29 de mayo de 2013

DE CUANDO FUIMOS AMIGOS

"Creo que los adultos solo son niños que deben dinero" (Los amigos de Peter de Kenneth Branagh)

Brindé con aquella copa de cava barato cuando lo que en realidad quería era reventársela en la cara. Se había pasado la noche haciendo comentarios racistas, xenófobos y homófobos. Era una fascista a la que se le llenaba la boca hablando de España sin venir a cuento. Y lo peor era su voz aguda y que no callara nunca. No había cambiado nada. Si un caso, era aún peor persona.
Alzó su copa y sonrió. Tenía un diente amarillo. Solo uno. Debía ser un diente muerto. Los demás eran blancos y puestos al azar. Se humedeció los labios y dijo:
Por todos aquellos momentos que quedarán para siempre en nuestro recuerdo.
Chin chin. Etcétera.
Alguien dijo: «Por nosotros».
Se llamaba Úrsula y era una auténtica bruja. Tenía un culo rechoncho que le empezaba casi en los hombros. Usaba sombra de ojos lila. Había tenido un hijo desde la última vez que la vi. El padre era un militar enano y con perilla que la acompañaba a todas partes siempre un paso por detrás de ella. No paraba de mirarme. Me producía repulsión, miedo, risa y odio. Todo a la vez. Me hubiera hecho muy feliz golpearla.
¡Por toda la peña del instituto! gritaba algunos invitados.
Yo miré el reloj. Estaba sentado en el sofá junto a una chica con la que había compartido pupitre durante dos trimestres, pero no podía recordar su nombre. Aburrida, supongo, se levantó a buscar algo de beber.
Úrsula me miraba de reojo mientras criticaba a la chica que acaba de dejarme solo. Recuerdo que solía hacerlo siempre. Criticaba a todo el mundo, incluidas sus amigas. Arrugaba la nariz como si oliera mierda sin parar. Se ponía pantalones rojos, amarillos, verdes. Muy apretados. La carne le hacía grandes pliegues en los muslos. Era una morcilla multicolor.
La fiesta continuó y cada grupo siguió con sus conversaciones de siempre. De pronto, Úrsula se calló. Le dijo algo a su marido y se acercó a mí.
Hola.
Hola, Úrsula dije levantándome.
¡Madre mía! ¡Pero qué delgado estás! dijo con expresión de puro asco.
Delgado y guapísimo respondí.
Ella era un buñuelo. No valía la pena todo aquello.
Pensé que no vendrías.
¿Por qué?
No te gustan este tipo de fiestas nostálgicas.
Ya.
Ni reencontrarte con amigos del pasado.
¿Cómo lo sabes?
Lo he leído en algo que has escrito, creo.
Su marido me miraba desde detrás del culo de Úrsula como un perro rabioso. No podía concentrarme en la conversación con el enano apretando los dientes ahí detrás. Levanté las cejas en señal de saludo.
Este es mi marido. Se llama Abelardo.
Aberlardo y Úrsula, pareja del infierno con nombres a juego.
Hola.
Hola.
¿Cómo te llamas? quiso saber Abelardo.
Iván respondí.
Abelardo se rió de forma agria.
¿Y a qué te dedicas?
Soy periodista.
Ah. Estás en paro, entonces.
Más o menos.
Se rieron los dos. Yo no.
Iván es el chico que me tiró de un columpio y me abrió la cabeza. Me tuvieron que poner cuatro puntos. Podría haber muerto.
Sí, fui yo.
Efectivamente. Se cayó de un columpio delante de mí.
Todavía tengo la cicatriz en la cabeza, Iván.
Me la enseñó.
Ah, sí.
Me hice esto por tu culpa. Me dejaste marcada de por vida.
Bueno, mira. Esas cosas pasan —quise quitarle hierro al asunto.
¿En serio? ¿Esas cosas pasan?
La verdad es que casi ni me acuerdo de ese día...
Eres increíble. Da igual.
Suspiró profundamente. Le olía el aliento a macarrones.
¿Por qué no me traes otra copa? le dijo a su marido.
El pequeño militar se fue en busca de algo de cava.
Estás muy envejecido. Tienes arrugas y muchas entradas.
Pues sí. La mala vida.
Iba a contar hasta diez y me iba a marchar de allí. Acababa de decidirlo.
Úrsula se puso a explicarme lo bien que le iba en su trabajo en una empresa de estudios de marketing. Lo bien que le iba con Abelardo. Lo bien que le iba todo y el asco que le daban la cantidad de sudacas que se habían mudado al barrio. Lo bien que vendría que les pegaran un tiro a más de uno.
Había contado hasta diez seis veces pero, por alguna razón, seguía ahí con ella.
¿Cómo podía una persona estar tan llena de maldad? ¿Cómo podía seguir guardándome rencor por aquello del columpio?
El pequeño militar con su perilla de comecoños volvió sin ninguna copa en la mano.
—Ha llamado la canguro. El peque se ha puesto malo dijo. Será mejor que vayamos a casa.
A Ursula le cambió la cara.
Puto niño de los cojones.
Fue a buscar su abrigo y su bolso. Yo me sentí más tranquilo. Me senté de nuevo en el sofá. Terminé de beberme aquel insípido cava.
Ursula y Abelardo se disponían a marcharse pero antes quisieron hacer un último brindis:
Nos tenemos que ir. El mierda de mi hijo se ha puesto malo. Ha salido al maricón de su padre, que siempre da por culo...
Algunos de ellos le reían las gracias, creo que por miedo. Yo no entendía todo ese protagonismo.
Por última vez, alzó la copa y dijo:
Por los tiempos en que fuimos amigos.
Alguna gente aplaudió, otra se quedó seria. No todo el mundo aceptaba que la mayoría de personas de allí ya no eran sus amigos. Lo cierto es que muchos, nunca lo habían sido.
Úrsula se acercó a mí.
Adiós. Y a ver si te cuidas un poco. Tienes un aspecto horrible.
Adiós, Úrsula.
Por fin me dejaba tranquilo. Su marido se acercó por detrás y la cogió violentamente por el brazo.
—¡Vámonos ya! Tenemos que llegar a casa antes de que Iván se duerma.
Y se fueron. Sonaba una canción de Queen. Me quedé callado escuchándola hasta el final. Me costó un poco reaccionar. Hasta pasado un minuto no me di cuenta de que su hijo se llamaba igual que yo.

