21 de noviembre de 2007

RAINY DAY

Llueve. Como todos los días. El radiador de la calefacción está lleno de calcetines mojados. Cada vez que vuelvo de la calle tengo que poner los calcetines a secar. Lo bueno de que llueva todos los días es que ya nunca esperas que mañana salga el sol. Mi amigo Álex desde Madrid me decía ayer tiernamente vía online:
Estoy deprimido...
¿Por qué?
No lo sé... Será porque no para de llover.


Álex es un encanto. No sé cómo llevaría lo de vivir en Escocia. A mí tampoco me gusta la lluvia, pero la verdad es que uno se acostumbra. Es un tópico, pero a veces los tópicos son verdad. Cuando vives en Barcelona, ocurre que tienes uno de esos días en los que te cuesta salir de la cama; miras por la ventana y está lloviendo. Sales a la calle y peleas con el paraguas y el viento, y un autobús pasa a tu lado pisando un charco y te empapa de cintura para abajo. En Glasgow, esos días son todos los días. Por eso, no hay días malos en Glasgow. Sólo hay días normales y días buenos. Quizás podríamos considerar un día malo uno en el que llueva mucho, mucho. Como hoy.
Hoy quería salchichas. Ayer fui al supermercado y me olvidé de comprarlas. "Quiero salchichas", pensaba mientras hacía ejercicio en el gimnasio. Estaba vacío. No es porque llueva (aquí la gente no deja de hacer cosas porque llueva, sino no harían nada) es porque llueve mucho, mucho. Ahí estaba yo, en un gimnasio vacío oyendo el ruído de la lluvia contra los cristales, mirando el Eurosport y la Mtv al mismo tiempo, y pensando en salchichas. Las pesas pueden llegar a ser algo muy aburrido. Los tíos fuertes de mi lado hablaban del Mundial 2010 o de la Eurocopa. Nadie habla del tiempo en Glasgow. Ni siquiera en los ascensores. Se habla de fútbol o de la pobre Lady Di o de la última borrachera de Pete Doherty. Pero no del tiempo, porque no hay nada que decir. Es como si los esquimales hablaran de lo blanca que es la nieve.
He entrado al Morrisons ya empapado, con la mochila llena de ropa sudada y las gafas empañadas. Todos los productos estaban cambiados de sitio. Odio cuando hacen eso, me recuerdan a mi madre reordenando mi cuarto. Lo hacen para que compres más. Todo lo que pasa en un supermercado tiene esa premisa escondida detrás. Por lo visto, funciona, porque mientras buscaba las salchichas he comprado salsas para ensalada, salsas para la pasta y cereales. He pasado por la sección de quesos tapándome los ojos y aún así me he comprado una porción de queso azul. "¿Dónde coño estarán las salchichas?", me preguntaba mientras compraba yogures. También he comprado suavizante porque ya estoy harto de ir por el mundo embutido en ropa tiesa como si fuera Pinocho, el niño de madera... y finalmente he encontrado la "nueva" sección de salchichas. ¡Pero no tenían las que yo quería! Y mira que tenían de todas clases... Para calmar el cabreo me he comprado Yoplay de fresa, pero no ha funcionado.
No me gusta cuando las cosas no salen como yo planeo. Esperando el autobús bajo la lluvia con las bolsas del súper y cara de pocos amigos, cualquiera diría que el Glasgow Rangers había perdido la liga escocesa. Al llegar por fin el autobús, la rueda delantera ha frenado en un charco y me ha mojado desde los pies hasta los Cocopops cereales. El conductor, abriendo la puerta con su mejor sonrisa, me ha dicho:
Rainy day, isn't it?

