31 de julio de 2012

OHIO

I.

Desnudo frente al mar reta a la luna
con una partitura de piano
y un batido de horchata inoportuna
en clave de sol turco-americano.

Su hogar es una playa y su bandera
un viaje por Europa en patinete,
un deseo que late sin frontera,
un soldado de concha y cacahuete.

Veintiséis sirenitas catalanas
se ahogan en lo azul de sus retinas
y cuenta la leyenda que en Ohio

han cerrado de pena las ventanas,
desde que se ha marchado, las vecinas,
y no hay música, Dios, ni mes de mayo.

II.

Poeta rubiales, pintor abstruso,
políglota de labios vacilantes,
resucita las lenguas en desuso
que olvidan en un bloc los estudiantes.

Epidemia de nostalgia, canción
triste de pétalos de margarita.
Descuida si te rompe el corazón,
va a tener preparada una tirita.

Guitarra del Poble Nou, piel dorada,
una vez me besó de madrugada,
había muchas olas todavía.

Y se empañó el cristal de los cubatas,
el miedo se encargó de las posdatas
y brindamos con rajas de sandía.

29 de julio de 2012

FLORIDA: Back to Barcelona

"La crisis se produce cuando lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no acaba de nacer" (Bertolt Brecht)

MULA
Compré el New York Times en el aeropuerto porque aparecía España en la portada. Del New York Times. Sí. España. En la portada. Pero, ¿qué coño ha pasado mientras he estado fuera? ¿Me voy una semana y se hunde el país? Estaba agotado y todavía me quedaban ocho horas de vuelo por delante. Llevaba puestas mis zapatillas nuevas marca Converse, mi nueva camiseta Vans, una gorra de American Eagle y en la mano un peluche de Mickey Mouse que no me cabía en la maleta. Y el New York Times. Era como una versión para tontos del concurso Adivina de qué país vengo. Estaba en el aeropuerto de Nueva York esperando para coger el avión que me llevaría a Barcelona.
Llegar hasta allí no fue fácil. En Orlando, tuve que imprimir mis billetes en una máquina. Eran dos, uno para viajar hasta Nueva York y otro para Barcelona. Pero solamente se imprimió uno, así que fui a preguntar a una chica que había en un mostrador. Le dije: "Excuse me...". Y ella dijo: "Hola".
Me falta uno de los billetes, ¿podrías ayudarme?
Déjame ver tu pasaporte.
Nunca había odiado tanto esa frase como en Estados Unidos.
Pero, este pasaporte está caducado me dijo. Yo pensé: "No puede pasarme esto otra vez".
No está caducado -sonreí.
Aquí dice siete de mayo de 2012.
No, dice cinco de julio de 2012.
Mira dijo, cometiendo la osadía de mostrarme mi propio pasaporte.
En España trataba de seguir sonriendo, pones el mes en segundo lugar y el día el primero.
Frunció el ceño como si creyera que acaba de inventarme eso que yo creía tan obvio para alguien que ve pasaportes todos los días. Imprimió mi billete y me lo entregó diciendo:
Renueva tu pasaporte.
Pasé un primer control. Tuve que quitarme el cinturón, las gafas, los zapatos. Los niños no paraban de mirarme. Decían: "Mira, mamá, Mickey". Me daba vergüenza. Cogí el avión hacia Nueva York. Fue bastante rápido. Y, nada más bajar, control de pasaportes. Otra vez. Otra mujer. Le dije: "Hello". Ella dijo: "Hola".
¿Sabes que tu pasaporte está caducado?
Dije: "Sí".
Y ella respondió: "De acuerdo, pasa".
Afortunadamente, es más fácil irse que entrar.
Ocho horas después, pisé el suelo de Barcelona. Era mi primer verano como periodista. Hacía sol y España había sido rescatada por Europa. Eso decían.

