30 de marzo de 2008

FAREWELL

"Estos labios que saben a despedida, a vinagre en las heridas, a pañuelo de estación" (Joaquín Sabina, Nos sobran los motivos)


Pasada la mitad del curso, algunos estudiantes extranjeros empiezan a volver a sus países de origen y tiñen el cielo de Glasgow de nostalgia hasta el punto de que incluso los escasos días soleados se nos presentan tristes. Nunca se me dieron bien las despedidas. Si lloro, me siento como una niña cursi preocupada porque llega el fin de curso. Si no lloro, me siento culpable; sobretodo si lloran todos menos yo. Generalmente, no vivo las despedidas como tales. Ni me entero de que la gente se va. Digo lo que hay que decir, entiendo que se van. Abrazo, beso, limpio lágrimas ajenas y hago reír para que sea una sonrisa lo último que vea de ellos. Y se van y yo me quedo allí contemplando la silueta de esa última mueca en el aire como un destello, una nube de humo que se desvanece como un dibujo animado cuando corre. Me quedo solo y con los bolsillos llenos de recuerdos y momentos vividos que no volverán. Es entonces cuando empiezo a vivir la ausencia y me emociono... pero ya es demasiado tarde. En ese momento, ya parece que no viene a cuento sentir nada y te ves como un absurdo perrito faldero sin piernas contra las que frotarte. A nadie le gusta sentir las cosas cuando ya han pasado de largo; así miro hacia delante con el corazón bien duro y la triste sensación de haberme perdido la vivencia de otro momento bonito.

Sara y Alessia volvieron a Italia tras una gran fiesta de despedida en el piso de Marco. Una celebración por todo lo alto, incluyendo el policía escocés borracho y con bigote interrumpiendo por exceso de ruido. Suele pasar. Una fiesta no es una verdadera fiesta si no la para la policía. Una vez, acabamos una fiesta sin incidentes, de manera que pusimos la música a su máximo volumen para que vinieran los gendarmes y pudiéramos irnos a casa tranquilos. La última fiesta de Sara y Alessia en Glasgow sin duda será también muy recordada, aunque yo fuera incapaz de vivirla como un final. Es difícil concebir una cosa como última: un momento, una fiesta, una cena o lo que sea. Estás ahí y te parece tan poco concluyente como cualquier otro rato. Y es probable que sea cosa mía pero, ¿no os parece que nada acaba, que todo fluye? Yo vivo cada punto como el primero de una serie de puntos suspensivos; y así todo. Dejo abierta toda puerta tras de mí y ando hacia adelante pretendiendo que todo me sigue de cerca; que nada ni nadie se pierde en el camino. No termino una comida, sino que empiezo un postre. No acabo un polvo, comienzo un beso. No cierro una historia, abro un cuento. No sé por qué me cuesta tanto, pero así es. Niego los finales. Y presumo de duro y de vivir el presente, cuando la mayor parte del tiempo paso de puntillas por cada experiencia. Tengo miedo de terminar todo algo porque siempre siento que todavía no he empezado a disfrutarlo intensamente.

Sara y Alessia se fueron. También se fueron otros. Y otros que están por irse pronto. Sara me dijo que no estaba preparada para marcharse. Me lo sigue diciendo desde Italia. Me cuenta que no se adapta, que todo es raro. Y todo es raro aquí también. Las nuevas ausencias me hacen sentir que esto se acaba, aunque todavía falten dos meses. Y me pregunto si estoy preparado para irme y no tengo respuesta. No me asusta, pero pienso mucho en la vuelta últimamente. A ratos me siento muy feliz y a ratos melancólico. Pienso en lo que está por acabar; en lo que está empezando... y de nuevo, niego que nada acabe y disfruto los nuevos comienzos. Imagino la vida como un avanzar infinito y así me consuelo. El Erasmus es esencialmente temporal y eso lo hace bonito, especial, único y genuinamente auténtico. Pero, ¿no es acaso también temporal la vida?

