Mi padre hace una pausa y carraspea al otro lado del teléfono. Me dice que están bien. Le digo que me alegro. Son las dos de la tarde y estoy tumbado en el sofá con la chaqueta puesta. Acabo de llegar de trabajar. Tengo que prepararme la comida. Comer. Ir al gimnasio. Ducharme. Escribir un artículo en mi blog. Comprar un regalo para mi hermana.
—¿Cuándo celebramos el cumple? —digo—. ¿El domingo?
—Sí —dice mi padre.
—Vale.
He manchado el brazo del sofá con los zapatos.
—Y a ver cómo se lo explicas a tu madre...
—¿A mí madre? ¿El qué? —pregunto.
—Eso que has escrito.
—¿A qué te refieres?
—Lo de que le has chupado la polla a tu jefe.
Quique se acerca con dos cañas de cerveza. Deja una justo delante de mí, derramando algo de espuma sobre la mesa. Quique tiene los dedos peludos. Es un chico tosco y masculino, muy moreno de piel. Me cae bien pero el pelo de sus dedos me obsesiona. Cuando me da la mano. Cuando compartimos un cigarrillo. Cuando me sirve una cerveza. Por lo demás, no es muy listo, pero es muy buena persona.
—Es normal que piense eso —dice acerca de mi madre.
—Pero, ¿cómo voy a escribir un relato sobre hacerle una mamada a mi jefe y compartirlo con todo el mundo, si lo hubiera hecho de verdad?
—Es que tal como lo explicas, parece de verdad.
—Claro. De eso se trata.
—No sé para qué te metes en estos líos.
—Me inspiro en la realidad pero lo que escribo es ficción. Mi madre debería entender eso.
—Pues yo no lo entiendo y eso que me lo estás explicando.
—Vamos a ver... ¡Pues eso! Que es lo normal. Que soy escritor.
—¿Ah, sí? Yo no veo que hayas publicado ningún libro...
—Porque no es nada fácil, publicar...
Quique agarra la copa de cerveza con su mano con pelos en los dedos y da un sorbo. Son las siete de la tarde.
—Mira, no es tan difícil. Tu madre leyó que se la habías chupado a tu jefe y pensó que se la habías chupado a tu jefe. No sé de qué te sorprendes. Ahí lo ponías bien claro.
—¿Por escribir en primera persona ya tengo que ser yo?
—La gente lo puede pensar. ¿Por qué no has puesto como que le pasa a otro...? ¿O a una chica?
—Queda mejor así.
—Pues, entonces, te aguantas. Además, ¿qué más te da lo que piense tu madre?
—Se pone muy pesada. Este domingo tengo que ir a comer con ellos. Es el cumpleaños de mi hermana.
Quique se rasca los pelos de los dedos con sus largas uñas negras.
—Yo, en cambio, me di cuenta en seguida. Todos sabemos que tú no sabes jugar al tenis.
—Pero, ¿cómo te lo tengo que decir? ¡Que no soy yo...!
—Bueno, ya... Pero parecía... Por lo demás, es bastante asqueroso...
Quique se rasca la nariz con los nudillos. Los pelos que sobresalen de sus orificios nasales se restriegan con los de sus dedos. Una vez. Otra vez. Tres y cuatro y cinco veces.
—La realidad, en ocasiones, también es asquerosa -le digo.
—¿Y qué? Lo que gusta a la gente son las historias normales. Invéntate algo más decente para la próxima vez. Si no, van a pensar que eres un depravado.
—Pues el que piense eso es idiota.
—Oye, no te pongas en plan capullo, ahora. Los buenos escritores aceptan las críticas.
Se acaba la cerveza de un trago y continúa:
—¿Ya sabes qué le vas a regalar a tu hermana?
3
Son las once y media de la mañana. Estoy tomando un café, de pie, apoyado en la pared de la sala de descanso de la oficina, cuando se acercan Merche y María. Me dan algo de conversación trivial con una misteriosa sonrisa que no logro interpretar. Tras un minuto de conversación, Merche se aparta el flequillo con la mano y dice:
—Por cierto, nos ha encantado tu relato.
—¿De verdad? —digo.
—Sí. Es fabuloso —continúa María, entusiasmada.
—¿Os ha gustado?
—Sí, sí, sí, sí —dicen.
—Vaya, pues me alegro.
Le doy un sorbo al horrible café de mi vaso de plástico.
—Están muy bien este tipo de historias —dice María.
—A mí, incluso me ha excitado un poco —dice Merche.
No me puedo creer lo que estoy escuchando.
—Escribes fenomenal —dice María.
—Y es muy interesante —dice Merche.
—Gracias.
—Hay que romper muros, ser transgresor, dejar atrás todo tipo de tabúes, hablar más de sexo... —dice María.
—Exacto. Como en Cincuenta sombras de Grey —dice Merche.
Y las dos se ríen tapándose la boca con la mano.
Tras un silencio algo extraño, les digo:
—Bueno... pues me alegro que os haya gustado.
—Sí, sí, sí... —dicen.
—Pero... —dice Merche—. Una cosa... ¿Es verdad?
—¿Cómo? —respondo.
—Si... es verdad... —dice María.
—¿El qué?
—¿Le hiciste una mamada al jefe? —preguntan.
4
Es domingo. Mi madre ha cocinado canalones de carne con besamel. Ha invertido tres cuartas partes de la comida en reprocharme el contenido de mi relato. Al parecer, si decido escribir sobre esos temas repugnantes, debería asegurarme antes de que no pudiera haber quien creyera al leerlo que eso me ha pasado a mí de verdad. Mi madre no sabe quién es Charles Bukowski, ni Bret Easton Ellis, ni Michel Houellebecq. No sabe quién es Chuck Palahniuk, ni Irvine Welsh, ni Don DeLillo, ni falta que le hace. Pero me habla de la apariencia, de la decencia y de perjudicar a la familia y a mí mismo. Mi padre no abre la boca. Los canalones están deliciosos, como siempre. Le pido a mi madre disculpas y que me ponga las sobras en un tupperware.
Aprovecho que se va a la cocina para darle el regalo a mi hermana.
—¿Qué es? —me pregunta mientras lo abre.
—No sabía qué comprarte.
Lo desenvuelve con cierto nerviosismo. Rompe el papel.
—¡Oh! —dice con sorpresa, al fin— ¡Cincuenta sombras de Grey! ¡Gracias!
—¿Te gusta?
—No lo sé. Todo el mundo me ha hablado de este libro. Ya va siendo hora de que me lo lea, supongo.
—Bueno, espero que lo disfrutes.
Mi hermana deja el libro encima de la mesa y me da un abrazo. Mi padre dice:
—Apartad, que no me dejáis ver la tele.
Mi hermana me acaricia la nuca y me dice al oído:
—No te preocupes por todo lo que te ha dicho la mama del relato. Era muy bueno.
—¿Sí? ¿Tú crees?
—Lo importante es que te lean y no dejar indiferente. Que les interese lo suficiente la historia como para llegar hasta el final. Después, las reacciones que tenga cada uno... ya no son asunto tuyo.
Mi hermana me da un beso en la mejilla.
Mi madre entra con el pastel de cumpleaños y empieza a cantar
—Cumpleaños feliz, cumpleaños feliz...
Mi padre sube el volumen del televisor.