28 de diciembre de 2007

IN THE NAME OF GOD

La mañana del día de Nochebuena llaman a mi puerta. Estoy solo. Mi compañera de piso se ha ido a Polonia a abrazar a su familia durante tres semanas. Mis amigos han vuelto a sus países de origen renegando y con el espíritu navideño en forma de nariz arrugada incrustado en sus tristes rostros. No sé dónde quedan los anuncios de turrón en todo esto.
Estoy sólo en mi piso de Glasgow descansando de estudiar y buscar trabajo la víspera de Navidad y suena el timbre. Miro el calendario por si acaso fuera Halloween otra vez, pero no; así que voy a abrir. Dos hombres de más de cincuenta años sonríen y me dan los 'buenos días'. Uno lleva un maletín y unos folletos. El que parece el portavoz tiene una revista en la mano y debajo una Biblia escondida. Me hablan deprisa y no consigo entenderlo todo, pero capto cosas como: "la llegada del Señor", "se habla de paz y amor", "Jesucristo", "interesado en", "Dios es bueno", "el maligno". Me lee un pasaje de Saint Luke y me mira como si hubiera conseguido demostrar algo. Pienso: "Estoy aburrido". Pienso: "No tengo nada mejor que hacer". Pienso: "Es una oportunidad para practicar inglés". Y entro en el juego.

Matt Groening

Le digo: "Mire, tengo dos biblias en mi habitación. Una en inglés y otra en español; las leo. Pero no creo en Dios. Al menos de la misma manera que ustedes".
¿Así que las lees desde un punto de vista ateo?
Usted dice 'ateo' como si fuera algo malo.
¿No conoces la fe, joven?
La verdad es que si Dios existe o no me da lo mismo.
Me lee otro pasaje en el que se intenta demostrar que tener fe es bueno. Yo le intento explicar que la fe no se tiene porque uno quiera. Yo no puedo empezar a tener fe en Dios de repente sólo porque me parezca conveniente. Le cuento que soy de tradición católica, que estoy bautizado. Le pregunto de que religión son, pero no responde.
¿Y por qué lees la Biblia?
Me gustan algunas metáforas que explica.
La religión católica es la que te ha metido esas ideas en la cabeza. ¡Nada en la Biblia es metafórico!
Se me escapa la risa.
Oiga, no culpe al Papa. Los católicos también quieren que tome como real todo lo que pone ahí.
Los católicos tratan de engañarte.
¿De qué religión son ustedes?
Me molesta que no me respondan a eso. Yo estoy siendo honesto respecto a mis creencias y eso que son ellos los que vienen a mi casa a evangelizarme. Sólo pido un poco de transparencia. ¿Cómo quieren que me haga socio de su club si no me dicen de que club son? ¿Protestantes? ¿Metodistas? ¿Anglicanos? ¿Presbiterianos? Le suena el teléfono y aprovecha para ignorar de nuevo la pregunta. Me dice que es raro, que nunca le llaman cuando está trabajando. ¿Trabajando? Le digo: "Creo que es la llamada del Señor". Pero le cuelga. Parece que cuando está "trabajando" no le gusta que le moleste ni Dios. Insisto una última vez y finalmente confiesan: "Jehovah's Witnesses". ¡Qué decepción! ¡Malditos testigos de Jehová! Están por todas partes. Yo que quería conocer una religión nueva... Les pregunto lo único que en realidad me interesa.
Jesús no nació en Navidad, ¿verdad?
No, nació en otoño.
Me enseña varios pasajes que lo demuestran según ellos.
¿Y por qué no celebráis la Navidad en otoño?
Porque la Biblia no dice que haya que celebrarla. Ni los cumpleaños.
¡Pobres niños!
Me miran como compadeciendo mi alma. Tras un rato más de divagar, tras enseñarme un árbol genealógico que según ellos demuestra la existencia real de Adán, se cansan de mí y se marchan. Creo que soy el primero en aguantar hasta el final. Incluso me hubiera pasado más tiempo allí, pero ellos ya estaban hartos de mí. Ni siquiera me dieron la revista. Me dijeron que cuando tuviera más dudas, consultara la Biblia.
Por la noche, después de cenar con mi familia por videoconferencia vía internet, para completar mi día religioso, acompañé a mi amiga Alessia a la Midnight Mess, en la iglesia de la Universidad. Es una iglesia protestante. Aquí la gente no es que sea muy creyente, pero parece que en Nochebuena es tradición ir a misa, así que van. Todo me pareció bastante católico excepto que no había Cristo en la cruz, que las canciones eran animadas y que nadie respondía 'Amén' después de que el sacerdote dijera 'Amén' (que, por cierto, llevaba una casulla de colores que ni Agata Ruiz de la Prada). También hubo un bautizo y no paraban de hablar del nacimiento de Cristo. Pero lo que más me gustó es que en medio del altar reinaba un gran arbol de Navidad gigante, con sus bolas y sus luces. Un símbolo pagano enorme en la casa del Señor, más grande que la propia cruz. Pero, bueno, ¿qué se puede esperar de un país que cree en Santa Claus y no sabe quiénes son los Reyes Magos? ¿Alguien ha visto aparecer a Papá Noel en algún lugar de la Biblia? Cuando acabó la ceremonia y tuve que darle la mano al cura, como todos los feligreses, le miré a los ojos con picardía como diciéndole: "En realidad sabes que todo esto es una fiesta pagana, ¿verdad?". Él me respondió con la mirada, como si contestara: "¿Y qué demonios importa?". Y, la verdad, tenía razón. Merry Christmas.

