"Nunca olvido una cara, pero con usted voy a hacer una excepción" (Groucho Marx, El hotel de los lios)
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¿Quién dijo que trabajar en la recepción de un hotel por las noches era tranquilo? Creo que fui yo... ¿Y quién me manda a mí decir semejante estupidez? Estoy hasta los huevos de este hotel. Hoy es la onceava noche seguida que estoy dando el callo, sin días de descanso, y lo que me queda. He trabajado 56 horas esta semana. y no tengo libre hasta el próximo sábado. Es lo que tiene ser un inmigrante. Odio este lugar, al mundo en general y en concreto a esa parte del mundo que se hospeda aquí. Necesito dormir a horas normales. Mi amigo Sergio dice que me vaya acostumbrando, que después del instituto la vida se reduce a trabajar y dormir. Sergio es muy sabio. Claro que para él la vida de instituto se reducía a ir a clase y dormir. Eso cuando venía a clase.
Esta semana, supongo que no lo sabéis, ni falta que os hace, ha sido la final de la liga de rugby inglesa. Es un acontecimiento que me traería sin cuidado si no fuera porque he tenido que lidiar con una legión de hooligans que me hacían abrir el bar a altas horas de la madrugada. Es algo que estoy obligado a hacer, pero de lo que trato de escaquearme a todo costa, porque no se me da nada bien y nadie me ha enseñado. Y porque si viene alguien a recepción se me acumula la faena y acaba todo el mundo estresado, cuando no hay necesidad. ¡Váyanse a dormir, hombre!
Todo sería más fácil si supiera hablar inglés mejor y entendiera sus bromas sexuales. Si tuviera más confianza en el idioma y supiera cómo decirles que dejen de hacer escándalo que se están quejando los demás huéspedes, y que no pueden entrar a prostitutas al hotel y pagarles copas delante de mis narices, aunque fueran las putas las únicas que sabían comportarse. Una de ellas, gin-tonic en mano, me explicaba lo bonita que es la arquitectura en Barcelona, mientras volaban bolsas de patatas sobre nuestras cabezas. Finalmente, tuve que imponerme, poniendo en juego mi vida y aceptando sus burlas sobre mi acento, y mandarlos a sus respectivas habitaciones. Afortunadamente, obedecieron no sin la correspondiente pataleta.
Pero eso no es nada. Es fácil mandar a alguien a dormir en otro idioma. Y decir la mayoría de cosas que tengo que decir. Lo realmente complicado es comprender a la gente. Sigo sin explicarme qué hago yo en este puesto, si no entiendo ni una palabra de lo que me dicen. Bueno, para ser honestos, sí entiendo alguna que otra palabra. El juego consiste en inventar el resto de la frase y ver si aciertas. Cuando pillas palabras como "room" y "breakfast", es fácil: quieren que les lleves el desayuno a la habitación. Lo mismo pasa con "wake up call" (llamada despertador), "check in", "check out" (cuando llegan o se van), etc. El problema es cuando te llaman por teléfono y te piden un "corkscrew" (sacacorchos)... Entonces, ¡la has cagado chaval! No tenéis ni idea de la cantidad de maneras diferentes que hay de pronunciar "pillow" (almohada) o "bedcover" (cubrecama). ¡Es delirante!
Lo peor es cuando no tienen más remedio que bajar a hacerme señas porque la comunicación es inviable y se ponen a gritar deprisa y a mover los brazos como monos muy enfadados. Ahí es cuando, palabrotas aparte, el juego se complica, por la presión añadida. Pillas cuatro palabras, inventas una frase y compruebas si has inventado lo mismo que están diciendo. Con suerte aciertas y te ahorras las miradas de odio, las repeticiones y otras impertinencias. Les das su "connector" (adaptador para enchufes británico) o lo que sea que hayan pedido y se marchan. En el peor de los casos, se alarga un silencio incómodo y te preguntan con el ceño fruncido:
—Do you speak english?
—I think so.
Hasta ahora, la sangre no ha llegado al río y he salido victorioso de todo enfrentamiento. Sin embargo sufro cada cliente y tengo ganas ya de mejorar este inglés mío tan cañí, para que no me sea tan duro atender a indeseables snobs cuyas caras tratas de olvidar a toda costa. Para no sentir más esa incertidumbre aterradora de buscar dentro de ti todo lo que se pierde en tu traducción mental. Parece que es verdad que a las palabras se las lleva el viento. Ojalá a las personas también.