13 de noviembre de 2007

APLAUSOS

"No es difícil tener éxito. Lo difícil es merecerlo" (Albert Camus)

Los artistas en general, pero sobre todo los actores, sólo buscamos el aplauso del público. Queremos que nos digan que "muy bien, muy bien" y que estamos muy guapos. ¿Para qué engañarnos? Queremos que nos silben, que nos miren como si nos conocieran de toda la vida, que piensen en nosotros cuando follen con sus parejas. Queremos ser especiales. Un actor no es más que un tímido que disimula. Uno que pasa por listo, divertido o profundo diciendo cosas que no se le han ocurrido a él. Un actor es alguien que se quiere poco y no se conforma con los piropos de su abuela; necesita un auditorio entero aplaudiéndole para sentirse vivo. Si no eres un cantante de ópera, probablemente esos aplausos no durarán más de un minuto. Sin embargo, ese amor que vuela entre las palmadas del respetable, ese cariño ilusorio como el decorado a tus espaldas, puede durarte semanas. A veces los actores nos vamos a casa sin desmaquillar, creyendo que nos llevamos la magia del escenario con nosotros. Pero un actor en la calle no es más que un tío con la cara pintada. Cuando empezaba a hacer mis primeras obras y volvía maquillado a mi humilde barrio de Hospitalet, mis amigos me decían:
Oye, nen, llevas los ojos maquillados.
Sí. Es que vengo de una función.
¿Y qué pasa? ¿Haces de tía o qué?
Plas, plas, plas... El sonido de dos manos chocando. Música para tus oídos. La única diferencia entre ser actor o camarero es el aplauso, el reconocimiento. Se nos premia por trabajar. Da igual qué tal hayas estado, da igual si la obra es buena o mala: todos van a aplaudir al final. A los actores nos gusta el teatro porque se aplaude en directo. Un camarero da igual lo bien que sirva una tapa que nunca se le va a aplaudir. Como mucho se le otorga un "gracias" en plan limosna. Hay camareros que te arrancan unas risas con un par de chistes y con eso se sienten premiados. La mayoría de ellos son actores que añoran el escenario. Por eso el éxito es relativo. Sales a saludar, respiras hondo y sientes la ovación en el pecho. Crees que nadie puede hacerte sombra. Eres el puto amo y no hay quien te tosa. Sales una vez... y otra vez... y otra vez... Si siguen aplaudiendo después de la tercera, es que les ha gustado de verdad. La convención juega a tu favor. Llegará un día en que, por convención, las primeras filas subirán a chuparte la polla mientras saludas. Aunque no les haya gustado. Lo harán porque valoran tu trabajo. Perdón por la grosería. Es la una de la madrugada y estoy borracho de éxito.
Un aplauso, por favor.

1 de noviembre de 2007

TRICK OR TREAT

Estoy en el sofá de casa tratando de dilucidar lo que quiere decir John Locke cuando habla de ideas compuestas en inglés y llaman a la puerta. Es raro. Nadie suele llamar a la puerta salvo contadas ocasiones. Una vez fue el revisor del contador de la luz. Otra vez trajeron un paquete a mi compañera de piso polaca. Abro con naturalidad y hay unos niños sonrientes con pelucas, caretas y bolsas de papel. ¿Qué está pasando aquí?
Trick or treat!
"¡Mierda! ¡Es Halloween!", pienso, "Y aquí lo celebran de verdad".

