27 de julio de 2011

SÍ, QUIERO. SÍ, CONSIENTO.

Ahora en las boda civiles ya no se da el "sí, quiero". Se dice: "sí, consiento". Creo que es porque es la fórmula legal del contrato matrimonial. En parte, le quita todo el romanticismo. En parte, hay quien considera más "bonito" que les case un anciano soltero que -cuanto menos- se masturba y no tiene ni idea del matrimonio, ni de la familia porque está "casado" con Dios. Supongo que lo dicen por el edificio. Así que todo es relativo.

COLUMBIA
Hoy estuve en una boda. Me hago mayor y mis amigos se casan y tienen hijos mientras yo tengo un blog y voy al gimnasio. Lamentable. Pero hoy no quiero hablar de mí.
Aunque no se valore lo suficiente, hay que ser muy valiente para casarte con una persona de otra raza, proveniente de otro país, otra cultura, otra religión y con sus otros idiomas. Enamorarse no requiere de ninguna valentía. Simplemente sucede. El valor se demuestra según cómo actuemos a partir de nuestros sentimentos.
Sabemos demasiado sobre cómo debería ser nuestra boda perfecta. Es el día más feliz de nuestra vida. Sabemos tanto que no nos dejan pensar por nosotros mismos.
Consentimos o no consentimos que nuestra boda sea igual que todas las demás. Y no sería un problema si no fuera porque así la hemos escogido en el catálogo. Pétalos o arroz, carne o pescado, en un jardín o en una iglesia no debería ser lo más importante.
Deberíamos pararnos un momento a reflexionar antes de dejarnos arrastrar por la corriente de la tradición. La mayoría de los símbolos de la celebración son arcaicos. Representan valores muertos. Pero, ¿y si mi boda no es tan bonita como la de fulanito? La gente opina, juzga. Todos somos culpables. Sin embargo, eso no es excusa para dejarnos anular por los fantasmas de nuestras bodas pasadas.
Por suerte, algunas veces una boda surge espontáneamente y la organización es medio improvisada y no hay dinero que gastar y entonces, en esencia, dejan de importar los vestidos lujosos, los peinados con sus tocados marcianos, el restaurante elegante, la música romántica y la fuente de chocolate y todos sus extras cobrados de antemano. En esencia, lo que distingue a en una boda de otra es la manera en que los novios sonríen.
Y tristemente no todas las parejas sonríen el día de su boda.
Quiero felicitar a los novios de mi boda de hoy por su brillante sonrisa interracial, su valentia y su humildad y por invitarme a compartir un momento tan especial y tan auténtico. ¡Que viva el amor!

16 de julio de 2011

UNA SEMANA DE JULIO

"Desconfío de la incomunicabilidad; es la fuente de toda violencia"  (Jean Paul Sartre)


LUNES.- En mi barrio hay un nuevo solar. O un edificio menos, según se mire. Está cerca de mi casa. Antes había un herbolario antiguo y siniestro. Uno de esos negocios a los que sólo entrarías si quisieras comprar un gremlin. Tenía una fachada sucia y fea, creo. Hace dos días estaba ahí y ya no lo recuerdo con claridad. Hay cosas que te acompañan en la vida sin pena ni gloria pero que añoras si desaparecen. Seguramente el dueño murió y ahora el Ayuntamiento pondrá unos columpios o unos pisos de protección social. Nadie te avisa ni te pregunta para estas cosas. Da la sensación que un día vas a volver de vacaciones y en vez de tu casa vas a encontrarte un solar.

MARTES.- Vuelvo del trabajo y mi edificio todavía sigue en pie. Siento cierta decepción por algún motivo que se me escapa. Llamo al ascensor y en seguida entra un vecino viejo y se pone a esperar conmigo. Mi ascensor es lo bastante lento como para que valga la pena subir cuatro pisos caminando con tal de evitar un silencio tan largo. Pero si picas tú al ascensor no hay escapatoria. El viejo con su bolsa del pan señala las paredes rayadas del ascensor. Me dice: "Los jóvenes ya no respetan nada", mientras yo hago girar las llaves entre mis dedos. Me explica que el ascensor es tan lento porque, al revés que en la mayoría de edificios, el motor está situado abajo y los cables tienen que hacer el doble de recorrido. Le digo: "Qué interesante". Y él me dice: "Eres nuevo". "No, hace tres años que somos vecinos", respondo. Vuelvo a acordarme del dueño de la herbolistería cuyo rostro tampoco recuerdo con claridad.

MIÉRCOLES.- Ya casi han terminado de llevarse todos los escombros de la demolición. Me pregunto si se tomaron la molestia de vaciar el local. Busco entre las piedras restos de tomillo, romero y hierbabuena. A mi lado, varios ancianos contemplan la excavadora trabajar. Yo susurro a las piedras: "¡Gizmo!". No obtengo respuesta. El anciano de al lado fija su mirada en mí y decido marcharme antes de que me pregunte si soy nuevo por aquí.

