“La tortura de una mala conciencia es el infierno de un alma viva” (John Calvin)
METRO GOLDWYN MAYER |
Ya no recordaba lo que era la Semana Santa en España. El año pasado estábamos en Dublín por estas fechas, si no recuerdo mal, lejos de cucuruchos y penitentes. Para mucha gente (para mí) la Semana Santa es sinónimo de vacaciones. Para mucha otra, es el momento de máxima fe, de arrepentimiento, de condenación de los propios pecados (veniales, mortales) y, con suerte, de su absolución. Enciendo la televisión y veo varias procesiones en diferentes cadenas. Reconozco que no entiendo esta fiesta (¿fiesta?) y, por lo tanto, procuro no criticarla. Sin embargo, a mí las procesiones me resultan un acto terrorífico. Me dan miedo. Temo a las masas fanáticas en general, es cierto. Observo los Cristos sangrantes, los pies descalzos con cadenas, hombres azotándose sus propias espaldas desnudas y siento escalofríos. De alguna manera, todas esas imágenes de horror simulado (o real) conectan con mi niño interior que sigue temiendo el fuego eterno. Porque la cosa va del sentimiento de culpa; una culpa abstracta de la que nadie puede librarse. Todos somos pecadores. Todos nosotros (incluidos los más ateos) hemos soñado alguna vez con figuras oscuras que nos persiguen y nos amenazan desde la sombra. Monstruos gigantes indescriptibles. Una nada que nos aplasta. Todos somos cristianos, por lo menos en cuanto que nuestra ética se basa en la moral judeo-cristiana. Eso no se puede elegir. Desgraciadamente, esa culpa, esa sombra, ese monstruo nos sienta mejor sin rostro. La mayoría de la gente prefiere no conocerse a fondo a sí misma por miedo a sacar a la luz dolores inconsolables. Hay muchas cosas que preferimos conservar en la oscuridad del inconsciente. Sentimos que no tenemos problemas graves y no queremos complicarnos. Sin embargo, ahí están.
La programación de estos días es "tortuosa". Tratándose de culpa y perdón, no entiendo por qué los políticos no aparecen disculpándose en rueda de prensa por todas las cosas que hacen mal. O por todas las cosas que podrían hacer bien pero no hacen por intereses que, como la Semana Santa, tampoco entiendo. En un delirio, imagino a los dirigentes del G-20 azotándose con látigos en procesión por las calles de Londres. Cambio de canal. En busca de una alternativa, me quedo viendo el canal de Aprende Inglés de la Tdt y finalmente me pongo a ver Ben-Hur que la están dando en Tve1. De pronto, como un milagro, descubro en el personaje de Messala un aire distinto al ambiente de la película. Un brillo especial en su mirada. Messala mira a su íntimo amigo (y luego enemigo) Judá Ben-Hur con intenso amor. Veo en sus ojos deseo, pasión, admiración, intimidad, ternura, cariño. Veo a un Messala enamorado de Ben-Hur. Y disfruto de la película. Me olvido de la Semana Santa y pienso. Pienso en que hay muchas historias escondidas tras las miradas de la gente. Detrás de la culpabilidad generalizada. Pienso en que deberíamos prestar más atención a los secretos de las personas que nos miran, que se miran. Pienso en que abrir el corazón torturado de alguien es el mejor camino para la salvación de un alma viva, y no la penitencia ni el dolor físico.
3 comentarios:
Me ha encantado... para variar.
A ver si un día nos miramos y nos contamos mil historias. Quizá sin la necesidad de hablar.
Un beso
Siempre me ha reconfortado tu mirada.
Yo me quedo con los valores cristianos, que no católicos; la culpa es algo que se inventó la iglesia para tener al pueblo controlado.
Te quieroooo.Besoss
¿sabes que esta semana santa ha sido en la que menos películas sobre el tema han hecho?
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