24 de febrero de 2009

EGOLATRÍA

Creo que soy una persona especial y puedo vivir mi vida como me da la gana. 
Me gusta ser el centro de atención. 
Soy joven y mi generación es la más narcisista de la historia social contemporánea. 
No sé quiénes son los baby boomer
No conozco a la genereción X
Yo puedo. 
Yo soy. 
Yo tengo. 
Yo hago. 
Me cuesta crear vínculos emotivos pero el messenger, myspace y el chat me ayudan a relacionarme. 
No me canso de hacerme fotos con el móvil. Podéis verlas en mi fotolog. Es mi diario. 
Pierdo el control si me siento rechazado. 
Me aburre la televisión. 
No soporto la publicidad tradicional, pero si un anuncio me hace gracia lo miro en youtube, lo comparto en facebook y repito sus frases con mis amigos. 
Me gusta contar mis vivencias, pero no de manera oral sino a través de un blog; me permite ampliar su difusión y perpetuarla. 
Consumo mucha más cultura que mis padres, pero no entiendo que tenga propietarios. 
Creo que puedo cambiar el mundo mandando e-mails a todos mis contactos. 
Voy al gimnasio. 
Llevo calzoncillos de marca. 
Me depilo. 
Me peso dos veces al día. 
No entiendo a mis padres. 
La mala educación me parece divertida. 
Me emborracho los fines de semana en el botellón. 
Soy auténtico. 
Soy sincero.

17 de febrero de 2009

EL PARADO NÚMERO 2.990.001

GLOBOMEDIA

Ayer fui al Inem con un amigo que prefiere permanecer en el anonimato. Para facilitar la narración me referiré a él como Chándal. Con su coche de segunda mano lleno del polvo de las calles del barrio, patatas fritas bajos los frenos, una botella de güisqui en el maletero, me recoge quince minutos tarde. Chándal conduce como si hubiera nacido dentro de un coche. Como un taxista, tiene el aspecto de nunca haberse movido de ahí. Chándal era transportista hasta que su empresa quebró y se quedó en el paro. Chándal viene sin afeitar, igual que yo. Chándal y yo, los dos en chándal, ya que después iremos al gimnasio para pasar la mañana.

En el Inem nos dan un número. Chándal, que parece saber mucho de esto, me dice que por lo menos tardarán una hora en llamarme así que miramos algunas ofertas de trabajo, algunos cursillos ridículos y nos vamos a desayunar a un bar. Café con leche, bocadillo de salchichas. Nuestro aspecto es lamentable. Hablamos de cuando éramos niños. De cuando íbamos al instituto. Chándal cree que nunca se había imaginado acabar así de adulto. Entre risas, estoy de acuerdo. La camarera nos pregunta si vamos al Inem. Lleva delantal, los ojos mal pintados. Patas de gallo, ojeras. Nos desea suerte. Resulta patético despertar su compasión.

Entrego mis papeles con ese aire "soy demasiado bueno para esto" y me convierto en el parado 2.990.001 aproximadamente. Me hubiera hecho ilusión ser el parado tres millones. No ha podido ser. Volvemos al coche: música de Andy y Lucas, Kiko y Sara, Estopa y Melendi en el breve recorrido. Aparcamos lejos del gimnasio. Queda más lejos el coche del gimnasio que el gimnasio de mi casa. Chándal lleva un pantalón corto de deporte debajo del pantalón de chándal largo. Yo ni siquiera me cambio. El gimnasio está lleno de jubilados. Después de cincuenta minutos de pajareo nos vamos a casa. En el camino de regreso ya casi ni hablamos. Estamos cansados. Sólo una frase corta: "Mañana a la misma hora", me dice Chándal. Subo las escaleras de casa andando, el ascensor no funciona, mientras una pregunta me ronda la cabeza. Lo que una amiga me preguntó cuando le conté que estaba en paro: "¿Y eso es bueno o malo?".

4 de febrero de 2009

LA SOCIEDAD DEL MIEDO

"De lo que tengo miedo es de tu miedo" (William Shakespeare)


Ya no eres un niño pero sigues teniendo miedo. El miedo de adulto es mucho peor. Ya no tienes los trucos, los juegos, los mayores que te protegen de todo. Ahora tienes que protegerte a ti mismo y nadie te ha enseñado a hacerlo. Puedes dedicar tu vida a proteger a los demás y olvidarte de tu miedo o puedes afrontarlo cara a cara. Pero aunque el miedo tiene muchas formas, en realidad no tiene rostro; sólo el tuyo propio. 

Tienes miedo de crecer y miedo del paso del tiempo. Miedo de madurar, miedo del miedo y de la muerte. Un día, cenando con unos amigos, habláis del facebook. Al parecer, una joven ha desaparecido en alguna parte. Al parecer, se sospecha que pueda haber sido brutalmente violada y asesinada. Se dice, se comenta, que los asesinos estaban al corriente de todos sus movimientos a través de sus fotos y sus mensajes en facebook. Dónde iba. Con quién quedaba. Qué hacía, qué días y a qué horas. Miedo al facebook

Dejas de usar facebook. Borras todo tu pefil. Eliminas todas tus fotos, especialmente las de tu pequeño sobrino; vete a saber lo que puede llegar a hacer cierta gentuza con las imágenes de un niño. De paso, dejas de conectarte al messenger. Internet. Cancelas todos tus blogs, tus espacios. Y dejas de enterarte de cuándo quedan tus amigos. Ya no te invitan a las fiestas. No tienes móvil por miedo a los tumores cerebrales. Nadie se pone en contacto contigo. Pero no importa, ahora tienes más tiempo para ver televisión. 

Al cabo de una semana has vendido a tu perro. Ya no te miraba como antes. Tenía algo en los ojos que te decía que iba a volverse loco, saltar a tu cuello de repente y morderte la yugular hasta la muerte. No dejas que tu abuela abra la puerta a nadie. Cualquier amable señora puede ser una envenenadora, una asesina que sólo quiere robar todo el dinero que tengas debajo del colchón. Y por supuesto, ya no compras carne de vaca, ni menos aún de pollo pues ya presentías los primeros síntomas de fiebre de la pandemia china. Tu casa tiene dos cerrojos; estás pensando en poner una alarma. Cualquier día entran y te desvalijan sin que ni siquiera te despiertes. Ahora que has sacado todo tu dinero del banco por miedo a que quiebre y pierdas todos tus ahorros, hay que tener más cuidado. Al cabo de un mes, ya no enciendes la televisión. Ya no sales a la calle. Ves en cada rostro extranjero al hombre del saco. En cada mujer, una arpía. Cada callejón oscuro es la boca del lobo. La chica desaparecida no estaba muerta. Se había escapado y tenía miedo de volver porque creía que la iban a castigar. Tú ya no te enteras de eso, porque ya ni siquiera sales de tu habitación. Por miedo.