JUEVES.- En el espejo de mi gimnasio se me ve más ancho de lo normal. No sé si estoy demasiado cansado y alucino con el calor pero si me muevo hacia los lados mi espalda reflejada se ensancha como en un holograma ochentero. Creo que está hecho a propósito como los espejos que te adelgazan de las tiendas de ropa. Me pregunto si la gente elige gimnasio en función de si se ve más o menos ancho en los espejos de la sala de máquinas.

VIERNES.- En el supermercado un tío cachas con camiseta de tirantes blanca discute con un tío con gafas. Parece que el musculoso se ha querido colar y el miope ha protestado. ¿Por qué los macarras nunca tienen problemas de visión? Creo que ese tío va a mi gimnasio. "No te he insultado, he dicho ostiaputa". La discusión no tiene gran nivel pero todo el supermercado está pendiente. Es como la mala televisión. El intelectual no para de replicar al cachas, aunque con la boca pequeña. Parecen dos partes de mí mismo en conflicto pero prefiero no intervenir. "¡Cómo no te calles te parto la cara! ¡Quítate las gafas!". A lo mejor me equivoco pero si el mazao de verdad quisiera pegarle debería quitarle las gafas él mismo o directamente rompérselas de un puñetazo. Salgo del supermercado sin saber cómo termina todo. Me cruzo con el viejo del ascensor que ni siquiera me saluda. Mi casa sigue en pie. Me veo reflejado en el cristal de la puerta de la calle; se me ve todavía más ancho que en el espejo del gimnasio. Si no fuera porque llevo las gafas puestas, me partiría la boca.

9 de julio de 2011

ESTRELLAS EXTINTAS

"Cuando uno está con la mierda hasta el cuello, ya sólo le queda cantar" (Samuel Beckett)


Me asomo a la ventana y no veo ninguna estrella. Son las doce de la noche. No se puede dormir por el calor. Cojo el portátil y me instalo en el balcón. Es el único sitio de la casa en que el bochorno se soporta. Vuelvo a mirar al cielo y sigo sin ver nada excepto destellos rojos y una inmensa oscuridad. ¿Se puede vivir en un lugar en el que no se ven las estrellas?
El ordenador se bloquea, no me deja escribir. Está quemando por la parte de atrás. Me sudan las manos. A este teclado le faltan la 'g' y el acento, así que cada vez que los marco me pincho las yemas de los dedos. Pero hoy nada me detiene.
Es una noche extraña. Ni siquiera hay luna. Se supone que sin luna se vislumbra mejor el firmamento, pero nada. Una solitaria luz parpadeante que se aleja en el horizonte, detrás de las antenas y los tejados de mi barrio es lo único que brilla en el cielo. Un avión que se marcha a otro lugar.
En Glasgow siempre llovía y la gente me preguntaba: "¿Se puede ser feliz en un lugar en el que siempre llueve?". Pero allí la respuesta era sencilla:
No voy a quedarme aquí para siempre.
Nada es para siempre. Todo termina. Todo caduca, muere. Cada lugar, nuestros momentos, nuestros trabajos, nuestros amigos, el amor. Nosotros. Es triste pensar que un día todo lo que hemos conocido dejará de existir y, sin embargo, aquí estamos buscando luces en el cielo.
He escuchado decir infinidad de veces que las estrellas que vemos en el firmamento están ya extintas; que su luz tarda miles de años en llegar hasta nosotros y que por eso vemos en el cielo estrellas que ya no existen. He escuchado en muchas ocasiones la historieta de las estrellas muertas pero nunca le he oído a nadie hablar acerca del nacimiento de nuevas estrellas celestes y, sin embargo, siguen naciendo incluso en galaxias viejas.
A lo mejor se puede ser feliz en una ciudad sin estrellas pero nadie nos habla de eso.
Parece tan difícil.
Nunca he conocido a un matrimonio mayor que encaje en la definición de felicidad que se me ha explicado. Pero en cambio todo el mundo me anima a encontrar el amor de mi vida.
No conozco a nadie que me explique lo feliz que es. Sólo me cuentan sus problemas. Y yo les respondo con los míos.
Muchos de mis compañeros de instituto han terminado convirtiéndose ante mis ojos en grotescos personajes de españolada dramática de extrarradio. Están los alcohólicos. Los que su mundo gira entorno a las drogas. Los que dedican la mayor parte del tiempo a trabajar en algo que odian y cuando están de vacaciones se aburren y no saben qué hacer. Los que tienen el sexo tan presente que parece que estás follando con ellos cuando te hablan. O los que no follan nunca por miedo a las enfermedades, a los demás, al fracaso o a su propio cuerpo. Los románticos que no entienden la vida sin un amor imposible por el que llorar. Y están las anoréxicas y bulímicas de las cuales ya incluso he perdido la cuenta.
Son personas que veo todos los días cuya luz hace tiempo que se ha extinguido y, sin embargo, siguen ahí. Me pregunto dónde estarán las otras personas -estrellas nacientes- que ni veo, ni nadie me habla de ellas.