23 de mayo de 2013

EX

"El único encanto del pasado consiste en que es el pasado" (Oscar Wilde)

El día en que mi ex novia se acercó a saludarme, me di cuenta de que me había apuntado al gimnasio equivocado. Me referiré a ella como mi ex novia para abreviar aunque no creo que sea la expresión que mejor se le ajuste. Seamos honestos: ni siquiera me la follé. Una novia no es una novia si no te la has tirado por lo menos un par de veces. 
Acababa de mudarme a un piso del centro de Barcelona. Venía de vivir en el Carmelo y, antes de eso, de compartir una buhardilla cerca de Badalona con el que creía que iba a ser el hombre de mi vida. 
No me gusta coger el metro. Es horrible. La gente que viaja en metro es fea. Muy fea. Y no tengo carnet de conducir. Así que volví a mudarme para poder estar cerca de mi nuevo trabajo y me cambié de gimnasio y de biblioteca.
No coincidí con mi ex novia (insisto, asumiremos la expresión por economía narrativa) hasta el tercer día de entrenamiento. La vi a lo lejos, en una bicicleta estática. Se había teñido el pelo de rubio platino, aunque eso ya lo sabía por el facebook. La reconocí más por el miedo a que fuera ella que no por de verdad reconocerla. Llevaba unas mallas rosa y una camiseta de tirantes blanca. Su pelo oxigenado brincaba a cada pedalada recogido en una coleta. Fue fácil esquivarla. Las chicas nunca se acercan a la zona de pesas. Pero no iba a poder evitarla eternamente. Ningún gimnasio es lo bastante grande para escapar de una mujer despechada. Ni siquiera una ciudad entera lo es.
Yo volvía a estar soltero. Tenía dos amantes: un rubio y un mulato. Ninguno de los dos era lo bastante bueno como para dedicarle todo mi tiempo. Probablemente, ellos pensaban lo mismo. O no. Porque la gente no suele pensar las cosas tanto como yo las pienso. Si no pensara las cosas, no me hubiera importado acercarme a saludarla.
La segunda vez que me crucé con ella, fue haciendo abdominales. Entre su esterilla y la mía había cuatro personas de distancia, pero el espejo traidor hizo que nuestras miradas se cruzaran durante un segundo. Puedes fingir que no has visto a alguien el tiempo que haga falta hasta el momento en que cruzáis una mirada. Por breve que sea, se acabó la farsa. Hice diez abdominales, quizás menos. Recogí mi esterilla y me fui al vestuario para asegurarme que a ella no le daba tiempo a terminar.
Pero el trágico día llegó una tarde de jueves. Llovía y había un partido de fútbol en televisión. Son los dos factores universales que dejan, pase lo que pase, los gimnasios totalmente vacíos. Cualquier gimnasio de cualquier ciudad. Pero mi ex novia estaba allí. Y yo también.
Lo poco que ocurrió entre nosotros, fue durante la primaria. Antes de salir del armario. Antes de saber lo que era un armario. Puede que antes de tener pelo en los huevos. No me acuerdo. Fuimos novios. Novios de mentira. Novios de jugar a ser novios. Nos besamos. Nos dimos la mano. Nos escribimos cartas de amor. Le dijimos a nuestros padres que éramos novios y que queríamos casarnos cuando fuéramos mayores. Y mi madre se sintió ridículamente orgullosa de que su afeminado hijo de once años tuviera una novia de mentira. 
