17 de abril de 2012

TIEMPOS PSICÓTICOS

Dos peces van nadando por el mar. Se encuentran con otro pez que les dice: Eh, chicos, ¿cómo está el agua? Los dos peces pasan de largo asustados. Se alejan nadando. Al cabo de un tiempo, uno de ellos le pregunta al otro: ¿Qué coño es el agua?


1. Mi jefe era un tío majo, más o menos de mi edad. Con barba. Vestía tejanos y camisa, aunque casi nunca la llevaba metida por dentro. Hablaba bajo, despacio. Tenía un cartel encima de su ordenador que decía: "AKI VA EL SOSO", y se sentaba justo detrás de mí. Se colocaba las gafas cada vez que quería hablar contigo, cosa que no sucedía nunca. Excepto aquella mañana.
Yo me sentaba al principio de uno de los pasillos del final. Cuando llegaba tarde, toda la empresa me veía entrar porque tenía que recorrer la sala entera hasta mi sitio. Nunca me retrasaba exageradamente, pero sí era habitual salir justo de tiempo y fichar dos o tres minutos tarde. Me sentaba sin dar los buenos días y mi jefe no me decía nada, aunque a veces me lo descontaban del sueldo.
Mi jefe era jefe pero no lo bastante como para tener un despacho propio. Sus superiores sí lo tenían. Él no. Se sentaba, como te digo, detrás de mí, con la peculiaridad que quedábamos de espaldas. Cada uno se enfrascaba en su ordenador y ninguno de los dos veía al otro a no ser que se girara. A veces tenía la sensación de que me observaba, pero no lo hacía. Estaba todo en mi cabeza. Él ya tenía bastantes problemas como para estar pendiente de mí.
Mi cubículo se distinguía del suyo por los dibujos, los pósits y el póster de James Franco que yo tenía colgados. Un día los jefes de mi jefe venían de visita con sus trajes, sus corbatas y sus maletines, así que lo arrancaron todo antes de que yo llegara para causar buena imagen. Mi jefe quería agradarles, como suele ser lo normal.
Todo el mundo quiere complacer a los que mandan por encima suyo por si en el futuro pudiera serles útil. Mi jefe era así. Los jefes de mi jefe también le chupaban el culo a los suyos cuando les visitaban para simular que los tenían controlados. Hasta el presidente del gobierno contentaba por entonces a sus jefes en Europa. Les obedecía y les hacía patéticas reverencias cuando convenía. Los jefes de los jefes del presidente eran los mercados. Para mí todo aquello no era más que un montón de miedo acumulado.

2. Aquella mañana llegué siete minutos tarde porque me costó más de lo habitual salir de la cama. La jornada transcurría con atroz normalidad. Me dediqué a merodear twitter y facebook desde mi móvil mientras algunos clientes suplicaban al teléfono que resolviera problemas que estaban fuera de mi competencia. Este pequeño detalle no me estaba permitido decirlo. Mis compañeras se reían de alguna anécdota anodina que no logré entender porque me sentaba demasiado lejos de ellas.
Cada vez tenía más compañeras y menos compañeros. Cada vez más mayores y con más hijos. Las malvadas psicólogas de Recursos Humanos habían llegado a la conclusión de que las madres eran más dóciles que los estudiantes. Mientras a mí no me afectaba nada de lo que me dijeran, ellas obedecían ciegamente por temor a ser despedidas, sin necesidad de que nadie las amenazara. Eran tiempos psicóticos.
De pronto mi jefe se dio la vuelta. No era algo habitual. Si se daba la vuelta es que pasaba algo. Desde que arrancaron mi póster de James Franco podía seguir sus movimientos reflejados en el cristal. Llevaba una camisa blanca de manga corta. Se giró y me dijo:
Cuando puedas te reunes conmigo.

3. Mi jefe era jefe pero no tanto como para tener una sala de reuniones a su disposición. Así que me llevó a una mesa del office donde la gente solía ir a desayunar y se sentó frente a mí por primera vez en más de un año. No recuerdo si tenía miedo de que me despidiera o lo estaba deseando. Él, sacudiéndose unas migas de pan de los codos, me preguntó:
¿Te acuerdas de aquellos correos en inglés de clientes extranjeros que te enseñé?
Los recordaba porque hasta un niño de primaria podría traducir aquellos pedidos.
Dije: "Sí".
Pues vas a tener que encargarte tú. Eres el único que habla inglés. Te vamos a pagar un plus por el idioma.
¿Cuánto? pregunté.
No lo sé.
De acuerdo dije.
Al volver a mi sitio no sabía si estaba contento o deprimido. Todas mis compañeras se giraron como si vieran volver a un preso del corredor de la muerte. Les dije:
Tranquilas, todavía no me han despedido.
A lo que mi jefe añadió:
Tú vas a durar aquí más que yo...
Entonces, sentí un miedo terrible.

