26 de enero de 2011

TENDENCIAS SUICIDAS

—Es un cuadro precioso, ¿eh? —Sí que lo es. —¿A ti qué te sugiere? —Ratifica la absoluta negatividad del universo, el odioso vacío solitario de la existencia: la nada. El predicamento del hombre dedicado a vivir en una desierta eternidad sin dios, como una diminuta llamita que relampaguea en un inmenso vacío donde sólo hay desperdicio, horror y degradación formando una inútil camisa de fuerza que aprisiona un cosmos absurdo. —¿Qué haces el sábado por la noche? —Me voy a suicidar. —¿Y el viernes por la noche? (Sueños de un seductor)

Estoy en el gimnasio buscando una mancuerna. Tengo una pesa de diez kilos en una mano y una de ocho en la otra. ¿Por qué siempre desaparece justo la mancuerna que necesito? Quiero hacer un ejercicio con dos mancuernas de diez kilos pero sólo encuentro una y está medio rota. Ocho kilos es poco. Con doce kilos no puedo. Esto es una sala pequeña, pero no se ve por ningún lado. ¿Se la habrá llevado alguien a casa? Unos tipos en tirantes con tatuajes me rodean y charlan sobre "tetas" y "follar". Esto parece el gimnasio de una cárcel. Prefiero no preguntar.
En ese momento, suena el móvil en el bolsillo del pantalón de mi chándal. Yo soy uno de esos que se lleva el móvil a la sala de pesas del gimnasio. A algunas personas les da mucha rabia. Pero yo me lo bajo siempre y me siento a descansar en un banco y aprovecho para mandar un mensaje o me pongo a hacer llamadas perdidas a la gente. Lo hago porque en realidad no quiero estar ahí. Pero ahí estoy. Sucede a veces.
Así que me suena el móvil y tengo las dos manos ocupadas. Miro a mi alrededor como si no fuera el mío, pero en seguida me doy cuenta que no es necesario disimular porque los tíos de tirantes siguen hablando de "tetas" y "follar" y no me hacen caso. Estiro la pierna de forma ridícula, el teléfono vibra y me hace cosquillas en el muslo. Dejo una de las mancuernas en el suelo y respondo.
¿Qué pasa?
¡Eh, tú!
¿Qué?
Na. ¿Qué haces?
Na. En el gym. ¿Tú?
Na. Aquí. ¿Te bajas al bar o qué?
Vale.
Llego al Bar Ramón sin ni siquiera haberme duchado. Está prácticamente vacío. En una mesa cerca de la ventana, Oliver y Chándal critican a alguno de nuestros amigos en común. Me siento frente a ellos y Oliver se excusa:
No te pienses que estamos siempre hablando de los mismo. Hemos estado hablando de muchos otros temas antes.
Bien. Entonces, he llegado en el mejor momento- respondo yo.
Me divierto mucho viniendo a este bar. Es el lugar perfecto cuando no te apetece estar en ningún sitio, como me pasa a mí. Se acerca Paco, el camarero, y me señala con el dedo:
Tú, ¿qué quieres, chaval?- me increpa con su voz de cazalla.
¿Puede ser un bocadillo?
No.
Pues una cerveza.
Paco es así. Hay días que no le apetece servirte y hay que respetarlo. Oliver me dice:
Leí lo que escribiste el otro día en tu blog. Me gustó.
Gracias.
Pero es verdad eso de tus tendencias suicidas.
¿Tendencias suicidas?
Sí, bueno, que está muy bien lo que explicas pero... ¡Vamos! Parece que estés a punto de pegarte un tiro.
Lejos de ofenderme me hace muchísima gracia escuchar eso.
He escuchado infinidad de comentarios acerca de mi tendencia a la tristeza escribiendo pero nunca creí que llegara a esos extremos. A lo mejor voy a tener que moderarme, no quiero que la gente empiece a dejar comentarios de apoyo para evitar que me vuele los sesos.
Reconozco que tengo una habilidad especial a la hora de extraer el patetismo de los momentos más cotidianos, como lo que os he explicado antes del gimnasio que en realidad no es para tanto. Lo que pasa es que me divierto contándolo así. Tiene más gracia, al menos para mí.
De manera, que no os preocupéis que de momento estoy muy contento de estar vivo. Y sigo pensando, como la Yaya Mula, que la vida vale la pena. Tenedlo en cuenta la próxima vez que me leáis, por mucho que el texto divague torpemente entre tendencias suicidas. Es todo una pose. Así que relájense y disfruten.

16 de enero de 2011

SOL DE INVIERNO

"Buscaba una canción y me perdí en un montón de palabras gastadas. No hago otra cosa que pensar en ti y no se me ocurre nada" (No hago otra cosa que pensar en ti, Joan Manuel Serrat)


Me levanto temprano porque me aburren las sábanas y salgo al balcón a tomarme un gran café con leche. Para ser un domingo de invierno, se está bien. Hace sol y la luz brilla entre las antenas y la ropa tendida de los vecinos de mi barrio. Me acuerdo cuando mi amiga francesa vino a pasar unos días a Barcelona y al asomarse por la ventana me dijo:
Tu barrio parece Israel.
No sé lo que quiso decir con eso.
Le doy vueltas a la cucharilla del café en lo que supone el momento más relajante de toda la semana. Así es como meditamos en Europa. Echo de menos alguien con quien charlar e inmediatamente pienso en él y en nuestro primer beso, en este balcón.
Anoche tampoco salí. Hace unos años salía todos los viernes y sábados y, como no tenía suficiente, me iba a tomar cervezas los domingos por la tarde. Eran tiempos caóticos. No los extraño, pero por lo menos entonces tenía la sensación de estar vivo, aunque fuera a través de los excesos y una falsa identidad. Ahora parece que no ocurre nada y que lo mejor está todavía por llegar. Que el presente no cuenta. Y tengo miedo de que la espera no valga la pena o sea otra de esas mentiras que tratan de consolarnos.
A veces intento rebelarme y grito dentro de mi cabeza que me iré a Buenos Aires a seguir estudiando teatro o a Reino Unido y seré profesor de español. Pero una parte de mi culo sentado me dice:
Estás intentando escapar otra vez.
Y yo protesto:
Cállate, culo. ¿Tú que sabrás de la vida?
Aunque finalmente no hago nada. Sólo remuevo el café con el sol iluminando mis dedos.
Me pregunto si vuelvo a estar enamorado. No es algo de debiera preguntarme. "Si no lo sabes es que no lo estás", dicen por ahí. Pero yo ya no me fío ni de la gente ni de las películas. Me han engañado. Me hicieron creer que el amor imposible es el más bello y auténtico y era sólo sufrimiento. No te lleva a ningún lado.
Estoy harto de vivir en las letras de las canciones. Harto del ideal romántico que nos envenena. Harto de que el amor sea como el sol de invierno: que brilla pero no calienta.
Me termino el café y vuelvo para dentro. Me despido del sol y me siento en el sofá. Es hora de poner la estufa.