Mi ex novia era gorda y llevaba gafas. Ahora los chicos del gimnasio se la quedaban mirando al pasar. 
El día que se acercó a saludarme, llevaba unas mallas moradas y una camiseta negra de tirantes. Yo estaba sentado en una máquina para trabajar el pecho.
Hola, tú espetó. 
Solo el saludo ya apestaba a rencor.
Hola. No te había visto.
¿Qué tal?
Bien, aquí. ¿Cómo estás?
Cansada. 
Ya, claro. El ejercicio cansa.
Me acordé de cuando le hice un dibujo de nuestra boda y se lo regalé por su cumpleaños.
¿Es que no pensabas saludarme?
Hacía por lo menos diez años que no hablábamos.
Claro. Claro. Bueno... Sí, claro.
Si no me acerco yo, tú no me dices nada.
No te quería molestar.
Ya. Bueno, déjalo.
Vale.
Su rostro estaba demasiado arrugado para una chica de su edad. Su piel era naranja. Un intento experimental de estar morena fuera de temporada.
He visto que ahora escribes. He leído algunos de tus relatos.
Sí. Escribo.
No te voy a engañar. La verdad es que no me gusta mucho tu estilo. 
Ah. Bueno...
No te ofendas. Es que es... No sé. Demasiado... explícito.
¿Qué quieres decir?
Ya sabes. 
No. No lo sé.
¿Es necesario que escribas sobre las pollas que te comes o cómo tienen el culo tus amantes?
En aquel momento, un relámpago iluminó la sala acompañado de un trueno solemne como en las películas de terror.
Es ficción. Ya sabes.
No. No sé.
Hay que impactar. Hay llamar la atención de alguna manera...
Bueno, ya. Pero algo de verdad hay en todo eso.
Algo. Sí.
Porque tú ahora eres... homosexual.
Lo dijo. No tuvo miedo. La gente tiene miedo a decirlo. Pero ella lo dijo. Y el que sintió miedo fui yo. Miedo de morir fulminado.
Se me ocurrieron tres posibles respuestas:
«Y tú ahora eres... rubia».
«Y tú ahora eres... flaca».
«Y tú ahora eres... ramera».
Finalmente, dije:
Sí.
Ah.
Sus silencios era largos como cuchillas de afeitar.
¿Y por qué nunca me lo habías dicho? continuó.
¿Qué cojones quería? ¿Que le escribiera una carta?
No lo sé.
¿Desde cuándo lo sabes?
No lo sé.
¿Cuando éramos novios lo sabías?
El monitor nos nos quitaba el ojo de encima. Debía intuir una tragedia.
Nunca fuimos novios. No sé de qué estás hablando.
No fuimos novios, pero me diste mi primer beso. ¿Te acuerdas?
Sí. Éramos unos niños.
Pues muy bien. No es que me importe, la verdad. Pero, que sepas, que has arruinado todos los recuerdos de mi infancia.
Y con toda la dignidad de una monitora de aeróbic me propinó una dramática bofetada y se marchó. Me dejó los cinco dedos con sus uñas de porcelana marcados en la cara. Se fue caminando deprisa, moviendo el culo con firmeza. Y nunca volví a verla.
Se borró del gimnasio. Buscó otro más caro y más lejano. Se apuntó. Tenía sauna y piscina. Consiguió un ascenso en la agencia de viajes para la que trabajaba, así que no tuvo problemas para pagarlo. Tampoco su coche nuevo. Las cosas empezaron a irle mejor y creó su propio negocio en internet. Viajó a la India, a México y a la República Dominicana. Quemó todas mis cartas y dibujos. Le gustaba mucho Barcelona, así que nunca se planteó marcharse. Se casó. Se compró un piso en Poble Nou y se fue a vivir con su mujer.

11 de mayo de 2013

ANTES DE TI

I.