6 de abril de 2012

LA VIDA CON SUBTÍTULOS

"La verdad es totalmente interior" (Mahatma Gandhi)


1. Compro la revista Fotogramas antes de ir a la oficina. Este mes, aparece en portada una foto de Mario Casas sin camiseta. Parece que el actor pasa más tiempo a torso descubierto que con la ropa puesta. Se trata de hacerse desear. No creo que a nadie le guste cómo actúa. No sabe hablar (o si sabía, se le ha olvidado). En las entrevistas parece tonto. Pero hace deporte y, siempre que puede, enseña las abdominales. Una mentira repetida muchas veces puede convertirse en verdad para la mayoría de la gente. Un chico cualquiera puede convertirse en objeto de deseo si se exhibe de la manera adecuada y con la frecuencia correspondiente. A mí no me gusta Mario Casas, pero lo he visto ya tantas veces desnudo que su imagen ha traspasado ciertas fronteras de mi inconsciente. Han conseguido el objetivo: que esta especie de Rafa Mora del cine español ocupe un lugar entre mis mitos eróticos contra mi voluntad. Puedo seguir negándolo, pero, ¿para qué? Somos débiles frente a ciertos estímulos.
Así que Mario Casas, al que detesto y, sin embargo, deseo artificialmente (véase otros ejemplos como Cristiano Ronaldo) ocupa escandalosamente la portada de la revista Fotogramas y tengo que llevarla bajo el brazo cual lectora choni de la Vale. Es una revista de cine, con información cinematográfica en su interior. Pero esta vez no es esa la imagen que da. Parece otra cosa. Y me hace parecer a mí otra cosa.
Junto al Fotogramas regalan este mes Car and Driver; una revista de coches. Mientras viajo en el metro la uso para tapar a Mario Casas. Quizás sirva para eso. Me hace distinto. Aunque llevar al musculado actor bajo el brazo seguramente se corresponda mejor con mi interior que el último modelo de Audi.

2. Veo un capítulo de Mujeres Desesperadas y sucede algo con los subtítulos que nunca me había ocurrido. He tenido que soportar malas traducciones, subtítulos demasiado lentos, demasiado rápidos, descompasados, idiomas desconocidos... Pero en el capítulo de hoy -increíble- los subtítulos correspondían al episodio siguiente.
Es la peor pesadilla de los enemigos del spoiler. Veo lo que está ocurriendo y leo lo que ocurrirá en el futuro simultáneamente. Delirante y a la vez hipnótico.
Eso me hace recordar una escena en Annie Hall en la que Woody Allen charla con Dianne Keaton mientras abajo podemos leer subtitulado lo que realmente están pensando. Siempre he pensado que sería útil para la vida real porque la mayor parte del tiempo decimos una cosa pero pensamos otra. Lo que no sé es si podríamos soportar vivir en una sociedad en la que todo lo que ronda nuestro interior acabara viendo la luz.

3. Llego a la oficina y le doy a mi compañero Alberto la revista de coches.
¿No te interesa?
Prefiero a Mario Casas le digo.
¿Lo ven? Ahí lo tienen. Un viaje en metro con él y ya he sucumbido a sus encantos subliminales. Puede que la primera vez que dijera con asco lo idiota que me parece, un subtítulo proveniente del futuro tradujera: "Me quiero hacer una paja contigo". Antes incluso que yo lo supiera, como en el capítulo de Mujeres Desesperadas.
No sé si los subtítulos proféticos serían más útiles que los que describen nuestros pensamientos o más peligrosos. Pero no resulta difícil imaginar aquella cita en la que te decían: "Me siento muy bien contigo" subtitulada como: "Creo que deberíamos darnos un tiempo".
O la entrevista de trabajo en la que te dijeron: "Estamos encantados de contratarte", mientras se anticipaba debajo: "Lo siento, pero nos vamos a ver obligados a hacer un ERE".
"Te quiero" acabó convirtiéndose en: "Ya no nos reímos como antes".
"Te veo como un amigo", subtitulado como "Vente a mi casa que estoy sola".
Puede que la vida subtitulada perdiera toda la gracia pero la verdad es que, en muchos casos, no nos revelarían nada que no supiéramos ya desde el principio. Negarlo sería la parte más difícil.