30 de abril de 2011

EL CHICO DE TIRANTES

Tengo que reconocer que algunas veces no me queda más remedio que follar para que me abracen -dice el chico de tirantes que tengo justo al lado. Es bastante alto, moreno. Lleva unas zapatillas rojas y se parece tanto a mí que asusta.


Viajas en transporte público y la gente mantiene conversaciones tan cerca de ti que te entran ganas de intervenir.
Hoy es un día horrible, principalmente porque no tiene nada de especial y llueve y ni siquiera puedes distinguir si estás vivo, muerto o dormido. Hoy es un día de esos en que por aburrimiento no puedes dejar de escuchar cualquier conversación que pase por tu lado.
Es martes y, si no he entendido mal, el chico de tirantes se ha levantado temprado y ha desayunado con sus padres con los que ha charlado acerca de algo que ponía en los periódicos. Tiene un trabajo lo bastante serio como para tener que madrugar y lo bastante mal pagado como para poder ir con tirantes y zapatillas. Su amiga le escucha con una atención relativa mientras él se queja de haber olvidado cargar el ipod antes de salir.
Yo me bajaré en breve aunque el chico de tirantes continuará su camino al trabajo. Quizás se encuentre alguna amiga más con la que hablará de personas que tienen en común. Llegará a su oficina. Tendrá una charla con su jefe el cual probablemente siente que no tiene el trabajo que se merece. Y así pasará la mañana junto a esa gente que conoce porque tiene que sentarse junto a ellos todos los días.
Y al volver a casa, puede que se encuentre algún vecino o alguna de esas otras amistades basadas en la proximidad. Y el miércoles. El jueves. El viernes. Y no será hasta el sábado por la noche cuando salga a beber con sus antiguos compañeros de colegio. Y recordarán cuando el más gordo de la clase se tiró un pedo tan fuerte que se voló el examen de la chica que se sentaba detrás. Y será entonces cuando después de las risas, vayan a una discoteca y él conozca a un chico o una chica y tonteen un rato, se besen en los labios y acaben follando en su casa para que, por fin, alguien le abrace sin necesidad de tener que pedirlo.
A veces me pregunto: si saliera a la calle y me pusiera a dar abrazos a todas las personas que me fuera encontrando, ¿cómo reaccionaría la gente? Son esas cosas que siempre piensas y nunca haces.

21 de abril de 2011

ESTO NO VA POR TI

Si pudiera escoger (siento decirlo) habría gente que no leería lo que escribo. O mejor dicho, que no leería ciertas cosas que escribo. Otras sí. Sin problema. Pero prefiero mojarme y cagarla que preservar mi intimidad que al fin y al cabo mucho valor no tiene.
No pongas esa cara. No me refiero a ti. Tú puedes leer todo lo que quieras. Eres bienvenido. Me refiero a otra gente, muy poca, casi nadie, que no eres tú, que me caes genial y te quiero; otra gente, que seguramente no se dará por aludida. Así que, valga la paradoja, si te das por aludido, ten por seguro que esto no va por ti.
Aunque si de verdad pudiera escoger, de esto estoy seguro, preferiría que ciertas personas (que no lo hacen) me leyeran, a tener ese supuesto derecho a veto que de poco me serviría, más que para preservarme de una realidad que bien sé que existe ahí fuera.
Ojalá me leyeran (y esto tampoco va por ti, que ya lo haces), pero parece que no les intereso lo suficiente. O que ya tienen bastante con verme de vez en cuando y preguntarme cómo me va. O peor: preguntárselo a otros. O peor: ni preguntarlo, ni apenas acordarse de que existo.
Esta mañana leí una frase interesante: "Le pedí cien euros a mi padre y me dio cien. ¡Qué tacaño!".
Hay una gran diferencia entre pedir y lamentarse que de alguna manera no he aprendido todavía.
Recuerdo una vez que escribí un poema a una chica, no porque la amara, sino porque era su cumpleaños. Se lo enseñé. Lo leyó y dijo:
¿Qué es esto?
A lo que yo respondí: "Un soneto".
Uno no debe esperar recibir nada a cambio cuando da. Para eso mejor no dar ya que tanto se puede recibir un beso como un tortazo. Si quieres un beso, mejor aprender a pedirlo. Total, con lo fácil que es hoy en día. Claro que te lo pueden negar pero al menos no da lugar a confusión.
Hay personas (y esto no va por ti) que esperan recibir más de lo que piden. Como si la vida les debiera algo. Tal vez yo sea una de esas personas.
Por eso, quizás, debería empezar a enseñarles lo que escribo a las personas que quiero que me lean y dejar de lamentarme de cosas que, en realidad, no tienen la menor importancia.

