Para crear este blog inventé una palabra. Una palabra que no existía entonces y que, de momento, continúa sin existir fuera de mi mundo: NIHILANTROPÍA. Junté trozos de otras palabras y mezclé sus definiciones. Proclamé que había una cualidad humana, común en todos nosotros que consistía en no ser nada. Me lo inventé. Podría decirse que trataba de expresar un sentimiento mío habitual en ciertas épocas de crisis existencial, de menosprecio, de vacío emocional o de miedo a desaparecer. Podría decirse que lo que quería era encerrar la angustia en una palabra para poder huir de ella. Transformarme. Empezar un viaje desde esa nada y expandir mi conciencia hasta llenar el infinito. Pero la verdad es que lo hice sin pensar demasiado. Inventé la palabra desde una ocurrencia repentina, lo que es posiblemente el mejor comienzo.
Queridos nihilántropos: hoy hace cien posts (más de dos años) desde que inventé la Nihilantropía. Eso quiere decir que algunos de vosotros habéis entrado aquí a leerme al menos cien veces. Este post va dedicado a todos los que entráis, pero sobretodo a los que estáis aquí desde el principio y todavía no os habéis cansado. Gracias.
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OLIVA |
2007: Me inventé una palabra y Woody Allen rodó una película en Barcelona. Con el corazón disléxico, viví en Londres, me compré el último Harry Potter y, envenenado de aflicción, hasta trabajé en un hotel y tuve un jefe interior. Y viajé a Glasgow y viví en Earl Street. Xesca Romero fue mi musa por un día aunque entonces era incapaz de ser feliz durante más de media hora. La culpa era de otros. Fui a una fiesta con una falda de cuadros, tuve anginas y di manzanas a los niños en Halloween. Tuve que ir a Barcelona a hacer de carnicero en una obra y al volver llovió mucho, mucho, mucho. Y por Navidad vinieron a verme unos testigos de Jehová y confundí naranjas con mandarinas.
2008: El año empezó supercalifragilisticoexpialidoso con montones de deseos y poemas para mi familia como regalo de reyes. Cumplí veintiséis e hice una fiestita desde la tristeza. Visité con una sonrisa el lago Ness, Liverpool y Manchester. Y llegó Álex a llenar de amor el blog y mi vida. Algunos erasmus se fueron yendo y, tras mis exámenes en inglés: Dublín, mi hermana, Belfast (escrito con B), Londres y el regreso a España. ¿Y si es verdad que no hay lugar como en casa? Miré y vi a la selección ganar la Eurocopa y empezaron los reencuentros y los viajes en avión y en Ave. Me hice teleoperador de un monopolio, con todas las patalogías que eso supone. Nació la pequeña Lua y el zoo se llenó de paradojas. Y me hice educador ambiental y nació Fermín en su atardecer. Estrené mi primera habitación (parece mentira) inaugurando nuevos sueños. Volvieron los años noventa y me alisé el pelo creyendo que existían los dragones. Y compré uvas en el Corte Inglés para pasar la Nochevieja.
2009: Los reyes me trajeron el último examen de la carrera que me enseñó a apreciar el valor de la realidad. Sin miedo, a pesar de la sociedad, me hice parado y con Chándal/Tirantes viví la monotonía como una aventura absurda. Descubrí un yo-colectivo con la muerte de Pepe y un yo-nosotros celebrando con Álex nuestro primer aniversario. Y Armengol y Strómboli nos mancharon la calva y yo, en homenaje, me rapé mi pelo liso y volví a ser el de (casi) siempre. Me cautivó la mirada de amor de Messala desde mi rincón oscuro desde el que busco un desnudo bajando la escalera. Por suerte, las croquetas de Encarna me daban fuerzas e incluso pensé en qué quería ser de mayor. Roberto Alonso pilló un síndrome armengoliano allá por los madriles y entre tanto desorden, no encontraba un doctor que me tocara. Por eso estoy aquí. Me cuesta soportar la distancia y entre cosas normales y otras que no lo son tanto, celebro mis 100 posts. Quisiera seguir compartiendo con vosotros todo esto ahora y siempre. Gracias por estar ahí. ¡Ah! Y por cierto, ya soy licenciado.