26 de septiembre de 2011

GAMBIA: Sutukoba

TENLLADO
1. Sutukoba es un pequeño poblado tocando la frontera con Senegal que no tiene electricidad y como no llegan las carreteras apenas recibe visitas de turistas. Cuando el conductor detiene el minibús es difícil saber dónde estamos aparcados exactamente. Es de noche y no se ve nada ahí fuera. Manos y sonrisas y ojos brillantes nos dan la bienvenida desde la oscuridad a través de las ventanillas.
Estoy tan cansado que no distingo si tengo miedo, hambre o sueño o estoy en realidad dormido en algún otro lugar. Por eso bajo sin pensar. Hace horas que no puedo hacerlo. En mi cabeza sólamente ronronea un zumbido como el sonido de un disco de vinilo que ya se ha terminado y nadie le da la vuelta. Pongo un pie sobre el fango y noto muchas presencias a mi alrededor. Como va siendo habitual, damos la mano a todo el mundo con la peculiaridad de que esta vez no veo ni las manos que estrecho.
Caminamos hacia el poblado. Nos guían unos niños. No sé dónde están mis compañeros, creo que un poco más atrás o más adelante que yo, pero sólo escucho hablar mandinga. Intento mantener una conversación en inglés:
Hello, how are you?
Uhm...
I am from Barcelona.
Barcelona. Xavi, Messi, Iniesta.
What's your name?
Xavi, Messi, Iniesta, Busquets.
¿Busquets?
Miro el cielo. Está inundado de estrellas. No sabía que había tantas en realidad. Tropiezo con unos niños que juegan en el suelo en la oscuridad y en seguida se suman al pelotón que ya nos acompaña. Mis ojos empiezan a acostumbrarse a la falta de luz y lo primero que veo es que parecemos el flautista de Hamelín.
En Sutukoba tienen pozos y, como no hay sequía, beben y juegan con el agua todo lo que quieren para sobrellevar el calor. El problema es que no tienen sistema de riego y sólo pueden cultivar durante la estación de lluvias. Aunque no se mueren de hambre, a veces la comida se acaba.
Por eso, ser recibidos con la cena preparada supone una extraña mezcla de sensaciones. Pero el hambre apremia y me siguen faltando las fuerzas necesarias para pensar con claridad.
Las casetas en las que vamos a dormir son mucho más confortables de lo que podíamos imaginar en un primer momento. Tienen un generador que nos proporciona la única luz en todo el pueblo y las camas tienen mosquitera. Eso sí, nos duchamos con un cubo. Una experiencia difícil de describir.

2. Por la mañana, nos recibe el alcalde para darnos la bienvenida oficial. Todo el pueblo está presente. La mayoría son niños. Algunos de los más pequeños, a la luz del día, se acaban de dar cuenta de que no somos negros. Puede que nunca hayan visto gente blanca en su vida. Por eso los bebés lloran y nos miran como si fuéramos extraterrestres. Aun así, son los niños más cariñosos que he visto.
Pasamos toda la mañana visitando a las diferentes familias con tres, cuatro, cinco, seis niños cogidos de nuestras manos y repartimos los sacos de ropa.
Volvemos a nuestras cabañas y poco a poco van apareciendo los niños vestidos con las ropas nuevas combinadas al azar, depende de lo que le haya tocado a cada uno en el reparto. Un niño con un abrigo de borrego se asa de calor con una sonrisa de oreja a oreja. Otro viste una camiseta de El Pato Donald con unos leotardos con estampado de flores. Otro lleva un sombrero y se le van cayendo los pantalones.
Les decimos que ciertas cosas deberían guardarlas para el invierno, pero están tan contentos que no pueden esperar.

3. Vuelve a llover. Eso nos obliga a anular el partido que iba a disputarse en honor a la novia: Chelsea contra el Vanessa Football Club, equipo creado precisamente hoy. Es curioso que un pueblo tan pequeño y apartado tenga varios equipos de fútbol. Algunos de ellos están formados por sólo tres o cuatro jugadores, pero no parece importarles demasiado. Tendríais que verlos correr.
Después de la lluvia, Ainhoa y yo salimos a pasear. Charlamos y saludamos a unos niños que están arando el campo. A la vuelta, la puerta del campamento está cerrada y hay dos niños custodiándola mientras los demás juegan dentro. No hay rastro de nuestros compañeros.
Where are my friends?
Uhm parecen no entender los niños.
¿Tubabu?
Y señalan hacia el bosque. Saber una palabra de mandinga puede ser más útil de lo que parece. De alguna manera, consigo que nos acompañen y nos guíen. Lo cierto es que entrar en el bosque impresiona.
Empezamos a andar y andar. Los niños avanzan delante nuestro con decisión y nosotros les seguimos cada vez más temerosos. Empieza a anochecer. Nos preguntamos si sabríamos volver si anocheciera del todo. No escuchamos ninguna voz. Ainhoa empieza a gritar nombres pero nadie contesta. Los niños siguen señalando al frente y no tenemos más remedio que seguirles.
A ver si nos van llevar a la casa de un vecino blanco...
El niño que va por delante con la bici se detiene para explicarnos algo en mandinga pero no hay manera de entenderle.
¿Te imaginas que nos llevan al cadáver de un blanco y nos lo enseñan señalando: Tubabu, tubabu?
¿Te quieres callar, gilipollas? responde Ainhoa.
Y justo cuando estamos a punto de volvernos, escuchamos las voces de nuestros amigos. Corremos rápidamente hasta ellos y ya respiramos más tranquilos. Ya es casi de noche.
Sois muy valientes de haber venido hasta aquí atravesando esa zona. Está llena de hienas y serpientes nos dice Morrow.

