9 de noviembre de 2010

LUGARES COMUNES

"Los lugares donde no se ha amado ni se ha sufrido, no dejan en nosotros ningún recuerdo" (Pierre Corneille)

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1. Me levanto a primera hora de la mañana para ir al gimnasio. Pienso que tan temprano no habrá nadie y podré hacer ejercicio tranquilo. Ayer me quemé el dedo índice al meter una pizza en el horno. ¿Debería comer más sano?
Me chupo la llaga del dedo al entrar a recepción. No sé si saludo o toso. Me pregunto si el lector de huellas dactilares que han instalado para entrar me reconocerá con la llaga. Coloco el dedo, la puerta se abre. Tengo la sensación que si pusiera una salchicha también se abriría.

Entro a los vestuarios. Está todo reformado y nuevo desde la última vez que vine, pero el baño sigue teniendo un extraño olor a mierda y vómito y cloaca. No exagero. No me lo explico. ¿Seré el único que entra a este lavabo? Todavía no me he cruzado con nadie y eso me hace feliz. Bajo con ilusión a la sala de pesas y entonces descubro que una invasión de jubilados ocupa todas las máquinas. Yo he hecho un sacrificio, después tengo que ir a trabajar. Estos señores no tienen nada que hacer en la vida. ¿Es que no pueden quedarse durmiendo y venir a media mañana? La vida de un jubilado imagino que debe ser bastante aburrida, pero alguien debería decirles a estos abuelos que cuanto más pronto se levanten, más largo se les hará el día.
Reflexiono sobre todo esto, mirándome al espejo, levantando una triste pesa de seis kilos esperando a que algún vegete tenga un infarto y deje libre la cinta de correr. ¿Cuántos años hace desde la primera vez que me apunté a este gimnasio? En el fondo nada ha cambiado desde entonces. Siempre acabo volviendo. Echaré de menos a Chándal.

2. En la sala de espera del médico de cabecera, busco entre los abuelos alguno que haya coincidido conmigo en el gimnasio por la mañana. Se parecen tanto unos a otros que si no fuera por las faldas y corbatas ni siquiera distinguiría entre hombres y mujeres. Deseo que les diagnostiquen problemas de corazón y que les obliguen a borrarse del gimnasio. Luego me siento culpable y una vieja me pregunta a qué hora tengo yo visita. "A las tres y media", contesto. Se queda en silencio mirándome fijamente. ¿Se habrá muerto? Saco el papelito y le enseño la hora. "Va con retraso", murmura. Son las tres y veinticinco.
Me conozco de memoria esta sala de espera. Sé el número de sillas que hay, el número de puertas, de ventanas, lo que dicen todos los letreros y dónde está la baldosa que hace ruido y el fluorescente que no funciona bien. La doctora me hace pasar con cuarenta minutos de retraso. Me parece razonable. Le enseño la nueva ecografía de mis riñones. Siguen habiendo cuatro piedras. ¡Qué novedad! Dice: "Hay una ya muy grande. Vamos a tener que extraerla". Si es niño la llamaré Pedro. "Te voy a dar hora con el urólogo".

He escuchado tantas veces esa frase que ni siquiera miro a la doctora cuando me habla. "¿Podría cambiarme de especialista? El doctor Yuren y yo no nos entendemos", comento inspeccionando el nudo de los cordones de mis zapatos. "Claro, te doy hora con la uróloga, entonces". ¿Uróloga? Levanto la vista del suelo. Por fin una novedad.

3. Mi decisión de ir sobrio a la discoteca resulta finalmente ser una experiencia interesante. Aunque los médicos me dicen que puedo beber alcohol, prefiero no hacerlo. Así que quedo con dos amigos y dos amigas y vamos a bailar por el centro. Allí nos encontramos con más amigos y conocidos y todos están borrachos menos yo.

Afortunadamente, he vivido fuera de España y sé lo que es sentirse extranjero. Recuerdo esa sensación de no entender los chistes o no verles la gracia. En cualquier caso, puedes fijarte en otras cosas y, lejos de aburrirme, yo siempre he sido un mirón al fin y al cabo. Así, mientras bailo por bailar, me veo rodeado de tramas cómicas en su forma, algunas trágicas en el fondo.
La chica que busca su media naranja en una tableta de abdominales. El chaval que olvida su miedo por una noche y besa en los labios a su mejor amigo. La morena que trata de esquivar la tristeza con un golpe de cadera. El tonto de tirantes que esconde su timidez bajo un sombrero. La que no sabe decir que no, aunque luego se arrepienta. El que desea en silencio. Aquellos amantes que se reencuentran y no se atreven a decirse más que "hola". Las verdades. Las mentiras. Todo aquello que luego se olvida...
"Tu amigo es un poco serio", dijeron por ahí. Curiosamente, tras mi contención, aquella noche disfruté mucho más que todas esas noches en las que bailé borracho como un loco que no piensa en el mañana. Y al día siguiente, nada de resaca ni remordimientos.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Bravoooo, Bravooooo... Levántense de sus sillas, carajo! Bravo! Genio! Genioooo!!!
(Apláudase por la línea de puntos)
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Fatale dijo...

Buenísimo.