22 de diciembre de 2007

BE COOL

"Algunas veces vivo y, otras veces, la vida se me va con lo que escribo" (Que se llama soledad, Joaquín Sabina)


Se trata de jugar. Nada más. Porque seguimos siendo niños. Nunca dejamos de ser las cosas que fuimos en el pasado. Simplemente vamos sumando, construyendo esa copiosa torre de Babel a la que llamamos "yo". Fui un bebé, un niño, un chico, un hombrecito... y ahora soy todo eso a la vez. Y un payaso y un triste; un tímido, un valiente; soy un cantante y un mudo; un amante, un novio y un soltero. Soy eso y además actor, que es como serlo todo. Como ser niño dos veces. Los anglosajones lo tienen claro y usan el mismo verbo para el niño que juega, el actor que interpreta y el músico que toca la trompeta.

Soy lo peor y lo mejor de mí mismo y no tengo porqué avergonzarme de eso. Soy feliz siendo "yo" cuando me dejo de tanto pensar y juego. Cuando estoy de verdad presente y disfrutando, y eso es más de lo que muchos pueden decir. Es lo que más me cuesta. Porque no sólo es ir y hacer las cosas. Porque juzgo, me censuro, me bloqueo y no puedo sentir nada, ni bueno ni malo, más que un enorme vacío interior. Como si fuera un cuerpo hueco, un cascarón. Como si por dentro sólo fuera eco y telarañas. Estoy en medio de algo y de pronto mi mente se aleja hacia atrás a cien kilómetros por hora. Puedo ver a todos los presentes cada vez más y más lejos de mí y, sin embargo, sigo estando allí. Sigo escuchando las conversaciones, participo, bebo, bailo desde la más profunda alienación. Todos creen que estoy, pero mi alma ha volado hace rato muy lejos, al otro lado del arco iris. Hay una pared enorme entre yo y el mundo. En ese momento, creo que me protege, aunque en realidad me mata. Muchas veces he pensado que esa muralla me proporciona una visión privilegiada de la sociedad, como si estuviera por encima de la gente. Como si pudiera ser escritor gracias a ella. Pero cuando uno rompe de un cabezazo esa barrera y puede rozar a los demás con la punta de la nariz, se da cuenta de que no tiene ningún valor vivir al otro lado. Permanecer encerrado no me convierte en mejor artista, ni me hace superior a nadie. Me convierte en un marginado. Simplemente.

Así que se trata de un juego, como todo. Hay que tirar los dados, mover ficha. Chutar a portería. Saltar del trampolín. Reírse de dentro hacia afuera. Mirar la vida a los ojos. Sentir lo que normalmente tratamos de resolver pensando y ser tan auténtico como te mereces. Jugar como el niño que sigues siendo. Un niño que se divierte y no se da cuenta que las horas pasan. Dar vueltas y más vueltas sólo por el placer de marearse y caerse al suelo. Como si las cosas más pequeñas fueran nuevas y fascinantes. ¿Sabéis una cosa? En realidad, lo son.