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Las propinas
In God We Trust

15 de julio de 2012

FLORIDA: In God We Trust

"La capacidad de ganar dinero no impresiona a nadie aquí" (La red social)

MULA
Tengo un billete en la mano. Tiemblo un poco. ¿Qué me pasa? ¿Tengo quince años? Will se burla de mí.
¿Estás nervioso?
No.
Prometí no marcharme de Estados Unidos sin poner un dólar en el calzoncillo a uno de esos chicos que bailan en los bares. Para mí es como una experiencia turística más. Una chorrada, la verdad. Y, sin embargo, ahí está el chico balanceando sus músculos con desgana, mirando el infinito y yo ni me atrevo a acercarme. He subido a algunas de las montañas rusas más grandes del mundo aquí en Orlando y no me han  temblado las rodillas como ahora.
¿Vas a ir o no?
Voy.
Doy tres pasos, no quiero que Will tenga que empujarme como a un empollón de película americana de serie B. Dos chicos con gorra de béisbol se cruzan en mi camino. Aquí los chicos van así a la discoteca. Es un complemento más que hace moderno, como en Barcelona las gafas de pasta sin cristales.
En Valencia me contaron que los chicos que van con gorra a la discoteca son chaperos. Así que dejé de hacerlo para evitar malos entendidos -dice Will.
¿Qué dices? En mi vida había escuchado nada parecido.
Pues será sólo en Valencia insiste.
No lo sé. No me suena.
Estamos en Parliament House. Es el local de moda los domingos. En Orlando, cada lugar tiene su día estrella. Se lo tienen bien repartido.
Por las tardes los chicos van al minigolf y, por las noches, al local que tenga mejores descuentos, depende del día de la semana.
¿Al minigolf?
Claro. Aquí en tu primera cita con un chico es muy normal ir al minigolf. Jugando, la charla se hace más amena. Yo he ido tantas veces que ya me sé todos los trucos y les meto una paliza a los pobres.
Termina la canción y empieza otra, así que el gogó cambia de paso de baile. Voy a tener que hacerlo antes de que termine su turno.
Parliament House tiene varias pistas con diferente música. Alguna es al aire libre, con piscina. También tiene zona de billares, hay un motel para alquilar habitaciones y un teatro en el que hacen shows de  transexuales. Vimos uno antes de venir aquí a ponerle el dólar al muchacho. También les daban billetes mientras actuaban y apenas les dejaban seguir con el playback.
Miro el billete que voy a darle. One Dollar. George Washington. Me pregunto si en España no lo hacemos porque no existe el billete de un euro y darlo en monedas sería poco práctico, o simplemente por un tema cultural. Doy tres pasos más. El bailarín se percata de me presencia. Mira el billete y me sonríe. Noto una tensión en el cuello. No sé si es que he dormido mal o de la montaña rusa.
Bajo la mirada de vuelta al billete para dar los últimos pasos. "In God We Trust", pone.
Ya estoy a su lado.
In God We Trust.
Sin dejar de bailar, se agacha y me pone una mano en el hombro.
¿Qué tendrá que ver Dios con todo esto?
No me sentía tan nervioso desde que aquel vagabundo vino a picar a la ventanilla del coche la madrugada del viernes. Estábamos aparcados esperando a un amigo. El tipo nos pedía dinero. Will dijo que sólo teníamos tarjetas de crédito. Entonces, se puso un poco pesado. Su aliento apestaba a güisqui barato. Al final, nos dejó en paz pero a mí se me heló la sangre.
¿Has pasado miedo? me preguntó Will.
Pensé que podía tener una pistola. 
Sí. Podía tener una pistola. Todo el mundo puede tener una pistola, aquí.
Lo sé. Pero yo no estoy acostumbrado a eso.
Confiamos en Dios. No imagino en Europa una inscripción así en nuestro dinero. Nuestros dioses cuelgan en las paredes de la iglesia. Aquí cuelgan de los tangas de los mulatos. Como éste que me sonríe tan de cerca. Ahora que me fijo, es en realidad bastante feo. Le digo: "Hello". Contesta: "Hello".
No sé si vale el dólar que voy a darle.
En fin.
Acabemos de una vez con todo esto.
Agarro despacio la tira del calzoncillo verde fluorescente con la punta de los dedos. Debería haberme cortado las uñas. Lo estiro hacia atrás con cuidado. No quiero que piense que intento propasarme o algo por el estilo. Coloco el dichoso billete y suelto la tira de golpe que chasquea en su cadera. El impacto le hace dar un pequeño salto afeminado. Creo que le ha dolido. Pero es un profesional y sigue bailando sonriente.
Ya está hecho.
Me alejo de él velozmente para que se olvide de mí lo antes que pueda.
Se acabó.
Ya está le digo a Will que no para de reírse.
Te he grabado en vídeo. ¿Por qué te has puesto tan nervioso?
Pero no se me ocurre nada que decir.
Simplemente respondo: "No tengo ni idea".

