dijo que su madre había aceptado entrar en un programa de desintoxicación y que últimamente se la veía mejor. Ella sonrió. Yo sonreí.
Aquel día, estuve muy ocupado y no fui a casa a comer. Mi hermana (que no me veía desde hacía dos días por incompatibilidades horarias, a pesar de vivir en la misma casa) llegó pronto ya que los viernes sale un poco antes. Cuando llegué yo por la noche, me dijo:
—Ha bajado una chica que vive en el quinto. Te quería dar las gracias por ayudar anoche a su abuela. ¿Qué hiciste? ¿Le subiste la compra?
Con la citación en la mano y gafas de sol, entré a la mañana siguiente en los juzgados de Hospitalet. Un gran número de sujetos con variopintas maneras de vestir hacían cola en un mostrador donde les sellaban su cartilla de la libertad condicional. En unas filas de asientos, familias preocupadas y mujeres de ojos rojos. Allí me encontré con la anciana víctima y su nieta. Se alegraron mucho de verme. Me besaron y me dieron las gracias. Yo les sonreí mucho y hablamos de lo sucedido. La agresora, hija y madre de ellas respectivamente, llevaba dos días en el calabozo y la única información que les habían dado de ella es que estaba furiosa porque no la dejaban fumar.
—Mi hija es buena chica, pero ahora está pasando un mal momento —me decía la víctima.
—Mi madre tiene un problema. No queremos que vaya a la cárcel. Queremos que deje de beber, porque solo hay problemas cuando bebe.
Es curioso como desde fuera todo parece mucho más sencillo de lo que en realidad es. Desde mi punto de vista, totalmente ajeno a esa familia hasta entonces, deseaba fervientemente que la agresora fuera a la cárcel a pagar lo que había hecho. Y así ellas podían quedarse tranquilas. Sin embargo, el vinculo familiar es complejo y uno no puede apartar a una madre o una hija como quien deja a un marido. "¿Eso qué soluciona?", me decían ellas. El verdadero problema es que la madre es demasiado mayor para encargarse y la hija está estudiando y trabaja y tiene que pensar en sí misma.
Me llamaron a declarar. Juré decir la verdad y toda la verdad y expliqué los hechos. Me hicieron preguntas sencillas sobre algunos detalles y me dejaron ir. Como el fiscal y el abogado defensor no se pusieron de acuerdo, habrá juicio en diciembre, al que tendré que ir de nuevo a declarar. La detenida finalmente volvió a casa.
Afortunadamente, desde entonces no se han oído más gritos ni discusiones. Debió de ser muy impactante despertarse en prisión, ver las fotos de las lesiones que había causado y demás, ya que ella decía no acordarse de nada. Quiero creer que un impacto así da pie a darte cuenta de la gravedad de tu problema. Y que puede ser un primer paso hacia una posible recuperación. Aunque la verdad es que sólo me importan la abuela y la chica.
Hace unos días, me encontré a la chica en el ascensor. Me dijo que su madre había aceptado entrar en un programa de desintoxicación y que últimamente se la veía mejor. Ella sonrió. Yo sonreí.
1 comentario:
Es pedirlo y tenerlo :)
Yo
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