11 de diciembre de 2007

NARANJAS POR MANDARINAS

"Un optimista piensa que éste es el mejor de todos los mundos posibles. El pesimista tiene miedo de que eso sea cierto" (R. W. Emerson)


No es una imagen de la nueva película de Tim Burton: es Glasgow. Concretamente, the Kelvingrove Park al lado de la Universidad. Os aseguro que la foto no está trucada, paso por ahí todos los días. Es un parque que me pareció precioso cuando lo visité en septiembre por primera vez y ahora me parece poco menos que aterrador. La realidad se nos presenta a veces de maneras completamente opuestas. Otras veces, nosotros interpretamos el mundo dependiendo de nuestro estado de ánimo. Es difícil diferenciar cuando es cosa tuya y cuando es cosa del exterior.

Los dos últimos días ha hecho sol. Lo de sol es un decir, no es el sol de España, pero apenas ha llovido. Para celebrarlo me había prometido tratar de escribir un post optimista. A veces me releo y, aunque me gusto, me planteo si estoy dando una visión demasiado negativa de mí mismo. Es decir, el pesimismo mola. Nietzsche mola y Schopenhauer. Mola El Guardián entre el centeno. Mola Bukowski y Chuck Palahniuk. Kafka, Camus, Woody Allen. Y también mola el doctor House. Y yo me molo tratando de emularlos a todos a la vez. Pero una cosa es escribir un cuento y cagarme en el mundo entero por boca de un personaje de ficción amargado, y otra es ser el amargado en primer persona. Porque a la gente le gusta y me dicen: "¡Qué bien escribes!", pero aquí se supone que la cosa va de ser uno mismo. Y yo soy mucho más que un tío que se queja de todo. Yo soy muchas cosas, pero cuando escribo soy sólo una: un escritor. Un escritor con un estilo. Uno solo. Al novelizar mi vida en cada anécdota que cuento, me soy infiel cien veces a mí mismo; traiciono a ese yo real al que muchos quieren pero al que nadie admira. Es difícil ver a la persona detrás del artista. Os lo digo yo, que me enamoro del primero que se presenta en mi vida con una guitarra colgando en la espalda.

Ayer quería comprar mandarinas. Me apetecía. Encontré en el Morrisons una bolsa enorme de mandarinas por una libra y la compré. Cuando llegué a casa, cogí un par y me senté a ver la tele. ¡Qué dura estaba la piel! No podía pelarlas con las manos. Lo intente con mucha fuerza, clavando las uñas. ¡Qué raro! Finalmente, fui a buscar un cuchillo y la pelé como una naranja. Una vez pelada, también me resultaba difícil despegar los gajitos, así que la partí por la mitad. Mordí un trozo y sabía como una naranja. "¿Pero esto qué es?". Miro la etiqueta y leo claramente: ORANGES.


Glasgow: el mismo parque. Otro día, en otro momento, con otra luz. Se podría decir objetivamente que es un bello lugar, lleno de armonía y que despierta paz y buen rollo. Todo lo contrario que el lugar de la primera fotografía que resulta frío, triste y hostil. Sin embargo, es exactamente el mismo sitio. La naturaleza se transforma día a día y tiene estados de ánimo como nosotros. Pero el ser humano es testarudo y la objetividad le importa un rábano. Por eso todo depende del color del cristal con el que mira. Así uno puede echarse a llorar bajo los cálidos rayos del sol o ponerse a bailar y cantar bajo la lluvia, taconeando en los charcos y subiéndose a las grises farolas de un salto de alegría.

Yo vivo en mi vida, yo mando en las cosas. Las cosas son como yo las siento. La realidad en este caso es irrelevante. Puedo ser un optimista que toma por mandarina una naranja enana, escuálida y ridícula. Porque es mejor pensar que es una mandarina que sabe a naranja que ceder ante la evidencia de que las frutas en este maldito país dejan tanto que desear como el resto de comida. A veces un optimista es un idiota que no acepta las cosas tal y como son. Un ciego que sólo ve lo que le interesa. Un daltónico que sólo ve los colores bonitos del mundo. Pero no es mejor ser pesimista. Puedo tirar las naranjas por la ventana, encerrarme en mi habitación a chatear y no salir en tres días. Un pesimista es un niño enfadado. Un negativo que patalea.