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Las propinas

11 de julio de 2012

FLORIDA: Las propinas

—Nunca dejo propina, no creo en eso. —La chica ha sido simpática. —Está bien, pero tampoco es nada especial. —¿Qué querías? ¿que te la chupara debajo de la mesa? (Reservoir Dogs)

MULA
Estoy comiendo solo en la barra del restaurante Brio en el centro comercial Millenia y una tía cuyo culo rebosa el taburete no para de hacerme preguntas. Así no se puede comer.
¿De dónde eres?
De Barcelona.
¡Oh, qué bonito! Barcelona. Yo una vez estuve en Madrid.
Qué bien.
El camarero no deja de llenarme el vaso de coca-cola. Supongo que quiere una buena propina. No sé cuánta coca-cola cree este hombre que soy capaz de beber durante una comida, pero creo que se ha propuesto descubrirlo.
¿Y qué haces aquí? ¿De vacaciones?
Sí.
¡Oh, vacaciones! ¡Qué suerte!
Sí.
¿Y qué has visitado?
Disneyworld.
¡Oh, Disneyworld!
En Estados Unidos las propinas son obligatorias. Ellos te dan la cuenta y tú tienes que sumarle la cantidad correspondiente. De hecho, el sueldo de algunos camareros está basado únicamente en las propinas. 
¿Y vas a hacer muchas compras?
Creo que sí. Tengo que esperar a que mi amigo salga de trabajar.
¡Ah, tu amigo! 
Sí.
¿Y por qué no te vas a dar una vuelta con el coche?
Es que yo no conduzco.
¿No conduces?
No.
Pero... ¿no conduces?
No.
Si vuelve a preguntarlo le aplasto la cara en su plato de macarrones.
¡Cómo no vas a conducir! ¡Que ya eres mayorcito, tú!
No conduzco.
No puede ser.
Se lo juro por Obama.
¿Y cómo te desplazas en Barcelona?
Bueno, es que en Barcelona tenemos metro.
¡Ah, metro! Claro. Que ahí tenéis metro.
Esta es la primera vez que estoy comiendo solo, así que por primera vez tengo que calcular la propina sin ayuda. El camarero deja la cuenta y sonríe. Yo me la miro una y otra vez y trato de pensar mientras la gorda me cuenta con la boca llena que una vez en Madrid cogió el metro.
Perdona, ¿sabes cuánto tengo que dejar de propina?
Mi primera pregunta en una hora. Al menos, esta pesada me va a servir de algo.
...
O eso creía.
...
Mi oronda interlocutora, de pronto, se ha quedado muda. Por primera vez en toda la comida. Justo cuando necesito que hable.
A ver... dice arrancándome de las manos la factura—. ¿Cuánto pone?
Diez dólares digo.
Bien. Pues le dejas cinco.
La obesa de culo abundante me devuelve el papelito y se chupa los dedos. Tiene orégano en los dientes.
¿Cinco dólares?
No puede ser.
Sí, claro.
Creo se equivoca.
¿Seguro?
Sure.
Lo dice con mucha seguridad.
Ok.
Y así fue como dejé una propina del 50% por culpa de una rechoncha charlatana.
Ni los propios americanos tienen idea de cuánto se tiene que dejar de propina.

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