19 de septiembre de 2011

GAMBIA: Viaje a Sutukoba

Cuando Montse llama a la puerta de mi habitación, ya estoy despierto por el dolor de barriga. Son las cinco de la mañana. Ayer empezaron las diarreas. Parece que era algo inevitable porque hemos tomado todas las precauciones y la única que por el momento se salva es Ainhoa. Debe ser inmune al tercer mundo. Yo quería aguantar al menos hasta pasar el viaje a Sutukoba, pero el banquete de boda ha sido fulminante.
¿Qué tal has cagado? me preguntan entre Cornflakes y rebanadas de Bimbo con Nocilla.
Es ya una rutina. Pasamos largos ratos hablando de nuestra mierda ante la cara de espanto de Bakary. Compartir nuestros desarreglos intestinales nos hace sentir más unidos. Lo malo es no poder ni levantarte de la mesa sin que te deseen suerte.
No tardes que en seguida llegará el minibús.
Y así es.

TENLLADO
El día que más duro se me hace alejarme de la taza del váter, llegan puntuales a buscarnos. Afortunadamente, todavía tardamos un rato en irnos porque hay que cargar todos los sacos de ropa para los niños de Sutukoba. Al arrancar, el motor ruge y mis tripas se estremecen como si se preguntaran por qué a Bakary le dio por nacer en la otra punta del país.
Conforme avanzan las horas, el calor aprieta y la carretera empeora. Una vez pasamos la mansión en la que vive el dictador, ya ni siquiera hay nada asfaltado y está todo lleno de baches y agujeros. Entre tanto bote mi pobre culo no sé ni cómo aguanta con su válvula conteniendo la cagalera. Somos capaces de más cosas de las que podemos imaginar.
Los sudores fríos y los retortijones me obsesionan y me llevan a pensar si soy el único o estamos todos igual. Miro sus caras.
¿Será por el puré-batido de la boda? ¿Será por haber tragado agua en la ducha? ¿O de una de esas salsas picantes? Quizás quedaba algo de agua en uno de esos vasos de refresco que cogí. O a lo mejor cogí algún virus en aquella playa de pescadores en la que estuve hablando con aquel niño enfermo. Tenía los ojos amarillos y me pidió dinero para comprarse una mochila para el colegio y yo le dije que no y me aguanté las ganas de llorar. Pero, ahora que lo pienso... ¿se puede coger diarrea por tocar un cocodrilo?
Cuanto más nos alejamos de la capital, en peores condiciones está todo. Y en cada socavón me cago cuarenta veces en el puto dictador de los cojones que tiene abandonado todo el país más allá de donde él vive.
Mierda, cagar, diarrea... Mis vísceras controlan mi mente. Y eso que el paisaje es bello: campos con vacas pastoreando, monos corriendo, granjas con pozos y gigantescos nidos de termitas.
Son los cuatrocientos kilómetros más largos de mi vida. Gambia tiene el tamaño de Asturias y parece que estemos recorriendo la ruta del transiberiano. Y encima cada dos por tres tenemos que parar en los controles del ejército que con cualquier excusa tratan de sacarnos dinero. El problema es que no pueden aceptar sobornos de blancos y eso lo complica todo. Nos preguntan por los sacos, nos los hacen bajar de la baca, los abren, tratan de multarnos, Sutu regatea... Se baja y habla con el militar, le aparta la metralleta y le coge por el hombro en plan amigos. Mientras, Bakary se sulfura porque después de cinco años ya no está acostumbrado a tales injusticias y mucho menos a tolerarlas. Finalmente, se le paga lo que sea y nos vamos.
Y así un control tras otro, tras otro, tras otro y los baches y anochece y mi mente cree haber alcanzado una nueva dimensión, un estado definitivo de no-retorno, una especie de Nirvana del no-cagar sin perder las ganas ni un instante.Y entonces alguien grita:
¡Sutukoba! ¡Ya se ve Sutukoba!
Y todos exclaman y vitorean, mientras yo me alegro como nunca, pero no me atrevo a aplaudir, ni a moverme y simplemente sonrío.

