Ayer dieron El Show de Truman en laSexta. Me gustan mucho las películas que pone laSexta. Eso no dice mucho en favor del cine actual. En laSexta dan pelis de los ochenta y de los noventa que se supone que ya no quieren las otras cadenas de televisión. Pero a mí me encantan. Me gustan más que los grandes estrenos de pelis de ahora que ponen las emisoras ricas. Será una cuestión de nostalgia, no sé.
Yo no suelo hablar de cine aquí en Nihilantropía. Principalmente porque cuando veo las películas de moda, ya están pasadas de moda. "¿Y a quién le importa lo que opine yo de una película?", pienso. Belén Esteban, icono posmoderno, dice que ella no es periodista, es colaboradora; que su trabajo es opinar. No le falta razón. Al menos ella lo tiene claro. Cada vez hay menos periodistas y más opinadores. Y la sobresaturación de opiniones llega tan lejos que ya no se distinguen unos de otros y no sabes qué han estudiado (o si han estudiado algo) los que escriben en prensa, hablan en las tertulias de radio y televisión o tienen blogs de internet. En resumen, que yo tengo opinión pero no opino porque ya lo hacen otros por mí. Y mucho.
Sin embargo, hoy les cuento que me encanta El Show de Truman. Me excita contradecirme. Hoy que no entiendo el Hollywood actual con sus revoluciones visuales. Hoy que triunfan las tres dimensiones de Avatar y esa moda de hacer que los actores reales se parezcan cada vez más a dibujos animados. No sé ustedes, pero yo prefiero el rostro de un actor de verdad sin retoques digitales aunque no se salga de la pantalla. Y los buenos diálogos. Las buenas historias. Aunque hayan dejado de ser rentables.
Truman acepta el mundo tal y como se lo han presentado. Así las nuevas generaciones aceptan el cine actual tal y como es por mucho que yo me queje. Los adolescentes corren como locos a ver Crepúsculo a los cines mientras yo frente al espejo del baño imagino que una cámara no pierde detalle de mis lamentos. Vivo jugando y sueño que miles de teleobjetivos me observan. Que soy el centro del mundo y que millones de personas al otro lado están pendientes de todo lo que hago y me quieren, me siguen y les importo.
Lo mejor de Truman es que todos nos identificamos con él. Sus ilusiones, sus frustraciones, su optimismo, sus traumas, su tristeza. Sufrimos igual que Truman aunque, de alguna manera, lo tengamos todo. Vivimos la vida que otros han planeado por nosotros. Reaccionamos como se espera que reaccionemos. Somos patrones de comportamiento. Somos conductas prefabricadas. Somos vidas diseñadas por expertos. Somos previsibles.
Truman sufre porque es incapaz de llevar a cabo sus decisiones, todo aquello que se propone. Siempre hay algo que le impide salirse de su monótona vida perfecta. Pero un día, descubre que todo lo que le rodea es mentira y hay un mundo más allá del plató del que nunca ha salido.
Ese es Truman. Pero nosotros, por más que queramos, no somos Truman. Nuestras vidas son lo que son; son vidas reales y no hay nadie mirando al otro lado del espejo. No hay nadie con nosotros cuando estamos solos. Nadie al otro lado. Es así. Por eso me gusta El Show de Truman. No sé ustedes pero yo más de una vez hubiera querido que todo fuera mentira. Coger un barco y navegar hasta los límites del plató. Subir la escalera, abrir la puerta y salir al mundo verdadero en el que la libertad es posible a empezar de nuevo.
Y por si no nos vemos luego... Buenos días, buenas tardes y buenas noches.