Compass International Pictures

Como no he asustado a los niños y la puerta ya está abierta, busco en la cocina algo que darles. Tengo una tableta de chocolate mordida, un paquete empezado de Choco-Pops, Maria Biscuits y una manzana. Opto por la manzana. Los niños me miran como si fuera una abuela aguafiestas de ochenta años. Trato de explicarles que no es que me preocupe que se les vayan a caer los dientes, sino que no tengo ninguna chuchería en casa. Justo cuando voy a ofrecerles el chocolate mordido, se van a picar a otra puerta.
Happy Halloween...
Ya he cerrado cuando suena el teléfono. Es Sara. Dice que me invente un disfraz, que esta noche vamos a una fiesta. Le digo que no me apetece salir.
Come on! It's Halloween!
I know, Sara.
Más niños llaman al timbre. Pienso en el chocolate mordido. A lo mejor me apetece de madrugada. Pienso en tirarles huevos. Sara trata de convencerme. Pienso en bajarme los pantalones y abrir con una bolsa de basura en la cabeza. Eso les asustaría, pero no quiero ir a la cárcel. Los niños insisten. Sara insiste. Como no quiero tener que aguantar esto toda la tarde, le digo a Sara que vale y que ya pensaré algo. Cuelgo y los niños se van.
Abro mi armario. Es casi tan deprimente como mi nevera. Rebusco. Pienso en no disfrazarme, pero la semana pasada Matthieu y yo nos negamos a participar en una Toga's Party, así que esta vez toca pringar. Llaman más niños. Pienso en tirarles un cubo de agua. Seguir mirando el armario no hará que aparezca por arte de magia un disfraz de Boris Karloff, así que me pongo una camisa negra y un pantalón negro. Zapatos negros. Me pinto los ojos de negro como si fuera un cantante de rock y salgo a la calle con toda la dignidad del mundo.
¿De qué vas disfrazado?
De idiota, ¿y tú?
Por muy anglosajón que sea este país, el Halloween de Glasgow no tiene nada que envidiar al Carnaval del barrio de La Torrassa. Empiezo a sospechar que este tipo de celebraciones sólo valen la pena en Brasil, Canarias y Venecia. El resto del mundo sigue la corriente. "Es por los niños", dicen, pero ya me diréis vosotros, queridos nihilátropos, qué gracia le puede hacer a un bebé cuyo único pasatiempo es hacer burbujas de moco con sus orificios nasales, que lo saquen a la calle en su carrito vestido de calabaza. Quizás los niños más mayores sí se divierten, pero les da bastante igual el motivo de la fiesta. Quiero decir que yo pensaba que aquí la cosa iba de difuntos, pero no. Se disfrazan de cualquier cosa. Y con el mal tiempo de Glasgow, el patetismo incrementa. Ahí tienes a Spiderman con chubasquero, a Drácula con botas de agua o a una princesa encantada abrigada con una cazadora del Zara. (Hay Zara en Escocia, sí. ¿Lo dudabais?) Lo peor son las madres que no entienden nada. Como me comentaba hace tiempo un gran amigo mío en un e-mail divertidísimo, una madre no puede reñir a un super-héroe en medio de la calle delante de todos sus amigos. Aunque se esté portando mal.
¡Jolin! ¡Que soy Superman, mamá!
La noche transcurrió con normalidad. La fiesta fue aburrida. Había juegos ridículos, bebida y golosinas gratis. Chicas con disfraces sexys muertas de frío (¿Por qué no se hacen estas fiestas en verano?) y chicos travestidos o bien disfrazados con bolsas de basura negra y la cara pintada de blanco. Los estudiantes tenemos poca dignidad. Ellas tratan de buscarle lo erótico a cualquier personaje (el chiste en inglés es fácil: witch es bruja y bitch ya sabéis lo que significa; así la noche de las brujas se convierte fácilmente en la noche de las...). Ellos son unos babosos y no tienen gusto ni gracia. En realidad, yo no soy mejor que nadie. Probablemente soy peor, creyéndome elegante sólo por llevar una camisa y zapatos. La mayoría debe pensar que soy un soso. Y la verdad es que no soy ni una cosa ni otra, pues como ya sabéis bien: no soy nada. Quizás por eso me marché a media fiesta, sin despedirme. Es algo que solía hacer en Barcelona, pero en Glasgow todavía no lo había hecho. No estuvo mal como debut, desvanecerse como un fantasma en medio de la multitud; salir volando como un vampiro convertido en murciélago. ¿Acaso hay noche más apropiada para hacerlo? Espero que vosotros hayáis tenido un feliz Halloween.