Probé en los labios de un millón de necios,
en los tristes brazos de los resentidos,
enganchado a su juego y sus desprecios,
a arrogantes, egoístas y salidos.

Antes de ti, mi amor, me suicidaba
regalando bombones a la luna,
vertiendo en un océano de lava
mis poemas de amor y mi fortuna.

Antes de ti, mi amor, amanecía
y mi cama era un páramo feroz
que devoraba toda mi energía,

mi empeño, mi ilusión, mis pretensiones.
Mi canción era sin música ni voz
y mi historial, un arcón de decepciones.

II.

Antes de ti, de abordar tu ternura,
nunca salía el sol por mi sonrisa,
confundía el amor con la locura
y el miedo se mezclaba con la prisa.

Ni eres perfecto ni falta que me hace
porque es perfecto tu tacto y tu mirada.
Antes de ti, mi vida era un desguace
de fracasos, alcohol y madrugada.

Ya no me hundo en rutinas desabridas,
mi agenda se ha llenado de cosquillas,
tus besos han curado mis heridas.

Adiós a las caricias de estraperlo.
Se nota en la expresión de mis mejillas
que te he estado esperando sin saberlo.

7 de mayo de 2013

AMAR A LA LUNA

"No existe amor en paz. Siempre viene acompañado de agonías, éxtasis, alegrías intensas y tristezas profundas" (Paulo Coelho)





1
En su primera cita juntos, después de un año de conocerse, Pablo pidió un gin-tonic con pepino. No le gustaba especialmente. Lo hacía para impresionar a Christian. Desde hacía unos meses, todo lo que hacía Pablo tenía ese mismo objetivo. La ropa que escogía al levantarse. Sus estados de facebook. Sus comentarios en voz alta. Todo un trabajo lento y meticuloso para conseguir que Christian se diera cuenta de que Pablo era el hombre de su vida.
Pablo amaba a Christian por encima de todas las cosas. Por encima de sí mismo. Por encima de su mundo y su propia vida. Lo supo desde el principio. Christian tenía los ojos grises. Ni negros. Ni marrones. Tenía el pelo castaño y un piercing en la ceja. Formaba parte del equipo de informática de la misma empresa en que trabajaba Pablo de administrativo. Pablo siempre había querido ser otra cosa, pero no sabía el qué. Por eso estaba atrapado allí. Día tras día. Sumando, restando y vendiendo.
El día que apareció Christian, fue como una ráfaga de aire fresco en las rutinarias mañanas de Pablo. Había pocos chicos guapos en aquella oficina. Pablo era de los más jóvenes y, hasta entonces, el único chico homosexual. Christian y Pablo empezaron a coincidir algunas veces en el descanso para el desayuno. Congeniaron en seguida. Charlaban de indie rock o de películas de los ochenta. Se reían juntos. Pero nunca se habían visto fuera del trabajo hasta aquella tarde.
Christian pidió un Bloody Mary porque le refrescaba la garganta y le quitaba el hambre. Llevaba una camisa negra. Pablo llevaba una camisa blanca.
—Es curioso que no nos hayamos visto nunca fuera del curro, después de tanto tiempo —dijo Pablo.
Lo cierto es que Pablo lo había pensado muchas veces, pero nunca se había atrevido a invitarle a una copa. O al cine. O a un concierto. Parecía tan sencillo... Y no lo era. 
Pablo cruzó las piernas buscando la postura que creía que sería del agrado de Christian.
—Es verdad. Lo paso genial contigo en los ratos libres. Eres muy divertido.
—Gracias —dijo Pablo.
Tenía muchas ganas de besarle. Pero no lo hizo. Charlaron hasta la hora de cenar y la cita terminó con un abrazo. 

2
Los siguientes días en la oficina, fueron divertidos para Pablo. Christian buscaba cualquier excusa para acercarse a saludarle. Pablo sonreía de la forma en que pensaba que a Christian le gustaría que sonriese. Y así tuvieron una segunda cita, donde tomaron vino tinto y hablaron sobre Oscar Wilder, Shakespeare y Edgar Allan Poe. La cita terminó con un abrazo. En la tercera cita y en la cuarta, los temas fueron variados y Pablo consiguió cogerle la mano. Christian parecía receptivo. Nunca sugería ningún plan, pero parecía encantado de que Pablo le propusiera cosas para hacer juntos.
En la quinta cita, fueron a ver una película de Woody Allen en versión original y, después, a cenar a un restaurante japonés. Esa noche, por primera vez, se besaron.

