Llueve. Como todos los días. El radiador de la calefacción está lleno de calcetines mojados. Cada vez que vuelvo de la calle tengo que poner los calcetines a secar. Lo bueno de que llueva todos los días es que ya nunca esperas que mañana salga el sol. Mi amigo Álex desde Madrid me decía ayer tiernamente vía online:
—Estoy deprimido...
—¿Por qué?—No lo sé... Será porque no para de llover.
Álex es un encanto. No sé cómo llevaría lo de vivir en Escocia. A mí tampoco me gusta la lluvia, pero la verdad es que uno se acostumbra. Es un tópico, pero a veces los tópicos son verdad. Cuando vives en Barcelona, ocurre que tienes uno de esos días en los que te cuesta salir de la cama; miras por la ventana y está lloviendo. Sales a la calle y peleas con el paraguas y el viento, y un autobús pasa a tu lado pisando un charco y te empapa de cintura para abajo. En Glasgow, esos días son todos los días. Por eso, no hay días malos en Glasgow. Sólo hay días normales y días buenos. Quizás podríamos considerar un día malo uno en el que llueva mucho, mucho. Como hoy.
Hoy quería salchichas. Ayer fui al supermercado y me olvidé de comprarlas. "Quiero salchichas", pensaba mientras hacía ejercicio en el gimnasio. Estaba vacío. No es porque llueva (aquí la gente no deja de hacer cosas porque llueva, sino no harían nada) es porque llueve mucho, mucho. Ahí estaba yo, en un gimnasio vacío oyendo el ruído de la lluvia contra los cristales, mirando el Eurosport y la Mtv al mismo tiempo, y pensando en salchichas. Las pesas pueden llegar a ser algo muy aburrido. Los tíos fuertes de mi lado hablaban del Mundial 2010 o de la Eurocopa. Nadie habla del tiempo en Glasgow. Ni siquiera en los ascensores. Se habla de fútbol o de la pobre Lady Di o de la última borrachera de Pete Doherty. Pero no del tiempo, porque no hay nada que decir. Es como si los esquimales hablaran de lo blanca que es la nieve.
He entrado al Morrisons ya empapado, con la mochila llena de ropa sudada y las gafas empañadas. Todos los productos estaban cambiados de sitio. Odio cuando hacen eso, me recuerdan a mi madre reordenando mi cuarto. Lo hacen para que compres más. Todo lo que pasa en un supermercado tiene esa premisa escondida detrás. Por lo visto, funciona, porque mientras buscaba las salchichas he comprado salsas para ensalada, salsas para la pasta y cereales. He pasado por la sección de quesos tapándome los ojos y aún así me he comprado una porción de queso azul. "¿Dónde coño estarán las salchichas?", me preguntaba mientras compraba yogures. También he comprado suavizante porque ya estoy harto de ir por el mundo embutido en ropa tiesa como si fuera Pinocho, el niño de madera... y finalmente he encontrado la "nueva" sección de salchichas. ¡Pero no tenían las que yo quería! Y mira que tenían de todas clases... Para calmar el cabreo me he comprado Yoplay de fresa, pero no ha funcionado.
He entrado al Morrisons ya empapado, con la mochila llena de ropa sudada y las gafas empañadas. Todos los productos estaban cambiados de sitio. Odio cuando hacen eso, me recuerdan a mi madre reordenando mi cuarto. Lo hacen para que compres más. Todo lo que pasa en un supermercado tiene esa premisa escondida detrás. Por lo visto, funciona, porque mientras buscaba las salchichas he comprado salsas para ensalada, salsas para la pasta y cereales. He pasado por la sección de quesos tapándome los ojos y aún así me he comprado una porción de queso azul. "¿Dónde coño estarán las salchichas?", me preguntaba mientras compraba yogures. También he comprado suavizante porque ya estoy harto de ir por el mundo embutido en ropa tiesa como si fuera Pinocho, el niño de madera... y finalmente he encontrado la "nueva" sección de salchichas. ¡Pero no tenían las que yo quería! Y mira que tenían de todas clases... Para calmar el cabreo me he comprado Yoplay de fresa, pero no ha funcionado.
No me gusta cuando las cosas no salen como yo planeo. Esperando el autobús bajo la lluvia con las bolsas del súper y cara de pocos amigos, cualquiera diría que el Glasgow Rangers había perdido la liga escocesa. Al llegar por fin el autobús, la rueda delantera ha frenado en un charco y me ha mojado desde los pies hasta los Cocopops cereales. El conductor, abriendo la puerta con su mejor sonrisa, me ha dicho:
—Rainy day, isn't it?