17 de abril de 2011

EL HUECO DE SU CUERPO

BALIETTI
Sucede que alguien se acuesta contigo y ya no hay manera de volver a dormir en medio de la cama. Cambias las sábanas. Le das la vuelta al colchón. Echas colonia por la habitación. Cambias de pijama. Luego llega la noche y nada más tumbarte descubres insomne una escandalosa erección en tu calzoncillo que más quisieras para tus ligues de borrachera.
Dos noche. Tres noches. No importa. Hay personas que una vez se meten en tu cama, no se van nunca.
Y el caso es que a ti te gustaba dormir solo y dar vueltas por el lecho hasta casi caerte por el otro lado. Enredarte con las sábanas. Estirar los brazos y las piernas. Y ahora da igual en qué postura te duermas; vas a amanecer a un lado, respetando el supuesto lugar del otro: el hueco de su cuerpo.
Es una pesadilla.
Quizás las mujeres no sabéis (aunque dudo que haya algo que una mujer no sepa) que la masturbación es el somnífero natural del hombre. De manera que no me preocupa demasiado que cada noche me visite el fantasma de nuestros encuentros pasados, pero quisiera saber si acaso vas a volver a sustituirlo o, en su defecto, cuándo me va a dejar solo.
Porque la soledad no es el verdadero problema.
Tenía un profesor de Metafísica que mordía una pipa mientras hablaba. La llevaba apagada. Y apoyando la codera de su chaqueta de pana señalaba a uno de nosotros y preguntaba: "Tú, ¿qué es lo trascendente?". Y así escuchaba nuestras diferentes respuestas y se reía.
Duermo bien. Ya no tengo pesadillas. Pero cada mañana se me hace más ancho el colchón y cuando me ducho, vuelvo a excitarme. Porque todavía sigues ahí besándome bajo el agua y enjabonándome la espalda. Y no tengo más remedio que esperar a que termines para vestirme.
He cambiado de champú. He cambiado el color de las toallas.
Pero la soledad no es el verdadero problema.
Cuando era pequeño, como mis padres estaban demasiado ocupados discutiendo, yo pasaba mucho tiempo jugando solo; con muñecos a los que le ponía voz o inventando personajes. Así suplía el hueco que dejaban y aprendí a ser independiente.
Pero desde que no duermo en medio de la cama, me he dado cuenta de que el verdadero problema no es estar solo, sino convivir con tu ausencia.
Mi profesor de Metafísica decía que lo trascendente eran las manchas de chorizo, puesto que van más allá del límite que las separa del chorizo mismo hasta atravesar el papel de servilleta del bocadillo que las envuelve. En él impregnan su olor, su color y su esencia.
Ahora no estás aquí. Pero algo de ti ha trascendido y no sé si quiero perderlo.

4 de abril de 2011

CREACIONES INCONSCIENTES

Me despierto; pero no despertarme de verdad, sino como abrir los ojos dentro de un sueño y encontrarme una situación extraña como en una película de burgueses de Buñuel.

DALÍ
Me despierto y estoy en el diván de una consulta. Una joven psicoanalista está sentada junto a mí tomando notas. Es morena, con el pelo rizado, piel blanca. No es mi psicoanalista de la vida real. Tampoco se parece a ninguna mujer de mi vida que yo recuerde. Me resulta extraño. ¿Qué necesidad tengo de inventarme a nadie cuando conozco a tantas candidatas para el papel? Ya son ganas de ponerse creativo dormido y de madrugada.
La loquera me mira como si me hubiese interrumpido justo en medio de una íntima revelación, pero yo no tengo ni idea de lo que se supone que estaba diciendo. Saco un papel del bolsillo y escribo en él:
"Mañana me operan del riñón. Necesito descansar. No quiero que se repita".
La loquera toma la nota y la lee. Parece bastante maja para ser una creación inconsciente, después de todo.
Está bien me dice. Vamos a hacer una cosa. Yo te cobro la sesión y te dejo ir a jugar para que vuelvas ser un niño y así no perdemos más el tiempo.
Yo acepto y mi hermana, que de repente anda por ahí, me da la aprobación.
Así que bajo a la calle y es de noche. Los edificios son rascacielos y no hay nadie. Me siento sobre un montón de arena y empiezo a lanzarla por el aire. Me divierto muchísimo. En ese momento, aparece la jefa de Recursos Humanos de mi empresa. Esta vez, una persona real con la que apenas he hablado en mi vida y que me repugna especialmente.
Me pregunto qué pensaría esta mujer si supiera que ha aparecido en un sueño mío. ¿Qué pasaría si voy a su despacho una mañana y le digo: "Anoche soñé contigo"? Me lo pregunto y, al mismo tiempo, me trae sin cuidado.
El caso es que la tipa aparece ahí y me señala como si me hubieran descubierto. No sé qué tiene de malo jugar con arena en medio de la calle un domingo por la noche. Pero ella no duda en gritarme: "Estás despedido". Inmediatamente, experimento una felicidad que ni en mis más húmedos sueños.
De pronto estoy en una feria al lado del mar estilo Coney Island y es de día. Me dirijo hacia una gran noria y me acuerdo de cuando estuve en Brighton (Inglaterra).