24 de marzo de 2008

INTRODUCING ALEX

"Y si sólo tengo amor, ¿qué es lo que valgo yo? Si tengo ganas de bailar, ¿para qué voy a esperar?" (Como un burro amarrado a la puerta del baile, El Último de la Fila)

Álex me pregunta si alguna vez volveremos a Glasgow. Es algo que nunca me había planteado hasta ahora. Una simple pregunta y, de repente, echamos de menos todo, aunque falten todavía meses para irnos. Y nuestro piso huele a melancolía y el jardín de la entrada; la parada del autobús, el museo iluminado por la noche, el zorrito que cruza la calle de madrugada; y el Morrison's y la cafetería de la universidad; el piso de Sara, las clases de inglés de Elisa, los asfixiantes abrazos de Alessia; y el borracho que grita en el autobús y el vecino cojo de Sierra Leone; y la almohada de rayas, el papel de váter sobre la chimenea; y yo buscando mis gafas, y Álex con su mantita a todas partes. Pero todavía no nos hemos ido y Álex sigue ahí sentado mirándome con sus enormes ojos marrones y yo sigo frente al ordenador y no hay nada que echar de menos todavía. Le digo: "No. No volveremos". Álex se ríe en vez de ponerse triste. Porque con Álex todo es fácil y cada pregunta tiene un final feliz, y lo serio se habla siempre con una sonrisa y todo es muy cercano y honesto. Álex es un interrogante amable, el cerco de café sobre la mesa; es la inocencia del idealista, un rayo de sol entre las nubes de Escocia; es piel, compañía, respeto; es una aventura, un beso, el tesoro de vivir soñando, el regalo de soñar despierto. Así es Álex, a mí ya me conocéis.

MULA

A veces la vida es una noria. Das vueltas y vueltas en tu cestita. La gente sube y baja. Se sientan a tu lado, se sientan en frente. Viajan contigo o en las cestitas de al lado. Y todo el mundo dando vueltas; ahora deprisa, ahora despacio. Ahora la noria se para. Giras hacia arriba y hacia abajo. Quizás te mareas, quizás sientes vértigo, quizás te aburres, quizás la disfrutas. Hay quien le da por vomitar, mientras otros escupen al vacío cuando se encuentran en lo más alto. Una noria puede ser la tranquilidad de contemplar el paisaje sentado cómodamente, con mejor o peor perspectiva, verlo todo alrededor. Puede ser desidia como la del hámster corriendo en una rueda que no lleva a ningún lado. Una rueda dentro de una jaula. Manchester tenía una noria enorme en la que Álex y yo decidimos no subir.

A veces la vida es un barquito. Una casita flotante que puede dejarse llevar por la corriente o navegar mar adentro. Puede flotar bajo la tormenta o perder el rumbo o simplemente quedarse anclado en un puerto bonito. O cambiar de puerto a cada rato. Mirad este barquito atracado en el puerto de Liverpool. ¿Verdad que es bonito?

MULA

Álex duerme mientras escribo esto. Siempre escribo mientras él duerme. Es una manera agradable de esperarle. Yo tecleo y él reposa con una bufanda atada a los ojos porque, a falta de persianas, entra demasiada luz al cuarto por las mañanas. Yo jugando al escritor con gafas, él soñando que es el protagonista de una soap opera. Álex es actor pero, si pudiera elegir, sería personaje. Supongo que como todo el mundo. Sin embargo, no hay secundarios a su lado. Vive como si el mundo fuera una serie coral y todos fuéramos tan favoritos como cualquiera. Álex da un nuevo significado al habitual narcisismo de todo artista, desde la generosidad y la nobleza. Le admiro mucho. Y él a mí. Y no hace falta que nos lo digamos todo el tiempo. Siento que juntos aprendemos más deprisa y mejor; que hasta equivocarse resulta cómodo y grato. Álex me hace feliz, así que tratadlo bien, como hacéis conmigo. Espero que le hagáis un buen recibimiento. El que se merece. Esto es un regalo para él, así como él es un regalo para mí. Eso es. Así es. Álex. To be continued...