Mientras decido la mejor postura para la ocasión, sentado en el sofá, con la televisión encencida, como sentado entre dos aguas, mastico amargamente las mandarinas-anaranjadas/naranjas-amandarinadas sumido en un realismo mediocre y sin personalidad. No tener punto de vista es como no tener opinión. Es como si la vida no tuviera sabor a nada. ¿Y este iba a ser un post optimista? Os juro que lo he intentado...

2 de diciembre de 2007

CUESTIÓN DE FE


Ahí están los únicos rayos de sol que he visto en las últimas dos semanas. No más de media hora, y luego volvía a llover. Vaya vidorra se pega en Glasgow el astro rey. Excepto esos tímidos rayitos que asomaban la nariz hace dos días, ni rastro de luz solar. Es deprimente. Me paso todo el día con la luz de casa encendida. Ayer comí a las tres y media y era de noche. Tenía la sensación de estar cenando. Luego cenas y no puedes evitar ese pestiño a deja vu tan raro. En el invierno de Glasgow no hay días: sólo hay amaneceres, atardeceres y noches de dieciséis horas. Y como siempre está nublado, casi que da igual la hora que sea. Nublado es poco, Glasgow es oscuro de cojones; lo que les viene muy bien para sacar partido a las luces de Navidad.
Aquí la Navidad tiene poco que ver con la Navidad de Barcelona. Aquí la Navidad se celebra. En Barcelona, la Navidad simplemente ocurre. En mi ciudad natal, la Navidad pasa como se pasa un resfriado. Y sufrimos todos los síntomas: los regalos, las luces, las canciones, las compras, los deseos para el año nuevo y la nostalgia de tiempos mejores que nunca existieron. En Glasgow también tienen todo eso pero se lo creen y les gusta. Aquí la Navidad se disfruta. Se vive como algo sagrado. Creo que es una cuestión de fe y no estoy hablando de religión. La semana pasada fuimos a Saint George Square a ver cómo encendían el enorme Christmas Tree y, con él, los adornos de toda la ciudad. Esto empieza a convertirse en: "Cómo vivir todo lo que has visto en las películas sin irte a Estados Unidos". En seguida nos dimos cuenta de que era un evento familiar. Allí estaban los padres y los niños y las sonrisas. Obviamente llovía. Mientras yo me preocupaba por la posibilidad de una muerte colectiva por electrocución, un coro de eunucos cantaba villancicos en inglés sobre un gran escenario. Tenían unas pantallas gigantes que ya quisieran los Rolling Stones y retransmitían en directo por televisión. Además, un showman enrollado amenizaba la velada. Había helicópteros.
El showman iba anunciando los minutos que restaban hasta el gran momento. Y no paraba de llover. Los niños sonreían. Aquello se estaba eternizando. Tenía pies congelados. Las manos, la nariz. La gente no parecía querer que aquel árbol se encendiera nunca. Nosotros habíamos venido solo por eso.
Just ten minutes more, ladys and gentleman!
Come on! Switch on the fucking tree! gritaba por dentro.
Pero nadie me seguía. Estaban completamente inmersos en su espíritu navideño. Hasta entonces no había tenido ninguna certeza de su existencia. Nunca está presente en la cabalgata de reyes de mi barrio, donde los niños devuelven los caramelos con violencia cual proyectil, tratando de acertar en la corona del rey Baltasar. La Navidad por momentos parecía tener sentido; aunque sólo para ellos. Desde luego no para mí, ya que lo único que me preocupaba era la imagen que rondaba por mi mente: los dedos de mis pies siendo amputados por congelación. Finalmente, todos exclamamos con pasión la cuenta atrás y se encendió el maldito árbol de una vez. Se encendieron todas las luces de Saint George Square y dio comienzo un espectáculo de fuegos artificiales. Los niños saltaban de júbilo. Pero por algún error de cálculo, un serie de cenizas incandescentes empezaron a caer sobre las primeras filas. Los bellos fuegos de colores se convirtieron en un peligro. Las madres cubrían las cabezas de sus hijos con los brazos, los niños dejaron de sonreír y todo el mundo empezó a retroceder. De pronto, el único que sonreía allí era yo, a pesar de mis pies mojados. En ese instante, me di cuenta de que nunca voy a poder disfrutar una Navidad, porque no hay manera de que me la crea. Ni por contagio. La sensación más cercana que puedo experimentar es la satisfacción de observar cómo algo bonito se estropea. No puedo hacer nada. Es una cuestión de fe: o se tiene o no se tiene. ¿Vosotros la tenéis?