13 de septiembre de 2011

GAMBIA: La Boda

Aunque no es demasiado temprano, nos acabamos de levantar cuando empiezan a llegar hombres y mujeres familiares y amigos de Bakary. Vienen a preparar la boda. Creo que finalmente vamos a celebrarla con dos días de retraso según lo que teníamos previsto inicialmente. Ni siquiera vamos a ir a los juzgados porque resulta costoso y caótico desplazarse y organizar el papeleo. Así que los novios han decidido centrarse en la fiesta, que es lo que más nos apetece a todos.


Los hombres entran a la casa y se sientan en los sofás bajo el aire acondicionado mientras las mujeres se acomodan en el patio, con unos grandes cubos, a cortar fruta y verdura y trocear pollo y ternera. Tenemos gas y fogones, pero no saben usarlo y encienden un fuego allí mismo al aire libre.
Nosotros no sabemos muy bien qué hacer y nos dedicamos a hacer fotos. Las mujeres no parecen muy contentas. Quizás influye que normalmente las encargadas de preparar el banquete pertenecen a la familia de la novia. A lo mejor, también, es por esa razón por la que nuestras chicas terminan troceando la carne junto a ellas. Lo que no me explico es cómo yo termino sentado pelando la fruta junto al hermano de Bakary. No sé si en su cultura eso se debe considerar un moderno o un calzonazos.
Lo peor de ponerte a ayudar no es tu torpeza, es que no sabes cuándo vas a poder dejarlo. ¿Habéis cocinado alguna vez para todos los invitados de una boda?
Colocar los adornos y las sillas resulta finalmente la excusa perfecta para escabullirnos. Si te has criado en una ciudad, no estás acostumbrado a la carne cruda amontonada en palanganas y menos con un centenar de moscas revoloteando y posándose y además el olor. Por eso, los globos, farolillos y serpentinas pueden de pronto ser un gran alivio y con una gran sonrisa dimimulamos nuestro asco cosmopolita.
Dejando todo más o menos listo, llega la hora de comer. Pero como todos están de ramadán, no nos atrevemos a comer delante de ellos. Así que cogemos medio a escondidas un poco de arroz con tomate y nos metemos todos en la habitación de Bakary y Vanesa con los platos en el suelo. Es una de esas imágenes pintorescas que recuerdas sin la necesidad de hacer una foto. Parece un camerino de una compañía de teatro.
La tarde avanza y va llegando todo el mundo. Hay mucha gente y es muy difícil saber quién es cada uno, porque Bakary ha invitado a todo el que le preguntaba por la boda: el jardinero, el hombre que barre la calle, los vecinos... Y nosotros llamamos la atención como una mosca blanca en un vaso de Coca-cola.
Nos vestimos, primero, a la manera europea: camisa, corbata... Pero vamos con retraso y justo empieza a irse el sol cuando estamos listos para empezar. Eso significa que empieza el banquete, queramos o no, ya que es lo razonable después de sus ocho horas de ayuno. Y mientras  Vanesa con el vestido de novia espera en la otra casa sentada en un sillón, nosotros nos paseamos tímidamente en el pre-convite. Nos ofrecen un zumo-puré con tanta amabilidad que me duele en el alma tener que fingir beberlo porque está hecho con agua del grifo. En cuanto se despistan, se lo doy a un niño y trato de desaparecer. Pero entonces alguien me trae otro. Disimuladamente lo dejo encima de una mesa y me voy a la otra punta del patio. Morrow me pregunta:
¿Dónde habéis comido hoy? y yo me siento descubierto.
En la habitación, en el suelo admito avergonzado.
Pero Morrow acaba de llegar y me mira con cara de que estoy loco o que debe ser una costumbre europea porque en realidad esperaba por respuesta el nombre de un restaurante. Y yo le sonrío como si fuera una especie de broma y me da otro vaso de zumo-puré y le doy un sorbo con resignación.
Cuando todo el mundo ha comido menos la novia, empezamos.
La ceremonia es muy emocionante. Entra Vanesa, la gente comenta y se encuentra con el novio en el improvisado altar. Álex hace el discurso como representante de la familia de Vanesa. Morrow hace el discurso como representante de la familia de Bakary. Ibra los traduce a ambos.
Es interesante observar, y Morrow nos lo hace notar, cómo siendo de países y culturas tan diferentes, en esencia somos lo mismo. Se nota en sus discursos. Lo que nos pasa por dentro incluso los vínculos son esencialmente idénticos. Esta boda es la fiesta de la tolerancia, el respeto, el amor y la unión de los pueblos.
Tras un fuerte aplauso, reanudamos el banquete y empieza la música combinando canciones africanas y occidentales. Aprovechamos ese momento para ponernos los trajes africanos y eso revoluciona definitivamente a los invitados. La gente enloquece con nosotros y bailamos juntos hasta que nos acaban doliendo los pies. Hace tanto calor que Montse, que no suele hablar mal nunca, no puede reprimirse y, aprovechando que nadie la entiende, exclama: "Me suda hasta el coño". Y mi carcajada se funde con el resto de risas de la fiesta.