17 de marzo de 2008

LIVERPOOL & MANCHESTER

"Obladi, oblada, life goes on bra... lala... how the lifes goes on" (Obladi, Oblada, The Beatles)

Podría escribirles un soneto a cada una y acabaría antes, pero ahora el versificador no está lo bastante inspirado, así que en realidad no acabaría antes. Hoy empiezo el post mintiendo. Una manera de acabar antes que no es mentira sería: "Pubs, música y fútbol". Las dos ciudades son famosas por los grupos que han parido a lo largo de la historia (muchos más que dos) y por sus equipos de fútbol que tantas alegrías dan a la liga inglesa. Lo que ocurre es que eso lo sabe todo el mundo y uno no tiene un blog para decir cosas que ya todo el mundo sabe. Uno quiere innovar, ser original y diferente. Quiere ser único, irrepetible y especial. Quiere hablar diciendo aquello que sólo uno mismo dice y nadie más. Pero en un mundo donde todo ya está dicho e inventado, eso no es nada fácil. Así que uno se conforma con ser divertido y escribir bonito que es lo más cercano que se me ocurre a ser auténtico. En este caso, la autenticidad está lejos de la naturalidad.

Otra manera honesta de acabar antes sería: "He estado en Liverpool y Manchester, ¿a que molo?". Crudamente sincera, pero también tonta, impertinente y chulita. Y uno no quiere molestar a nadie ni quedar como un bobo exhibicionista... aunque lo sea. Escribir es un modo de desnudarse y, por lo tanto, un escritor publicando un blog en internet no está tan lejos de esos adolescentes que cada día cuelgan en su fotolog fotos hechas con el móvil en el baño de su casa en calzoncillos. Sacando morritos, entornando los ojos con cierta seriedad, marcando abdominal; con el rollo de papel de váter junto al espejo. Imaginad en vez de morritos, una metáfora; en vez de abdominales, el tronco narrativo de un párrafo. Cambiad el papel de baño por un café y romped el espejo: ese soy yo. De la misma manera que esos chicos se desnudan, yo lo hago, pero ninguno de nosotros comete un acto de valentía, sino todo lo contrario. Desnudarse en este caso no tiene nada que ver como mostrarse como uno es, sino con esconderse tras el propio cuerpo desnudo.

Estoy ya en el último párrafo y todavía no he dicho nada sobre las dos ciudades del título. Empiezo a sentir este post como un fracaso. No sé si sabéis que un exhibicionista es un individuo detenido en una etapa inmadura debido a sentimientos de inferioridad. Eso dicen los psicoanalistas sesudos. El caso es que el acto de exhibirse, como el de tener un blog, es una muestra de timidez extrema. Aquí estoy: abriendo mi gabardina sin nada debajo, meneando la colita al lector como cualquier guarro descarado que pervierte las esquinas de los barrios marginales. La intención del pervertido es negar su inferioridad trasladando la vergüenza, el pudor, el asco y el rechazo al pobre transeúnte que tenga la desventura que cruzarse en su camino; la intención es escandalizarlo, ponerle colorado y hacerle huir entre gritos con el rubor entre las piernas. El exhibicionista, como el escritor y cualquier otro pervertido, lo único que busca es reconocimiento. Sin embargo, se cae siempre en la contradicción de no querer recibir a cambio lo que uno pide. Si se respondiera favorablemente a los supuestos favores sexuales (o de cualquier otro tipo) que el pervertido ofrece, éste, humillado, no dudaría en salir corriendo. Yo mismo he salido corriendo algunas veces tras recibir algún que otro comentario en este blog (y eso es un piropo, pues demuestra la inteligencia de vosotros, mis leyentes y mi evidente inferioridad).

He dicho que el párrafo anterior era el último y es ya la segunda mentira de este post. Si releyera con esmero, seguro que encontraría más. Definitivamente, esta entrada ha sido un fiasco. Al menos ha sido mi fiasco; mío y de nadie más. Eso me hace sentir menos perdedor. Espero que me perdonen Paul McCartney y Cristiano Ronaldo; y Fernando Torres y Liam Gallagher y todos los demás. Quizás la proxima vez tendría que tener más en cuenta a los triunfadores y tratar de aprender algo de ellos. Quizás debería empezar mi próximo post diciendo: "Obladi, oblada, la vida en sostén va... lala... así la vida va". Quizás la próxima vez. God save the queen!