3
Después del beso, Pablo estaba eufórico. Llamó a todos sus amigos para contárselo. Colgó en facebook un vídeo de una canción de Nancy Sinatra y se fue a dormir con una sonrisa auténtica en los labios. Una sonrisa de verdad que no buscaba ser del gusto de nadie.
Pero Christian no pasó a saludarle a su puesto de trabajo a la mañana siguiente. Ni le envió ningún mensaje de whatsapp. Pablo intentó no darle importancia y decidió esperar.
—¿Sabes si ha venido Christian de informática a trabajar? —le preguntó a su jefe un día después. 
—Sí, me crucé con él antes.
A Pablo le temblaron los dedos de los pies.
Al tercer día sin noticias suyas, decidió bajar a buscarlo. Christian solía estar en la tercera planta, así que cogió el ascensor. Marcó el segundo piso por error. Después el cuarto. Finalmente, marcó el tercero y guardó sus manos en los bolsillos. Salió del ascensor con pasó firme, saludó a dos secretarias. Cruzó el pasillo hasta el departamento de informática. Allí estaba Christian, riéndose con sus compañeros.
—Hola —dijo Pablo, generando un silencio inesperado.
—Hola —dijo Christian.
—Tengo un rato libre. ¿Te bajas al bar a tomar un café?
Christian miró a su superior que asintió con la cabeza. 
—Vale —dijo.
El camino hasta el bar fue algo tenso. Hablaron del tiempo.

4
Pablo pidió un café descafeinado de sobre. Christian, simplemente, un café con leche.
—¿Qué te pasa? —dijo Pablo directamente.
—Nada —contestó Christian.
—Me estás esquivando. Creía que las cosas iban bien entre nosotros.
—No sé, Pablo. Me siento muy confundido.
—¿Qué ocurre? ¿Cuál es el problema?
—El problema soy yo. Tú eres encantador pero prefiero que solo seamos amigos.
—Pero, ¿por qué? Si tenemos buena conexión...
—Lo sé, pero... hay algo que debería haberte dicho hace tiempo...
—¿Qué pasa?
—Estoy enamorado.
—¿Enamorado? ¿De quién? —quiso saber Pablo.
—Estoy enamorado de la luna.
Pablo nunca se había sentido más herido por una frase tan hermosa.
—¿Qué estás diciendo? ¿La luna?
—Sí. La luna. La luna del cielo. Te lo juro. Sé que es difícil de entender, pero estoy enamorado de ella. 
Aquello era muy extraño pero Pablo sentía que no le estaba mintiendo. Algo en el brillo de sus ojos le hacía parecer sincero. Tal vez estaba loco. Quizás ambos estaban locos.
—¿La amas?
—Con todo mi corazón.
—¿A la luna... la luna del cielo?
—La amo cuando está llena, cuando es cuarto menguante y cuando es cuarto creciente. La amo cuando está grande y roja. Y cuando está amarilla y brillante. Subo por las noches a la azotea y la contemplo. Y hacemos el amor.
—¿Cómo se hace el amor con la luna?
—Me desnudo. Ella brilla sobre mi cuerpo y yo empiezo a tocarme... hasta llegar al éxtasis total. 
—Entiendo.
Pablo respiró profundamente.
—Sé lo raro que suena todo esto —dijo Christian—, pero a ti no puedo mentirte.
Christian cogió a Pablo de la mano. La acarició despacio, como barriendo los pedazos de un corazón roto.
—Lo tuyo con la luna... 
—Sí.
—¿Es que no ves que es imposible?
—Ya lo sé, pero la amo de todas formas. Es por eso que no puedo empezar nada contigo. No en este momento.
—¿Estás seguro? —Pablo era incapaz de rendirse a la idea de perderlo.
—Sí.
—¿Completamente?
—Sí, Pablo. Seamos amigos. Solo amigos.
Pablo no quería ser su amigo. No quería volver a verle nunca más.
—De acuerdo —dijo.
Y se dieron un abrazo muy corto. 
Christian de verdad creía estar enamorado de la luna. Pablo creyó cada palabra de esa historia. Creería cualquier cosa que Christian le dijera. Subieron juntos en el ascensor. Christian se bajó en la tercera planta y se despidió sonriendo.
—Gracias por entenderlo.
—De nada.
Cuando se cerraron las puertas, Pablo reprimió las lágrimas. Se metió las dos manos en los bolsillos. Pensó que Christian era un gilipollas integral por dejar escapar una oportunidad como ésa. Pensó que era imbécil y que estaba chiflado. Que estar enamorado de un satélite del firmamento no tenía ningún sentido. Pero la verdad era —y Pablo lo sabía— que entre amar a Christian y amar a la luna no había ninguna diferencia.