7 de marzo de 2008

ESA SONRISA

"When you're smiling, the whole world smiles with you" (When you're smiling, Shay, Fisher & Goodwin)

La lluvia en el alma y el humor como paraguas. Sentado en el salón de casa frente a los cristales empapados en una mañana oscura. Todos mis 'yo' y la nada. Tomando un té, versificando la existencia desde la tristeza. Sueño en los ojos, frío en los pies. Álex todavía duerme. La mente clara, el gusto espeso. Y una sonrisa.

Ese momento de hacer girar la cuchara en la taza formando un remolino de azúcar donde ves dar vueltas las palabras de tu cabeza. Ni un huracán, ni un tornado podrían borrar hoy la sonrisa de mi cara. Esa sonrisa del cosquilleo en la boca del estómago. La de las patas de gallo del regocijo. La de los ojos chinitos del ahora. La que te ilumina el día y la mirada, y trae de la mano una sorpresa. Esa sonrisa contagiosa, impúdica y hermosa. Esa sonrisa que te responde a cien preguntas sin dar explicación ninguna. Esa sonrisa irracional que es tan tuya y tan suya y tan de todos. La sonrisa de las nubes, de mis dedos y mi teclado. La que duerme desnuda. Esa sonrisa idiota... tan idiota... me da la vida.

Hoy no me da la gana estar triste. Hoy que hay motivo para subrayar esas arrugas de expresión de la alegría; esos abanicos del desparpajo. Siempre hay motivo, pero hoy lo veo. Hoy que pierde el PP y gana Zapatero y el Chikichiki, y tengo a quien mirar a los ojos cuando me alegro. Hoy que la vida parece haberla escrito un optimista. Hoy que lo cursi no empalaga, que no me quiero ir, que no me hacen falta palabras. Hoy mi sonrisa es un espejo que devuelve algo que vale la pena haber estado esperando. Cuando esperar lo inesperado deja de ser una contradicción y se convierte en el brillo de dos enormes pupilas marrones con reflejos verdes, esa sonrisa... ésa y no otra... es el mejor regalo del mundo.

Mi abuela bajó a votar con sus 96 años, su sonrisa prestada y mi encargo de nieto consentido. Votó por mí, pues prefiero las personas antes que la burocracia por correo. Ella, al parecer, también. No había votado desde Adolfo Suárez. Y así mi abuela hizo historia: su historia, la mía y la del mundo. Pues no es sólo historia lo que sale en los libros de texto. La historia es un duende invisible que se construye desde uno mismo luchando contra la desunión. A veces siento que vivo como quien juega a inventar anécdotas que contar a sus nietos. Afortunadamente, cada vez más cerca de mí mismo. Cada vez más cerca de los demás. Y así mientras sonrío imaginando a mi abuela votar, Álex me sonríe también en consonancia, sentado a mi lado y en pijama. Y sonreímos juntos a la gente que pasa por la calle. Y mi abuela sonríe al vecino sentado tras la urna, mientras éste sonríe a mis padres y a los que vienen detrás haciendo cola.

Hoy no hay un motivo para sonreír, ni una victoria, sino muchos. Muchas. Hoy sonreír es dejar de estar solo. El mundo está contento por una vez de ser un rincón plagado de tontos que son sabios sin saberlo, de gente enamorada, de billetes de avión, de vidas cruzadas, de cuadernos lila y zapatillas y cuchillas de afeitar y lavadoras, cremitas y granos en la frente. Todo esto no es por las elecciones, aunque también. Todo esto es porque esa sonrisa que tanto se me ha reclamado desde fuera, desde lejos, desde cerca y desde dentro, tantas veces hoy adorna mi mirada. Esa sonrisa que tanto se merece el mundo y la gente que me quiere. Esa sonrisa es hoy un regalo, para vosotros, para el mundo, para mí y para Álex.